Cultura

“El tablero de la muerte” cuento de Víctor Montoya

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Fernando Gómez Redondo*

Víctor Montoya (La Paz, 1958) es un reconocido escritor, periodista y pedagogo boliviano, obligado a vivir en el exilio en Suecia; ya de estudiante, tuvo que sufrir la represión de la dictadura de Hugo Banzer; en 1976, fue encarcelado y torturado en un campo de concentración, en donde escribió “Huelga y represión” (1977); gracias a una campaña de Amnistía Internacional se lo liberó en 1977; instalado en Suecia, coordinó talleres de literatura para niños y, como libro de estudio, compiló sus Cuentos de jóvenes y niños latinoamericanos en Suecia (1985). En su amplia obra se recogen los ecos de su actividad política y sus contactos con el mundo minero; sus “Cuentos de la mina” (2000) los dedica a la memoria histórica y a las tradiciones orales de sus antepasados, al igual que sus “Cuentos en el exilio” (2008) a las vicisitudes que deben sufrir quienes se ven forzados a escapar de su país por sus ideas políticas.

En “Ficciones en los 64 cuadros” se selecciona un cuento suyo, “El tablero de la muerte”, en el que narra los últimos días de Atahualpa, recluido en una prisión a la espera de ser juzgado. Incide la leyenda en el modo prodigioso en que el último emperador inca había aprendido las reglas de este juego, viendo simplemente cómo lo practicaban los conquistadores españoles, hasta el punto de atribuírsele una apertura conocida como “gambito Atahualpa”. El cuento de Montoya no se ocupa de estas cuestiones, ya que busca denunciar la brutalidad empleada por los conquistadores para apoderarse de la figura del último soberano inca y desposeerlo de sus riquezas tras haberle asegurado la libertad a cambio de la entrega de su tesoro. Se entremezclan, con este objeto, dos perspectivas: un narrador impersonal, ubicado en el presente, sitúa al soberano inca encerrado en su prisión, desde la que se traslada al pasado, dejándolo seguir, ya en primera persona, el hilo de sus recuerdos. Él había sido también una figura capturada por un pueblo invasor que quiso imponer su religión y que lo sacrificó –tal es el sentido del gambito– para apoderarse de su imperio.

El relato se articula con agilidad, con continuas retrospecciones del prisionero con las que rememora las circunstancias de su derrota y de su captura. Desde la prisión, arrastrando las cadenas, Atahualpa se aproxima a la puerta y observa a los capitanes Hernando de Soto y Riquelme jugar al ajedrez en un tablero pintado en una mesa, con piezas hechas de barro. A su memoria acude el modo ominoso en que sus enemigos lo vencieron; había salido a recibirlos, entronizado con sus mejores galas, en una comitiva con sus concubinas y sus guerreros; sufre la humillación de tener que aguardar un día entero hasta que aquellos extraños guerreros, a quienes tomaban por dioses, se dignan a aparecer, causando un gran revuelo con sus caballos y armaduras; Hernando de Soto se acerca a él, le transmite un mensaje de Pizarro y se marcha. La trama de recuerdos se adecua al desarrollo de una partida; una palabra –“jaque”– lo devuelve al presente, pero enseguida regresa a la escena de su captura; en una plaza silenciosa, una figura ataviada de negro se dirige a él para entregarle un breviario, afirmando que era el Dios verdadero; Atahualpa lo agita y, al comprobar que no se oía nada dentro, lo arroja lejos de sí; el sacerdote lo acusa de sacrilegio y Pizarro ordena atacar; en media hora caen vencidos y a él lo encierran en la Casa de la Serpiente.

En el patio, contempla a los soldados jugar al ajedrez, apostando esmeraldas; pasados dos días les ofrece un fabuloso rescate a cambio de su libertad; llenaría una habitación de oro y dos de plata; durante tres meses, caravanas de indígenas llevan los tesoros de todo el imperio; Pizarro se convierte en el hombre más rico de la historia y ordena a los orfebres fundir las joyas para transformarlas en lingotes de oro y plata. Atahualpa recuerda: “Yo cumplí mi palabra”.

De vuelta al presente, sigue la partida entre De Soto y Riquelme; el primero va a mover un caballo, pero el inca le aconseja que utilice la torre; da, así, jaque mate a su adversario; se admiran de que hubiera aprendido las reglas del juego solo con observarlos:

“Mas de nada le sirve al Inca su habilidad y el fabuloso rescate pagado a cambio de su libertad, puesto que la imprudencia de inmiscuirse en lo ajeno, lo llevaría a perder el tiempo y la vida”.

Al día siguiente Pizarro le comunica que ha sido condenado a morir en la hoguera; se queja Atahualpa, pero nadie le responde. Cuando lo llevan al suplicio se niega a convertirse en ceniza, porque quería “seguir reinando momificado en una chullpa”. Incluso, se convierte al cristianismo para ganar el privilegio de morir por estrangulamiento; la última escena –sarcástica y estremecedora– da cuenta de la crueldad de los conquistadores:

“Se sienta en una burda silla de madera, apoya la espalda contra un poste y el torniquete de hierro le parte la nuca”.

Partiendo de una vieja leyenda, Montoya reconstruye la caída del imperio inca para denunciar los métodos –el engaño, la violencia– utilizados por los conquistadores contra un pueblo más civilizado, que paga cara su inocencia. A esta trama de hechos, entre históricos y ficticios, Juan Morilla Romero le dedicó una tesis, presentada en 2016 en la Texas Tech University, titulada “El Atahualpa ajedrecista: formación y usos de una imagen aparentemente verídica” (consultable en red: https://ttu-ir.tdl.org/server/api/core/bitstreams/08d3cb1d-6c5b-4df1-81ba-a2a4c94f515f/content).

Asimismo, Sergio E. Negri, en 2022, ha contextualizado estos lances bélicos (y ajedrecísticos) en un trabajo dedicado a la condena de Atahualpa, recordando que su ejecución fue decidida por un tribunal, en el que fue dirimente el voto de Alonso de Riquelme, “alguien enemistado con el soberano a causa de una partida de ajedrez” (ver «Jaque mate a Atahualpa y al imperio inca» (https://www.jotdown.es/2022/10/jaque-mate-a-atahualpa-y-al-imperio-inca/).

El cuento de Víctor Montoya fue publicado en “Ficciones en 64 cuadros”. Red. Sergio Gaut vel Hartman. Buenos Aires: Desde la Gente, 2003, 75-78 pp.

*El autor es escritor y catedrático de Literatura Comparada en la Universidad de Alcalá de Henares, España.