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Sigamos aprendiendo del abuelo Gregorio Morales Rosado

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De sábado a sábado 495

Remberto Cárdenas Morales

Rumbo a Tomina

Casi cada año, Gregorio Morales Rosado viajaba a pie y en varias jornadas, desde Samaipata (Santa Cruz) hasta Tomina (Chuquisaca). Pasaba por Vallegrande (también Santa Cruz), su tierra natal a la que quería como el que más y en la que aprendió tantas cosas: sabiduría popular que transmitió a sus familiares, amigos, vecinos, y a muchos de los que le escuchaban.

Aquellos viajes los realizaba, casi todos los años, cuando su salud le acompañaba, decía él, y cada vez que podía utilizar escasos medios materiales con los que contaba.

El propósito principal de esa larga caminata era participar de la fiesta de San Mauro, “patrón” de ese pueblo (Tomina), y más concretamente, asistir a la o a las misas en honor del santo y cargar a éste, es decir, recorrer con el santo a cuestas, alrededor de la plaza principal y de calles de la ciudad intermedia: para lo que vestía, como otros feligreses a su turno, la capa de San Mauro.

El Abuelo dijo que una o dos veces fue alférez o preste de San Mauro, sin que él haya derrochado dinero cuantioso, que no lo tenía, como lo hacen ahora los “prestes” en las fiestas patronales de nuestro país.

El abuelo Gregorio contó —como excepcional narrador oral—, lo que era la fiesta y las misas para San Mauro, algunas de las cuales, y con escasa frecuencia, eran celebradas por el obispo de Sucre. Entonces, el obispo le daba mayor celebridad a esa festividad de la que prevalecen algunas de sus prácticas antiguas, según lugareños y turistas.

Esos viajes del entrañable Abuelo (además, padre, bisabuelo y tatarabuelo), que nos reúne ahora como antes, lo hacía a pie, y su escasa carga y “tapeque”, lo trasladaba en un asno, al que Gregorio Morales cabalgó pocas veces, como lo hacían los carreteros en Santa Cruz y los arrieros de occidente y los valles de Bolivia.

Nuestro Abuelo llevaba para su consumo comida seca (tapeque) y lo que seguramente nunca le faltó fue vira-vira, con la que se preparaba un mate con virtudes reales y otras supuestas, las que él siempre ponderaba.

Leía La Biblia

En sus, pascanas predeterminadas o en los pueblos que encontraba a su paso, su comida lo compartía con su perro, cuyas historias son dignas de transmitirse, quizá sin la amenidad de la narración del Abuelo. Además, nuestro querido Abuelo debía conseguir forraje para su bestia, cuyos servicios también destacaba.

Aquel perro, blanco y con tanta lana que le daba la apariencia de un cordero al que no le llegó la esquila, le regaló mi padre, Zenón Cárdenas Robles, porque un día en la “Pampa del Panteón” (Vallegrande), ese animal mató a tres ovejas de un rebaño que allí pastaba, a las que les mascó sus gargantas; ovejas por las que mi padre pagó. Ese perro, ante la incitación “de su amo”, espantaba al ganado que vencía cercas y que se introducía a comer las siembras, de maíz casi siempre. El canino tenía tanta fuerza y destreza que tumbaba a su presa porque le mordía del garrón, la que sólo era liberada con la mediación de su dueño: don Gregorio Morales. Él le hizo “calzados” de un cuero blando, con los que éste caminaba, sobre todo, de Samaipata a Tomina, el viaje más largo que realizaba; perro que fue el último compañero del Abuelo en todos sus caminos, y el que jamás le falló.

El abuelo Gregorio Morales nos visitaba, en Vallegrande, cuando iba a Tomina y cuando volvía de ese pueblo chuquisaqueño. Allí se quedaba el tiempo que sus obligaciones de su residencia samaipateña, le permitían, para lo que también influían los ruegos de nosotros sus nietos y de mis papás.

Otra faceta suya: El Abuelo fue un lector permanente de La Biblia, a la que consideraba el libro mayor, cuyos pasajes nos retransmitía de una manera libre y de la que pocas veces reproducía textualmente sus enseñanzas.

Maestro para la vida

Las narraciones del abuelo Gregorio eran variadas y amenas: recogidas de la vida, con muchos ejemplos de las lecturas que él hacía de la realidad. Sin temor a equivocarme les digo a ustedes, queridos familiares, que yo aprendí primero del Abuelo, y de pocos de mis profesores, a leer la realidad. Ahora es más fácil decirlo, porque lo tengo muy claro: el abuelo Gregorio fue uno de mis maestros para toda la vida, como tienen que ser los verdaderos maestros. Ustedes que lo conocieron y, con preferencia, las y los que vivieron más tiempo con el papá y el abuelo Gregorio, aprendieron tanto o más que nosotros que, sensiblemente, sólo contábamos con visitas no siempre anuales de nuestro muy querido familiar.

Acerca de enseñanzas suyas, el Abuelo nos narró que él no se incorporó a la legión de combatientes bolivianos a la Guerra del Chaco, pero integró el inmenso grupo que sembró granos para los compatriotas en combate. Una forma del patriotismo que se lo ejerció sin armas; sin embargo, aquella labor se la desplegó con aperos de labranza de los que sembraban para los guerreros en el Chaco.

Aparcero en un predio de Ovejeros

El abuelo Gregorio, mientras vivió en Vallegrande, con su esposa e hijas/os, fue cuidante de un predio agrícola mediano, según las extensiones dispuestas por la Reforma Agraria boliviana de 1953.

Ese inmueble, de una familia Peña, era parte de Ovejeros, a cinco kilómetros de Vallegrande. Allí crecieron sus hijas/os: Paulina, Gumercindo, Fructuosa, Seferino (caído en la Guerra del Chaco), Luz, Petronila, Nemesia y Juan; de ellos siguen con nosotros: Petronila y Nemesia.

En aquel predio, nuestro Abuelo y los suyos tenían las obligaciones ineludibles del cuidante, casero o aparcero, con mayor precisión: sembraba gratis para los dueños del inmueble; cosechaba, y llevaba a la casa de los patrones la producción y realizaba otros trabajos demandados por aquellos dueños; así nuestro Abuelo pagaba por el uso de la casa y el predio del que fue aparcero.

En cierto espacio de ese predio, la familia Morales-Flores trabajaba para producir alimentos para su manutención, Además, los hijos mayores (Paulina y Gumercindo), el tiempo requerido por los dueños de la propiedad cuidada por el abuelo Gregorio y su familia (nuestra familia), en la casa del pueblo de aquellos propietarios del inmueble de la aparcería: ayudaban a cocinar, acarrear agua, barrer, lavar ropa y otras actividades domésticas, por las que recibían alimentación. Ese trabajo configuraba servidumbre feudal; asimismo, mi madre y ese tío eran alojados, cuando se quedaban en la casa “pueblerina” de esa familia de latifundistas.

Esa relación del abuelo Gregorio y de los suyos respecto de ese predio agrícola grafica mejor la ubicación en la clase social a la que perteneció.

Esa pertenencia social de nuestro Abuelo ha sido al menos un elemento sustancial en mi búsqueda incesante de la verdadera revolución liberadora de nuestra patria.

Madre del Abuelo

Mi mamá Paulina, la primogénita suya, refirió algo de los orígenes del Abuelo. Él tuvo como mamá, a María Rosado, la que se ganó o escasamente se ganó la vida “acarreando” agua potable o poco potable, más escasa que ahora, en nuestra natal Vallegrande. Mi mamá se encontraba, casi de forma clandestina con su abuela María, a la que le llevaba alimentos, siempre escasos en nuestra familia Morales Flores.

Mi madre contaba que se contentaba mucho cuando se encontraba con su abuela María y, sobre todo, cuando le entregaba un pan de regalo. Ella, nuestra bisabuela, por ejemplo, pagó una manta a cuadros, roja y negra, probablemente, con las mal contabilizadas tinajas con agua (lo que en Vallegrande se denominaba: “viajes de agua”). Explico: nuestra bisabuela María recibió a crédito esa manta, de la esposa de un latifundista de Vallegrande, por la que tuvo que pagar con su trabajo, es decir, con agua llevada de la pila del pueblo al domicilio de la esposa del terrateniente. Nuestra bisabuela María era analfabeta y, por tanto, sospecho con fundamento, que jamás supo con cuántos “viajes de o con agua” pagó esa prenda de vestir.

Desde que conocí esta historia familiar yo aprecio mucho toda ropa rojinegra, y a cuadros, por aquella manta de nuestra bisabuela María, antes que por la bandera de los anarquistas que hicieron flamear, en tantas jornadas sociales y políticas, como en la Patagonia argentina, cuando con los sindicatos nacientes, se luchaba por la tierra. Y confieso ante ustedes que de la vida dura de la bisabuela María, de su ejemplo de vida, aprendí a valorar en grado sumo el trabajo de los más sencillos de la tierra.

Este recuento que a mí me conmueve, hasta derramar lágrimas, habla de los ancestros del Abuelo querido, los que tenemos que recoger como testimonios o historias de vida, que nos deben servir para leer la realidad, bien y muy bien, como lo hacía nuestro padre, abuelo, bisabuelo y tatarabuelo.

Tejas y ladrillos

Gregorio Morales fue contratado por el párroco de Vallegrande para que haga ladrillos y tejas, material para construir la casa parroquial y la iglesia en Alto Seco, sur de Vallegrande. Para esa labor el Abuelo la llevó a su hija mayor, de corta edad en ese momento, como cocinera y ayudante en sus faenas. Esa actividad la emprendieron, el Abuelo, en un tiempo lluvioso (entonces en esa región llovía mucho más que ahora), y los ladrillos y tejas —sin “cocción”— fueron deshechos por esas lluvias, más de una vez. Allí el Abuelo, además, tuvo que construir el horno en el que hizo “cocer” los ladrillos y las tejas. Cocción o sinterización, según el diccionario, una especie de compactación del barro, mezclado con guano de asno o con aserrín; composición que requiere un tiempo de maduración, antes del moldeado y el secado: una operación que lleva días, incluso en este tiempo. La sinterización o cocción se realiza a elevadas temperaturas, con leña de ese tiempo en el que había en abundancia, frente a la escasez visible de ahora.

La materia prima, una tierra greda especial, fue buscada, encontrada y comprada por el Abuelo, en un suelo en el que él y su hija mayor eran desconocidos. Ellos nos narraron, asimismo, que ésa fue una difícil tarea, pero que la acometieron con un heroísmo laboral, desconocido incluso por nosotros sus familiares, el que también debemos asumir como una herencia irrenunciable. En Samaipata, nuestro padre, abuelo, bisabuelo y tatarabuelo, emprendió similares labores, como las de Alto Seco. En este lugar el Che y los guerrilleros de Ñancahuazú, según el Diario de campaña del Comandante de América, sostuvieron la única reunión, de ribetes ideológicos y políticos, con algunos de sus “asustados” pobladores.

Despojado en Samaipata

En la tierra que lo adoptó como hijo suyo, Samaipata, el Abuelo fue víctima del despojo de una parte de un pequeño predio agrícola que empezaba en el lugar en el que acababa el radio urbano de esa capital de provincia. Hablamos de Samaipata sin las cabañas elegantes y caras que existen actualmente, del lugar que, como otros, denominan también “México Chico”, porque allí hay casas parecidas al principal escenario en el que el Chavo del Ocho despliega sus dichos y acciones que han gustado y que gustan mucho, también, a los públicos de los valles cruceños y de Bolivia.

El problema de la tierra agropecuaria, en los valles cruceños, empecé a entender cuando algo estudié el lío que enfrentó nuestro Abuelo querido en su tierra adoptada como suya. Allí en pueblo de Samaipata, además, obtuvo una casa modesta por el espacio que ocupa y porque nunca acabó la llamada obra delgada, por ejemplo, no tenía los revoques externos, pese a que el abuelo Gregorio desplegaba emprendimientos de albañilería. Esa vivienda de los Morales-Flores está ubicada en un “canto” de aquella población, salida a Cochabamba.

Quería mucho a los nietos

Todos los abuelos los aman a sus nietas/os, pero el abuelo Gregorio nos dispensaba un trato especialmente paternal a todos sin excepción, aunque él tenía predilección por los más empobrecidos de la familia o por los que, a su corta edad, quedaron huérfanos, como sucedió con las y los hijos de tía Fructuosa, aunque, sin duda, entre sus nietas preferidas estuvieron las que vivían con el Abuelo y la Abuela: Elda, Neidy (+) y Norma. Elda lleva el apellido del Abuelo, en acuerdo con su mamá —tía Petronila— lo que especialmente le alegró a él.

De acuerdo a testimonios de los primos que vivieron más tiempo en Samaipata, el abuelo Gregorio los curaba a ellos, con anillos de iguana (reptil del trópico), de dolores de muela, estómago y otros.

En esa línea recuerdo con mucho cariño un consejo-pedido que el abuelo Gregorio me hacía en las pocas ocasiones en las que nos visitaba: Hijo (o hijito): tienes que ser como tu hermano Juan. Juan Cárdenas Morales, que estaría con nosotros físicamente en este momento, aunque seguro de que también está en la cabeza y en el corazón de los que recorrimos, con este mi hermano querido, un tramo significativo de nuestras vidas.

Creo que sin herir a nadie, el abuelo Gregorio sabía manifestar sus preferencias por unos y por otros. Y he dicho, siempre, que mi hermano Juan, consejero escuchado por nuestros familiares durante largo tiempo, estaba entre los preferidos del abuelo Gregorio, y esa realidad, en vez de provocar “mis” celos (en verdad no soy celoso), en mi caso me llena de alegría: por esas cosas de la familia y de la vida sacaba y saco pecho.

Herida en la cara

El Abuelo al que hemos querido y seguimos queriendo, sufrió un rasguño en la cara, el que le arrancó un lunar, próximo al ojo izquierdo. Esa herida se le infectó y se le propagó por el lado izquierdo de su rostro. Temporalmente, quienes lo curaban con remedios caseros y con otros fármacos, conseguían un alivio parcial, pero luego se le extendía cada vez más esa herida. Constatamos que esa lesión abierta no fue contagiosa, pero nos provocaba pena todos los días.

En Vallegrande, un sobrino del Abuelo, Sabino Ledezma, que a la vez era músico, lo curaba todos los días, con un empeño que pocas veces me tocó ver en mi vida, durante un tiempo, la de un errante la mía. Sensiblemente, la herida que lastimaba física y psíquicamente a nuestro abuelo Gregorio pudo más que el empeño sanitario de tío Sabino.

Autocrítica demorada

Acepten que en esta ocasión, a manera de autocrítica tardía, reitere lo que le expliqué a mi madre, la que por su generosidad sin límites, me admitió: El día que murió nuestro abuelo Gregorio yo, con amigos y compañeros que compartíamos una causa de servicio a nuestros condiscípulos de estudio, cerrábamos una campaña electoral en la Facultad de Derecho de la Universidad Gabriel René Moreno (Santa Cruz), y las horas en las que enterraban al abuelo Gregorio, se sumaban los últimos votos con los que fui elegido Presidente del Centro de Estudiantes de esa carrera universitaria. A pesar de los escasos medios de transporte de entonces no hubiera sido muy difícil ir a Samaipata a las exequias del Abuelo y volver a tiempo para conocer el recuento de votos que nos dio una victoria electoral la que, además, fue efímera, porque al poco tiempo de ese triunfo de un frente de izquierda ocurrió el golpe fascista de Hugo Banzer Suárez, que truncó el funcionamiento de las universidades públicas y de sus organizaciones, como las que representaban y defendían los intereses de los estudiantes.

A los queridos familiares que sabían y no sabían de aquella ausencia mía en el entierro del abuelo Gregorio les pido recojan esta demorada explicación.

Esta reunión la realizamos después de 45 años de la partida del abuelo Gregorio, lo que muestra que entre nosotros no hay ni habrá espacio para el olvido de uno de los orígenes de nuestras vidas.

Un defecto

Mamá relataba que, como defecto, el abuelo Gregorio, ante la que consideraba una ofensa en su contra, cortaba el saludo incluso a su esposa, Irene Flores Revollo, y a otros familiares. “Aquí está don Gregorio Morales", nos decía mamita, cuando alguno de nosotros dejaba de saludar a otro familiar o a un amigo por algún entredicho, para subrayar aquel comportamiento concreto de nuestro Abuelo, a lo que le reconocemos derecho pleno. Después de tantas acciones destacables, señalar ese rasgo de su modo de ser, es para añadir que Gregorio Morales Rosado era como los otros mortales: de carne y de hueso pero, para nosotros, un héroe modesto y glorioso.

Todos estamos convencidos o debemos estarlo de que llevamos siquiera algo del abuelo Gregorio. En cada uno de nosotros existe alguna de las cualidades (y acaso defectos de él).

Riqueza ética

En una reunión anterior, como ésta, me animé a destacar, merecidamente, que el abuelo Gregorio fue honrado a toda prueba y que por ello murió pobre o empobrecido, a pesar de haber trabajado mucho más que la mayoría de los ricos.

Pero la riqueza ética del abuelo Gregorio fue y es insuperable.

Familiares queridos

Sigamos aprendiendo de las ideas y acciones inagotables nuestro padre, abuelo, bisabuelo y tatarabuelo: Gregorio Morales Rosado.

Santa Cruz, 24 de enero de 2015.

La Paz, 18 de enero de 2020.

*Periodista

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