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En el día de la mujer, recordando el horror de la muerte que atrapó a un grupo de mujeres, allá, en el norte.

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Fanthy Velarde

Yo escribía versos para mí misma a todas horas
para calmar las aguas turbias de esta angustia, buscar respuestas
dormir algunas horas, ó sólo para reafirmar mi amor 
por la alegría de vivir y la belleza.

No pretendí arrancar lágrimas ni aplausos
ni dejar mi nombre escrito en los papeles:
quería respirar, no sentir hambre;
ni que me moleste ansiedad alguna de muerte o de riqueza

Yo que he nacido en medio de la siembra y la cosecha,
que sé de las escuelitas construidas en medio monte
con un solo maestro enseñando lo que sabe
a más de dos docenas de chiquillos impacientes
del primero al quinto grado
entre mosquitos, pies descalzos y malarias inclementes.

Yo, que vi morir a la mujer que me dio la vida
en medio de la más cruel agonía
por falta de médico y caminos
y sólo por ser mujer y llevar en sus entrañas otro hijo.

Fui de árbol en árbol probando mil sabores
y vine a recorrer las calles, las plazas y ciudades
y encontré el solidario amor de otras mujeres
mujeres de mi sangre y mujeres trinitarias 
mujeres en la Iglesia y mujeres de cocina
mujeres de las letras y mujeres de las artes
mujeres, increíbles mujeres en cada rincón de esta Bolivia
confusa y diferente.

Y en mi pequeña presencia solitaria de poeta
quiero decirles que valoro el esfuerzo personal de cada una de ellas
por buscar el bienestar de todos y los pueblos
es lo que he aprendido y lo agradezco


Gracias también a aquellas mujeres formidables
que cobijaron mi desvalida niñez y fueron dos veces mi madre 
cuando mi padre me trajo una tardecita de octubre 
y me dejó en el regazo de la fe y la ternura
para crecer creyendo que es posible el amor
la libertad y la justicia para vencer el hambre.

La noche del doce de agosto del dos mil cuatro,
las palabras invadieron mis pensamientos,
como aleteo de pájaros inquietos
mientras Mami Elsa se moría
en la pieza número siete del Hospital Obrero.

hoy, las escribo
en homenaje a su memoria
y al recuerdo de mi tía Anita, su hermana,
que hace un poco más de un mes,
también cerró los ojos
mientras yo estaba, como siempre lejos, ocupada,
tratando de buscar nuevos caminos
que nos lleven a encontrar la felicidad
y días mejores.

Para esas dos mujeres
de más de noventa años
que me regalaron su ejemplo de vida
y sobre todo, la libertad de ser yo misma,
con todos mis defectos, mis errores:

Se van

se van... se van los viejos barcos 
llevándose en la proa antiguas lenguas llenas de magia
y de recetas simples y perfectas
lentamente navegan hacia la oscura noche de donde nadie regresa
por el río de todos, por el río brumoso y olvidado de la muerte.

se van 
después de haber anclado en tantos puertos aún desconocidos 
dejando tesoros y semillas y secretos perdidos

se van... se van mientras me afano en construir el mío
un rebullo me atrapa la vista en el presagio
y no logro alcanzarlos y me quedan preguntas
que mi niñez las hizo y las olvidó en el tiempo

se van... se van los viejos barcos de mi infancia 
que llenaron de emoción mis nocturnos sentimientos 
se van con sus velas y estandartes de sedas y colores, 
retratos antiguos que ya nadie recuerda 
pero que al verlos en su triste color amarillento
me inundan de ternura, de lágrima y silencio

Qué puedo decir de ellos?
a nadie le interesa;
pero sé que son valiosos
porque ellos me demuestran
aquí también nació la patria,
lejos de todo

se van 
se van los viejos barcos de mi sangre 
con toda la memoria de cuentos y leyendas 
con los viejos amores capaces del suicidio 
y distingo las manos de todos los amigos que nos dicen adiós desde ese puente
y me inclino en la noche
y lloro 
en el árido desierto de la soledad y el miedo.

se van los barcos, se van los barcos
dolorosamente, 
chirriando sus viejas armazones hechas de maderas extinguidas 
filtrándose la sangre con el agua que vierten mis pupilas 
en la oscura soledad del abandono.

me queda la certeza de la hora para construir el mío 
guardar lo poco que he recuperado de este desastre íntimo y secreto: 
lo que queda de la vieja biblioteca de mi abuelo,
un pañuelo amarillo, un par de gruesos lentes
miniaturas de vidrio, mi primer tapete bordado en punto cruz, enseñanzas de mamita,
y el juego de tazas chiquititas color azul 
azul, azul como el recuerdo.

(Ciudad de la Santísima Trinidad, la de los Mojos, en la madrugada del 8 de marzo del 2005)

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