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Al Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes*

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Ernesto Che Guevara

Compañeros de América y del mundo entero:

Sería largo enumerar ahora el saludo individual que nuestra patria da a cada uno de ustedes, y a cada uno de los países que representan. Queremos, sin embargo, hacer un distingo con algunas personas representantes de países castigados por catástrofes de la naturaleza o por catástrofes del imperialismo. Queremos saludar especialmente esta noche, al representante del pueblo de Chile, Clotario Bletz, cuya voz juvenil ustedes escucharon hace un momento, y cuya madurez, sin embargo, puede servir de ejemplo y de guía a nuestros hermanos trabajadores de ese sufrido pueblo, que ha sido castigado por uno de los más terribles terremotos de la historia.

Queremos saludar especialmente, también, a Jacobo Árbenz, presidente de la primera nación latinoamericana que levantó su voz, sin miedo, contra el colonialismo, y que expresó, en una reforma agraria profunda y valiente, el anhelo de sus masas campesinas. Y queremos agradecer también, en él, y en la democracia que sucumbió, el ejemplo que nos diera y la apreciación correcta de todas las debilidades que no pudo superar aquel Gobierno, para ir nosotros a la raíz de la cuestión y decapitar de un solo tajo a los que tienen el poder y a los esbirros de los que tienen el poder.

Y queremos saludar también a dos de las delegaciones más sufridas, quizás, de América: a la de Puerto Rico que todavía hoy, después de ciento cincuenta años de haberse declarado la libertad por primera vez, en América, sigue luchando por dar el primer paso, el más difícil quizás, el de lograr, al menos formalmente, un gobierno libre. Y quisiera que los delegados de Puerto Rico llevaran mi saludo y el de Cuba entera, a Pedro Albizu Campos; quisiéramos que le trasmitieran a Pedro Albizu Campos toda nuestra emocionada cordialidad, todo nuestro reconocimiento por el camino que enseñara con su valor, y toda nuestra fraternidad de hombres libres hacia un hombre libre, a pesar de estar en una mazmorra de la sedicente democracia norteamericana. Pero quisiera también saludar hoy, por paradójico que parezca, a la delegación que representa lo más puro del pueblo norteamericano. Y quisiera saludarla, porque no solamente el pueblo norteamericano no es culpable de la barbarie y de la injusticia de sus gobernantes, sino que también es víctima inocente de la ira de todos los pueblos del mundo, que confunden a veces un sistema social con un pueblo.

Por eso, a las distinguidas personalidades que he nombrado, y a las delegaciones de los pueblos hermanos que he nombrado, va mi saludo individualizado, aunque más brazos y los brazos de toda Cuba están abiertos para recibir a ustedes, y para mostrarles aquí lo que hay de bueno y lo que hay de malo, lo que se ha logrado y lo que está por lograrse, el camino recorrido y lo que falta por recorrer. Porque aun cuando todos ustedes vengan a deliberar, en nombre de sus respectivos países, en este Congreso de la Juventud Latinoamericana, cada uno de ustedes —y de eso estoy seguro— vino acicateado por la curiosidad de conocer exactamente qué cosa era este fenómeno nacido en una isla del Caribe, que se llama hoy Revolución cubana.

Y muchos de ustedes, de diversas tendencias políticas, se preguntarán hoy, como se han preguntado ayer, y como quizás se pregunten mañana también ¿qué es la Revolución cubana?, ¿cuál es su ideología? Y enseguida surgirá la pregunta, que en adeptos o en contrarios siempre se hace en estos casos: ¿Es la Revolución cubana comunista? Y unos contestarán esperanzados que sí, o que va camino de ello, y otros, quizás decepcionados piensen también que sí y habrá quienes decepcionados piensen que no, y quienes esperanzados, piensen también que no. Y si a mi me preguntaran si esta Revolución que está ante los ojos de ustedes es una revolución comunista, después de las consabidas explicaciones para averiguar qué es comunismo, y dejando de lado las acusaciones manidas del imperialismo, de los poderes coloniales, que lo confunden todo, vendríamos a caer en que esta Revolución, en caso de ser marxista —y escúchese bien que digo marxista—, sería porque descubrid también, por sus métodos, los caminos que señalara Marx.

Recientemente una de las altas personalidades de la Unión Soviética, el viceprimer ministro Mikoyán, al brindar por la felicidad de la Revolución cubana, reconocía él —marxista de siempre—, que esto era un fenómeno que Marx no había previsto. Y acotaba entonces que la vida enseña más que el más sabio de los libros y que el más profundo de los pensadores.

Y esta Revolución cubana, sin preocuparse por sus motes, sin averiguar qué se decía de ella, pero oteando constantemente qué quería el pueblo de Cuba de ella, fue hacia adelante, y de pronto se encontró con que no solamente había hecho, o estaba en vías de hacer la felicidad de su pueblo, sino que habían volcado sobre esta Isla, las miradas curiosas de amigos y enemigos, las miradas esperanzadas de todo un continente, y las miradas furiosas del rey de los monopolios.

Pero todo esto no surgió de la noche a la mañana, y permítanme ustedes que les cuente algo de mi experiencia, experiencia que puede servir a muchos pueblos en circunstancias parecidas, para que tengan una idea dinámica de cómo surgió este pensamiento revolucionario de hoy, porque la Revolución cubana de hoy, continuadora sí, no es la Revolución cubana de ayer, aun después de la victoria, y mucho menos es la insurrección cubana antes de la victoria; de aquellos jóvenes que en número de ochenta y dos cruzaron en un barco que hacía agua las difíciles zonas, del Golfo de México, para arribar a las costas de la Sierra Maestra, a estos representantes de la Cuba de hoy, hay una distancia que no se mide por años, o por lo menos no se mide por años en la forma correcta de hacerlo, con sus días de veinticuatro horas y sus horas de sesenta minutos.

Todos los miembros del Gobierno cubano, jóvenes de edad, jóvenes de carácter y de ilusiones han, sin embargo, madurado en la extraordinaria universidad de la experiencia y en contacto vivo con el pueblo, con sus necesidades y con sus anhelos. Todos nosotros pensamos llegar un día a algún lugar de Cuba y tras de algunos gritos y algunas acciones heroicas y tras de algunos muertos y algunos mítines radiales tomar el poder y expulsar al dictador Batista. La historia nos enseñó que era mucho más difícil que eso derrotar a todo un gobierno respaldado por un ejército de asesinos, que además de ser asesinos, eran socios de ese Gobierno y respaldados en definitiva por la más grande fuerza colonial de toda la tierra.

Y fue así como poco a poco cambiaron todos nuestros conceptos. Como nosotros, hijos de las ciudades aprendimos a respetar al campesino, a respetar su sentido de la independencia, a respetar su lealtad, a reconocer sus anhelos centenarios por la tierra que le había sido arrebatada y a reconocer su experiencia en los mil caminos del monte. Y como los campesinos aprendieron de nosotros el valor que tiene un hombre, cuando en sus manos hay un fusil y cuando ese fusil está dispuesto a disparar contra otro hombre, por más fusiles que acompañen a este otro hombre.

Los campesinos nos enseñaron su sabiduría y nosotros enseñamos nuestro sentido de la rebeldía a los campesinos. Y desde ese momento hasta ahora y para siempre, los campesinos de Cuba y las fuerzas rebeldes de Cuba, y hoy el Gobierno Revolucionario cubano, marchan unidos como un solo hombre.

Pero siguió progresando la Revolución y expulsamos de las abruptas laderas de la Sierra Maestra a las tropas de la dictadura, y llegamos entonces a tropezamos con otra realidad cubana, que era el obrero, el trabajador, ya sea el obrero agrícola o el obrero de los centros industriales y aprendimos de él también y también le enseñamos que en un momento dado, mucho más fuerte y positivo que la más fuerte y positiva de las manifestaciones pacificas, es un tiro bien dado a quien se le debe dar. Aprendimos el valor de la organización, pero enseñamos de nuevo el valor de la rebeldía y de ese resultado surgió la rebeldía organizada por todo el territorio de Cuba.

Ya había transcurrido mucho tiempo y ya muchas muertes, muchas de ellas combativas y otras inocentes, jalonaban el camino de nuestra victoria. Las fuerzas imperialistas empezaron a ver que en lo alto de la Sierra Maestra había algo más que un grupo de bandoleros o algo más que un grupo de ambiciosos asaltantes del poder; sus bombas; sus balas, sus aviones y sus tanques fueron dados generosamente a la dictadura y con ellos de vanguardia pretendieron volver a subir, y por última vez, la Sierra Maestra.

A pesar del tiempo transcurrido, a pesar de que ya columnas de nuestras fuerzas rebeldes habían partido a invadir otras regiones de Cuba y estaba formado ya el Segundo Frente Oriental "Frank País", bajo las órdenes del comandante Raúl Castro, a pesar de todo eso, de nuestra fuerza en la opinión pública, de que éramos ya materia de cintillos en periódicos en sus secciones internacionales en todos las lados del mundo, la Revolución cubana contaba con doscientos fusiles, no con doscientos hombres, pero si con doscientos fusiles para detener la última ofensiva del régimen, en la cual acumuló diez mil soldados y toda clase de instrumentos de muerte, y la historia de cada uno de esos doscientos fusiles es una historia de sacrificio y de sangre, porque eran fusiles del imperialismo, que la sangre y la decisión de nuestros mártires habían dignificado y convertido en fusiles del pueblo. Y así se desarrolló la última etapa de la gran ofensiva del ejército, que llamaron ellos "de cerco y aniquilamiento".

Por eso les digo yo a ustedes, juventud estudiosa de toda América, que si nosotros hoy hacemos eso que se llama marxismo, es porque lo descubrimos aquí. Porque en aquella época, y después de derrotar a las tropas de la dictadura y después de hacer sufrir a esas tropas mil bajas, es decir, de hacerles cinco veces más bajas que el total de nuestras fuerzas combatientes, y después de haber ocupado más de seiscientas armas, cayó en nuestras, manos un pequeño folleto que estaba escrito por Mao Tse-Tung, y en ese folleto que trataba precisamente sobre los problemas estratégicos de la guerra revolucionaria en China, se describían incluso las campañas que Chiang Kai-Chek llevaba contra las "fuerzas populares y que el dictador denominaba como aquí "campañas de cerco y aniquilamiento". Y no solamente se habían repetido las palabras con que ambos dictadores, en lugares opuestos del mundo, bautizaban su campaña, se repitió el tipo de la campaña que esos dictadores hicieron para tratar de destruir a las fuerzas populares y se repitió por parte de las fuerzas populares, sin conocer los manuales que ya estaban escritos sobre estrategia y táctica de la guerra de guerrillas, lo mismo que se preconizaba en el otro extremo del mundo para combatir a esa fuerza; porque naturalmente, cuando alguien expone una experiencia, puede ser por cualquiera aprovechada, pero también puede ser vuelta a realizar esa experiencia sin necesidad de que se conozca la experiencia anterior.

Nosotros no conocíamos las experiencias de las tropas chinas en veinte años de lucha en su territorio, pero aquí conocíamos nuestro territorio, conocíamos nuestro enemigo y usamos algo que todo hombre tiene sobre sus hombros y que si lo sabe usar vale mucho: usamos la cabeza también para combatir al enemigo. De allí resultó su derrota.

Después siguió una historia de invasiones hacia occidente, de ruptura de las vías de comunicaciones y de aplastante caída de la dictadura, cuando nadie lo esperaba. Llegó entonces el primero de enero. Y la Revolución de nuevo, sin pensar en lo que había leído, pero oyendo lo que tenía que hacer de labios del pueblo, decidió primero y antes que nada, castigar a los culpables y los castigó.

Las potencias coloniales en seguida sacaron a primera plana la historia de eso, que ellos llamaban asesinatos, y trataron en seguida de sembrar algo que siempre pretenden sembrar los imperialistas, la división. Porque "aquí había asesinos comunistas que mataban, sin embargo había un patriota ingenuo llamado Fidel Castro, que no tenía nada que ver y que podía ser salvado". Trataban de dividir con ellos a los hombres que habían luchado por una misma causa, con pretextos y con argumentos baladíes, y siguieron manteniendo durante cierto tiempo esa esperanza. Pero un día se encontraron con que la ley de Reforma Agraria aprobada, era mucho más violenta y mucho más profunda que lo que habían aconsejado los sesudos autoconsejeros del Gobierno —todos ellos, entre paréntesis, están hoy en Miami o en alguna otra ciudad de Estados Unidos—. Pepín Rivero en el Diario de la Marina o Medrano en Prensa Libre... o había más, había incluso un primer ministro en nuestro gobierno que aconsejaba mucha moderación, porque "estas cosas hay que tratarlas con moderación".

La '"moderación" es otra de las palabras que les gusta usar a los agentes de la colonia, son moderados, todos los que tienen miedo o todos los que piensan traicionar de alguna forma... El pueblo no es de ninguna manera moderado.

Ellos aconsejaban repartir marabú, que es un arbusto que crece en nuestros campos y que los campesinos con sus machetes tumbaran ese marabú o se aposentaran en alguna ciénaga o agarraran algún pedazo de tierra del Estado, que todavía hubiera escapado a la voracidad de los latifundistas; pero tocar la tierra de los latifundistas era un pecado que estaba por encima de lo que ellos podían pensar que fuera posible. Pero fue posible.

Yo recuerdo, en aquella época, una conversación con un señor, que me decía que estaba libre de todo problema con el Gobierno Revolucionario, porque no tenía nada más que novecientas caballerías; novecientas caballerías son más de diez mil hectáreas. Y por supuesto que ese señor tuvo problemas con el Gobierno Revolucionario, y se le quitaron las tierras, y se repartieron además, y se dio en propiedad la tierra al pequeño campesino individual; y además se crearon las cooperativas, en las tierras en que ya estaba acostumbrado el obrero agrícola, el trabajador agrícola, a trabajar en comunidad por un salario.

Y aquí se asienta una de las peculiaridades que es necesario estudiar en la Revolución cubana, el que esta Revolución hizo su Reforma Agraria por primera vez en América, atacando unas relaciones sociales de propiedad, que no eran feudales, había sí resabios feudales en el tabaco o en el café; y eso, el tabaco o el café, se dio a los pequeños trabajadores individuales que hacia tiempo que estaban en ese pedazo de tierra y que querían su tierra; pero la caña, o el arroz o incluso el ganado, en ¿a forma en que es explotado en Cuba, está ocupado en su conjunto y trabajado en su conjunto por obreros que tienen la propiedad conjunta de todas esas tierras, que no son poseedores de una partícula de tierra, sino de todo ese gran conjunto llamado cooperativa, y eso nos ha permitido ir muy rápido y muy profundo en nuestra Reforma Agraria. Porque es algo que debe caer en cada uno de ustedes y colocarlo como una verdad que no se puede desmentir de ninguna manera, que no hay gobierno que pueda llamarse revolucionario aquí en América, si no hace como primera medida una reforma agraria. Pero además no puede llamarse revolucionario el gobierno que diga que va a hacer o que haga una forma agraria tibia; revolucionario es el gobierno que hace una reforma agraria cambiando el régimen de propiedad de la tierra, no solamente dándole al campesino la tierra que sobra, sino, y principalmente, dándole al campesino la que no sobre, la que está en poder de los latifundistas, que es la mejor, que es la que rinde más, y es además la que le robaron al campesino en épocas pasadas.

Eso es reforma agraria y con eso deben de empezar todos los gobiernos revolucionarios, y sobre la reforma agraria vendrá la gran batalla de la industrialización del país que es mucho menos simple, que es muy complicada, donde hay que luchar con fenómenos muy grandes y donde se naufragaría muy fácil en épocas pasadas si no existiera hoy en la tierra fuerzas muy grandes que son amigas de estas pequeñas naciones, porque hay que anotarlo aquí, para todos, para los que lo son, para los que no lo son y para los que lo odian, que países como Cuba en este momento, países revolucionarios y nada moderados, pueden plantearse la pregunta de si la Unión Soviética o la China Popular es amiga nuestra, y no pueden responder en una forma tibia, tienen que responder con toda la fuerza que la Unión Soviética, la China y todos los países socialistas y aun muchos otros países coloniales o semicoloniales que se han liberado, son nuestros amigos y que en esa amistad, en la amistad con esos gobiernos de todo el mundo, es que se pueden basar las realizaciones de una revolución americana, porque si a nosotros se nos hubiera hecho la agresión que se nos hizo con el azúcar y el petróleo y no existiera la Unión Soviética que nos diera petróleo y nos comprara azúcar, se necesitaría toda la fuerza, toda la fe y toda la devoción de este pueblo, que es enorme, para poder aguantar el golpe que eso significaría; y las fuerzas de la desunión trabajarían después, amparadas en el efecto que causaría en el nivel de vida de todo el pueblo cubano, las medidas que tomó la "democracia norteamericana" contra esta amenaza del mundo libre, porque ellos nos agredieron desembozadamente. Y hay gobernantes de América, que todavía nos aconsejan a nosotros, que lamemos la mano de quien nos quiere pegar y escupamos a quien nos quiere defender. Y nosotros les contestamos a esos gobernantes de esos países que preconizan la humillación en pleno siglo XX, que, en primer lugar, Cuba no se humilla ante nadie, y que en segundo lugar, Cuba conoce porque ha conocido por experiencia propia, y sus gobernantes las conocen, muy bien que las conocen, conocen las debilidades y las lacras del gobierno que aconseja esa medida, pero sin embargo Cuba no se ha dignado ni se ha permitido, ni lo creyó permisible, hasta este momento, aconsejar a los gobernantes de ese país, que fusilaran a toda su oficialidad traidora, que nacionalizaran todas las empresas monopolistas que tienen.

El pueblo de Cuba fusiló a sus asesinos y disolvió el ejército de la dictadura, pero no ha ido a decirle a ningún gobierno de América que fusile a los asesinos del pueblo o liquide el sostén de la dictadura. Sin embargo, Cuba sabe bien que hay asesinos en cada uno de los pueblos, y si no, lo pueden decir, incluso, los cubanos miembros de nuestro propio Movimiento, asesinados en un país amigo, por esbirros que quedan de la anterior dictadura.

Nosotros no pedimos paredón tampoco para el asesino de nuestros militantes, aunque si le hubiéramos dado paredón en este país... Lo que queremos, simplemente, es que ya que no se puede ser solidario en América, no se sea, al menos, traidor a América; que no se repita más en América que nosotros nos debemos a una alianza continental con nuestro gran esclavizador, porque esa es la mentira más cobarde y más denigrante que pueda proferir un gobernante en América. Nosotros, los miembros de la Revolución cubana, que somos el pueblo entero de Cuba, llamamos amigo a nuestros amigos y enemigos a nuestros enemigos, y no admitimos términos medios: o se es amigo, o se es enemigo. Nosotros, pueblo de Cuba, no le indicamos a ningún pueblo de la tierra lo que tiene que hacer con el Fondo Monetario Internacional, por ejemplo, pero no admitimos que nos vengan a dar consejos. Sabemos lo que hay que hacer; si lo quieren hacer, bien; si no lo quieren hacer, allá ellos. Pero nosotros no admitimos consejos, porque estuvimos aquí solos hasta el último momento, esperando de pie la agresión directa del más fuerte poder que hay en el mundo capitalista, y no pedimos ayuda a nadie, y estábamos dispuestos aquí, nosotros con nuestro pueblo, a aguantar hasta las últimas consecuencias de nuestra rebeldía.

Por eso podemos hablar con nuestra frente en alto y con nuestra voz muy clara, en todos los congresos y en todos los consejos donde se reúnan nuestros hermanos del mundo. Cuando la Revolución cubana habla, podrá estar equivocada, pero nunca dice una mentira. La Revolución cubana expresa en cada tribuna en que tiene que hablar, la verdad de los hijos de su tierra, y la expresa siempre de cara a los amigos o a los enemigos. Nunca se esconde para lanzar una piedra y nunca da consejos que llevan un puñal adentro, pero que están forrados con terciopelo.

A nosotros se nos ataca, se nos ataca mucho por lo que somos, pero se nos ataca muchísimo más, porque mostramos a cada uno de los pueblos de América lo que se puede ser. Y le importa mucho más al imperialismo que las minas de níquel o que los centrales de azúcar de Cuba, el petróleo de Venezuela, o el algodón de México, o el cobre de Chile, o las vacas de Argentina, o la hierba de Paraguay, o el café de Brasil; y le importa el total de esas materias primas que nutren los monopolios.

Por eso, cada vez que pueden nos ponen una piedra en el camino. Y cuando las piedras que nos ponen, no pueden ponerlas ellos, hay desgraciadamente, en América, quienes se prestan a poner esas piedras. No importa los nombres, porque incluso, nadie es culpable, porque nosotros no podemos decir aquí que el presidente Betancourt sea el culpable de la muerte de nuestro compatriota y de nuestro correligionario, no es culpable el presidente Betancourt; el presidente Betancourt es, simplemente, un prisionero de un régimen que se dice democrático. Ese régimen democrático, «se régimen que pudo ser otro ejemplo de América, cometió, sin embargo, la gran pifia de no usar el paredón a tiempo. Y hoy, el gobierno democrático de Venezuela es prisionero de los esbirros que conoció Venezuela hasta hace poco, que conoció Cuba, y que conoce la mayor parte de América.

Nosotros no podemos echarle en cara al presidente Betancourt una muerte; nosotros solamente podemos decir aquí, amparados en nuestra historia de revolucionarios, y en nuestra fe de revolucionarios, que el día en que el presidente Betancourt, elegido por su pueblo, se sienta tan prisionero que no pueda seguir adelante, y decida pedir ayuda a algún pueblo hermano, aquí está Cuba, para mostrarle a Venezuela alguna de sus experiencias en el campo revolucionario; que sepa el presidente Betancourt, que no fue —de ninguna manera pudo ser— nuestro representante diplomático, el que inició todo ese lío que se tradujo en una muerte. Fueron ellos, en último extremo, los norteamericanos o el Gobierno norteamericano. Un poquito más aquí, los batistianos, otro poco más aquí, todos aquellos que eran la reserva del Gobierno norteamericano en este país, y que se vestían de antibatistianos, pero querían derrotar a Batista y mantener el sistema; los Miró, tos Quevedo, los Díaz Lanz, los Hubert Matos... Y visiblemente, las fuerzas de la reacción que operan en Venezuela. Porque, es muy triste decirlo, pero el gobernante venezolano está a merced de que su propia tropa lo asesine, como ocurrió hace poco con un automóvil cargado de dinamita. El presidente venezolano, en este momento es prisionero de sus fuerzas de represión.

Y duele, duele porque de Venezuela llegó la más fuerte y la más solidaria de las ayudas al pueblo cubano cuando estábamos nosotros en la Sierra Maestra. Duele, porque logró sacarse, por lo menos, a lo más odioso del sistema opresivo, representado por Pérez Jiménez, mucho antes que nosotros. Y duele porque recibió a nuestra delegación, cuando llegó allí, en primer lugar, Fidel Castro, y luego nuestro presidente Dorticós, con las más grandes demostraciones de cariño y de afecto.

Un pueblo que ha alcanzado la alta conciencia política y la alta fe combatiente del pueblo venezolano, no estará mucho tiempo prisionero de algunas bayonetas o de algunas balas, porque las balas y las bayonetas pueden cambiar de manos, y pueden resultar muertos los asesinos.

Pero no es mi misión aquí, enumerar los gobiernos de América, enumerar, en estos últimos días, las puñaladas traperas que nos han dado y echar leña al fuego de la rebelión. No es esa mi tarea porque, en primer lugar, Cuba todavía no está exenta de peligro, y todavía hoy es el centro único de las miradas de los imperialistas en esta parte del mundo, y necesita de la solidaridad de todos ustedes, de la solidaridad de los de Acción Democrática, en Venezuela, igual que de los de URD, o de los comunistas, o de Copey, o de cualquier partido; de la solidaridad de todo el pueblo de México, de la solidaridad de todo el pueblo de Colombia, de Brasil y de cada uno de los pueblos de América. Porque sí es cierto que los colonialistas se asustaron. Ellos también les tienen miedo a los cohetes, y también les tienen miedo a las bombas como todo el mundo, y vieron hoy, por primera vez en su historia, que las bombas destructoras podían caer sobre sus mujeres y sus hijos, sobre todo lo que habían construido con tanto amor, como cualquiera quiere a su riqueza. Empezaron a sacar cálculos; hicieron funcionar sus máquinas electrónicas de calcular, y vieron que no era bueno ese sistema. Pero eso no quiere decir que hayan renunciado, de ninguna manera, a suprimir la democracia cubana. Están de nuevo sacando laboriosos cálculos en sus máquinas multiplicadoras, para saber cuál es el mejor de los otros métodos alternos que tienen, para agredir a la Revolución cubana. Porque tienen el método Idígoras, y el método Nicaragua, y el método Haití —ya no el método Santo Domingo por ahora—, pero tienen, también, el de los mercenarios que están en la Florida, tienen el método OEA, tienen muchos métodos. Y tienen fuerza, tienen fuerza para ir perfeccionando esos métodos.

El presidente Árbenz conoció, él y su pueblo, que tienen muchos métodos y mucha fuerza. Desgraciadamente para Guatemala, el presidente Árbenz tenía un ejército a la antigua usanza, y no había conocido enteramente de la solidaridad de los pueblos y de su capacidad de hacer retroceder cualquier agresión.

Esa es una de nuestras grandes fuerzas: las fuerzas que se mueven en todo el mundo y que olvidan todas las banderías particulares de las luchas políticas nacionales, para defender, en un momento dado, a la Revolución cubana. Y me permitiría decirlo, que es un deber de la juventud de América, porque esto que hay aquí es algo nuevo, y es algo digno de estudio. No quiero decirles yo lo que tiene de bueno: ustedes podrán constatar lo que tiene de bueno.

Que tiene mucho de malo... lo sé; que hay mucha desorganización aquí... yo lo sé. Todos ustedes ya lo sabrán, quizás, si han ido a la Sierra. Que hay guerrillismo todavía... yo lo sé. Que aquí faltan técnicos en cantidades fabulosas de acuerdo con nuestras pretensiones... yo lo sé. Que todavía nuestro ejército no ha alcanzado el grado de madurez necesaria, ni los milicianos han alcanzado la suficiente coordinación para constituirse en un ejército... yo lo sé. Pero lo que yo sé, y quisiera que todos ustedes supieran, es que esta Revolución se hizo siempre contando con la voluntad de todo el pueblo de Cuba, y que cada campesino y cada obrero, si maneja mal el fusil, está trabajando todos los días para manejarlo mejor, para defender su Revolución. Y si no puede en este momento entender el complicado mecanismo de una máquina cuyo técnico se fue ya a los Estados Unidos, lo estudia todos los días para aprenderlo, para que su fábrica ande mejor. Y el campesino estudiará su tractor, para resolver los problemas mecánicos que tenga, para que los campos de su cooperativa rindan más.

Y todos los cubanos, de las ciudades y del campo, hermanados en un solo sentimiento, van siempre hacia el futuro, pensando con una unidad absoluta, dirigidos por un líder en el que tienen la más absoluta confianza, porque ha demostrado en mil batallas y en mil ocasiones diferentes, su capacidad de sacrificio, y la potencia y la clarividencia de su pensamiento.

Y ese pueblo que hoy está ante ustedes, les dice que, aun cuando debiera desaparecer de la faz de la tierra porque se desatara a causa de él, una contienda atómica, y fuera su primer blanco; aun cuando desapareciera totalmente esta Isla y sus habitantes, se consideraría completamente feliz y completamente logrado, si cada uno de ustedes al llegar a sus tierras es capaz de decir:

"Aquí estamos. La palabra nos viene húmeda de los bosques cubanos. Hemos subido a la Sierra Maestra, y hemos conocido a la aurora, y tenemos nuestra mente y nuestras manos llenas de la semilla de la aurora, y estamos dispuestos a sembrarla en esta tierra y a defenderla para que fructifique." Y de todos los otros hermanos países de América, y de nuestra tierra, si todavía persistiera como ejemplo, les contestará la voz de los pueblos, desde ese momento y para siempre: "¡Así sea: que la libertad sea conquistada en cada rincón de América!"

[Discurso en el acto de apertura del Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes, el 28 de Julio de 1960].

* Ernesto Che Guevara. Obras 1957-1967, Casa de las Américas, La Habana, Cuba, 1970, p. 390-402.

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