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Obras son horrores

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Obras son horrores

Alfonso Gumucio Dagron*

sábado, 3 de octubre de 2020

La desmemoria es insultante para quienes hemos sufrido dictaduras, incluida la de Evo Morales. No ayuda que carecemos de una justicia que nos inste a recordar. La ausencia de justicia independiente y proba es parte del problema. Y otra parte es la falta de valores y ética en los bolivianos. 

Gracias a 10 años de bonanza por los altos precios de las materias primas en los mercados internacionales (2005-2015), el régimen autocrático de Morales captó más recursos que todos los gobiernos durante los 100 años anteriores. No es una exageración: antes de 1952 el Estado recibía migajas por el estaño mientras Patiño era uno de los más ricos del mundo. Después de 1952 mendigamos ayuda internacional durante dos décadas hasta que la dictadura de Banzer se benefició de los altos precios de hidrocarburos, minerales y ciertos rubros agrícolas como el algodón, cuya sobreexplotación dejó nada más que dunas de arena y una obesa burguesía cruceña.

Banzer dilapidó y endeudó al país durante siete años de corrupción y negociados familiares, pero los recursos malversados representan pipocas comparados con los que despilfarró el emperador Morales: las reservas llegaron a 16.000 millones de dólares y con la misma facilidad se esfumaron, dejando una deuda contratada de 8.000 millones de dólares, una cruz para las futuras generaciones.

El impostor que posaba como faraón en Tiwanaku se dedicó a gastar, pero no a invertir y crear empleo. En complicidad con el títere que funge de candidato del MAS (antes oscuro funcionario en gobiernos neoliberales), Morales firmaba contratos millonarios sin estudios de factibilidad y sin licitaciones, abriendo la puerta a la corrupción y a los elefantes blancos. 

Refresquemos la memoria de quienes cierran ojos y oídos sobre el periodo del jefazo, donde las “obras son horrores” (y no amores como dice el dicho). Bastaría una docena de casos emblemáticos para que Morales y sus exministros pasen el resto de su vida presos, pero hay mucho más.

La planta de urea en Bulo Bulo, paradigma de ausencia de planificación, es una de las joyas corruptas de la corona del autócrata. El ingenio de San Buenaventura que tuvo que prestarse caña para moler es otro ejemplo monumental. El satélite Tupaj Katari, con sobreprecio y una vida útil que no le permitirá amortizar su costo. La sede de Unasur en Cochabamba, ahora tragada por la maleza. El aeropuerto de Chimoré diseñado para el narcotráfico y los de Oruro, Monteagudo, Ixiamas, Apolo y otros que nunca operaron. Las empresas estatales Quipus, Papelbol, Enatex y otras quebradas por la mala administración y la corrupción. 

En otro nivel de enorme significado simbólico están los gastos de la megalomanía de Morales. El lujoso museo de Orinoca, en un pequeño pueblo sin alcantarillado. El fálico palacio de gobierno de 28 pisos del que huyó en helicóptero horas antes de renunciar. El teleférico de La Paz, muy colorido pero insostenible debido a su sobreprecio, tendrá que ser subvencionado durante toda su vida útil hasta que caiga en pedazos. El lujoso avión presidencial que estaba destinado a un multimillonario equipo de fútbol europeo. El hangar presidencial de El Alto que costó más de dos millones de dólares con jacuzzis y habitaciones lujosas. El edificio del Congreso, la residencial presidencial en Sucre, etc.  

A ello se suma “Bolivia cambia, Evo cumple”, apropiación de 600 millones de dólares anuales asignados al Ministerio de la Presidencia de libre disponibilidad para uso del tirano, su caja chica de “gastos sin reserva” y propaganda electoral permanente: desde las carreteras que no se terminaron, hasta la escuelita más pequeña, pasando por los coliseos y mil canchas de césped sintético que no se usan, más los complejos urbanos de “vivienda social” que están en pleno abandono. 

Se debe investigar la corrupción en Jindal, CAMC, Fondo Indígena, Quiborax, Banco Unión, Neurona Consulting, Codesur, Dakar, Entel, Anapol, barcazas chinas, YPFB, Río Negro, Lucianita, TV Abya Yala, Ecebol, Gravetal, Lamia, Epsas, Emapa, Vías Bolivia, Uelicn, narcotráfico y contrabando. Donde se ponga el dedo salta la podredumbre sin parangón con otro gobierno en la historia de Bolivia.  

La profesión más requerida en los próximos años será la de auditor, porque en cada uno de los proyectos sin licitación hubo corrupción y mala ejecución. Empezó el primer año del régimen, con un cheque en blanco que extendió Morales a Santos Ramírez, su compinche de cama y rancho, para que se enriqueciera en YPFB, y no terminó hasta que el autócrata huyó (llevándose dinero) luego del fraude electoral, aterrorizado cuando el Ejército y la Policía se negaron a disparar contra las “pititas”. 

Las escuelas y canchas (cuya inauguración costó más que la propia obra), se caen en pedazos. Carreteras como la de Copacabana fueron abandonadas por empresas “accidentales” que se llevaron el dinero. Estadios, mercados y coliseos son depósitos inutilizables para los fines originales. 

Morales y su ministro de finanzas, Arce Catacora, tendrán que responder por cada uno de esos gastos arbitrarios. Una misión de la ONU contra la corrupción (como la CICIG en Guatemala) sería imprescindible. El próximo gobierno democrático tiene una tarea enorme para revelar y castigar la corrupción más grande de nuestra historia. Si no lo hace el primer día, nacerá débil y durará poco. 

*Escritor y cineasta 

 @AlfonsoGumucio

Publicado en el periódico Pagina Siete el 3 de octubre de 2020

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