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Yo aborto, ¿tú abortas?

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Vamos a andar

Rafael Puente - 25/07/2013

En estos días se ha desatado un moderado debate sobre la despenalización del aborto. El primer ingrediente positivo es el hecho mismo de que se abra el debate, hasta ahora prácticamente proscrito. Porque llevábamos muchos años esquivando el problema, como si no supiéramos que en los hechos se producen en el país miles de abortos inevitablemente clandestinos, normalmente con mucho sufrimiento y con graves peligros para la salud de las mujeres que se ven obligadas a dicha clandestinidad (y con un jugoso negocio para los aborteros igualmente clandestinos).

El segundo elemento positivo es que el debate haya sido iniciado por una compañera asambleísta del MAS, que no ha temido las reacciones conservadoras de todos los (y las) que sabemos, empezando por el grupo de asambleístas constituyentes que (a partir de sus convicciones religiosas) lograron enchufarnos a todos la definición constitucional de que el matrimonio es “entre hombre y mujer” y que incluso intentaron suprimir el capítulo de derechos sexuales y reproductivos; como las de aquellos que en los sucesivos códigos del niño, niña y adolescente intentaron insertar la afirmación tendenciosa de que dichos derechos empiezan “en el momento mismo de la concepción”. 

El tercer elemento positivo es que se haya admitido públicamente que el Gobierno no tiene una posición definida al respecto, sino que se sostiene un debate interno. ¿Qué tal? ¿Un escándalo que en el Gobierno haya diferentes posiciones y que se abra un debate interno? Todo lo contrario, resulta una satisfacción saber que eso es posible, que dentro del Gobierno caben diferentes opiniones y que cabe por tanto un debate interno (llamado además a ser compartido por la sociedad), lo que sólo puede arrojar resultados positivos. Ojalá este precedente rompa la obsesión de algunos por la unanimidad absoluta (y obligatoria) de criterios.

A partir de ahí vienen los elementos negativos (que eran de esperar, y que no dejan de ser comprensibles), empezando por la posición que asumió el flamante arzobispo de Santa Cruz que en nombre de la moral sostiene la ilegalidad pecaminosa del aborto. ¿No podría monseñor Gualberti equipararse a su antecesor monseñor Pratta cuando afirmaba que “la moral es la moral y los negocios son los negocios”, y afirmar a su vez que “la moral es la moral y el sexo es el sexo”? No conocemos ningún principio moral que sea superior al de buscar la justicia y el bienestar, tanto personal como social. Y cuando una mujer decide abortar puede estar seguro monseñor Gualberti que no lo hace por curiosidad ni por flojera ni por ningún motivo superficial, lo hace —normalmente con una alta carga de angustia— porque se encuentra entre la espada y la pared, porque no quiere aceptar una maternidad inhumana (impuesta por la fuerza) o porque no puede asumir una maternidad irresponsable. Y si resultara que alguna se equivoca (o aparece demasiado débil), lo menos que cabe hacer es comprenderla, como de hecho nos vemos obligados a comprender los errores y debilidades de tantos personajes importantes, ya sean públicos o privados.

Por supuesto todas las personas tienen el derecho de opinar, pero los varones —y con más razón los varones célibes, por muy jerarcas que sean, pues se supone que nunca son parte de una situación de este tipo— debiéramos tener la sensatez de respetar la opinión de las mujeres, ya que el aborto es fundamentalmente una decisión y una responsabilidad de ellas, es algo que tiene que ver con su libertad, y con su responsabilidad; y lo que a nosotros nos corresponde es respetar esa decisión, y en la medida de lo posible apoyarla solidariamente.

Por tanto, a la vez que aplaudimos la apertura del debate, nos sumamos humildemente a los movimientos de mujeres que hace mucho tiempo vienen reclamando —no la glorificación ni la propaganda— sino la despenalización del aborto. Ése sería un paso importante en el proceso de despatriarcalización (y por tanto de descolonización). ¿No lo cree usted?

Rafael Puente es miembro del Colectivo Urbano para el Cambio (CUECA) de Cochabamba.

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