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Nueva visita a Gerardo

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Por Danny Glover y Saul Landau

6:50 a.m. El avión despega del aeropuerto de Oakland, California.

8:05 a.m. El avión aterriza en Ontario, California; esperamos por el autobús del alquiler de autos, recogida del auto alquilado y viaje al noreste hacia Las Vegas. (¿Cómo explicar de otra manera el mucho tráfico un domingo por la mañana?)

9:30 a.m. Salimos del auto alquilado con aire acondicionado hacia el sol quemante del Desierto de Mojave, el paisaje para el Complejo Correccional de EE.UU. en Victorville, California.

El guardia en la recepción nos entregó formularios. Debemos llenar los formularios y esperar junto con varias mujeres en la sala de espera. Falta un cartel en la habitación de metal gris: “Inamistoso”.

10:30.a.m. Saúl pregunta al guardia de la recepción cuánto más debemos esperar. “Están contando a los prisioneros”, responde.

11:30 a.m. Un guardia dice nuestro número. Pasamos por el detector de metal y el registro personal. Un guardia nos pone un cuño en un antebrazo. Sólo se nos permite llevar en el bolsillo monedas de veinticinco centavos; nada más —las monedas que aceptan las máquinas de comida venenosa en la sala de visitas.

Una puerta sin pomo se abre. Danny, Saúl y cinco mujeres entran a otra habitación. Un guardia invisible dentro de una oficina sellada de grueso cristal cierra electrónicamente la pesada puerta de metal; otro guardia pasa una máquina de luz ultravioleta sobre el cuño invisible de nuestros antebrazos. Esperamos. Unos momentos después el guardia invisible abre otra sólida puerta de metal.

Los visitantes están parados en un desnudo pasillo al aire libre, entre bunkers de concreto gris y suficiente alambre de espino como para sellar fronteras nacionales. El hirviente sol del desierto nos alerta acerca del entorno y el contraste entre lo que el arquitecto de la prisión ha hecho y el paisaje en el cual se construyeron los inmensos bunkers de concreto; inquietantes montañas, desierto, cactos y huesos no vistos de muertos —pioneros e indios.

Después de una habitación sellada electrónicamente, entramos a la sala de visita —y esperamos.

Mediodía

Nos sentamos en sillas plásticas en miniatura que ni siquiera Kmart vendería. Se abre una puerta; Gerardo Hernández emerge. En la década de 1990, la inteligencia cubana lo envió a dirigir un grupo de infiltración en el sur de la Florida.

Las bombas en hoteles no atraen particularmente a los turistas y la economía de Cuba dependía de la expansión de su sector de turismo. En 1997, a fin de detener la ola de atentados con bombas en hoteles y restaurantes de La Habana, el grupo de Gerardo penetró a grupos violentos del exilio.

Los predecesores de Gerardo comenzaron a infiltrarse en tales grupos antes de que él naciera. En 1959, ex oficiales de Batista y otros exiliados antirrevolucionarios comenzaron sus ataques aéreos contra Cuba desde la Florida.

Cuba se quejó a Washington. El presidente Eisenhower dijo burlonamente: “¿Por qué los cubanos no derriban los aviones?”. Pero Washington no detuvo los vuelos.

Más de tres décadas después, José Basulto formó Hermanos al Rescate para detectar a los balseros en el mar entre Cuba y la Florida. Después, los Acuerdos Migratorios de 1994-96 eliminaron la necesidad de tal operación. Basulto cambió su misión. Él convenció a ricos exiliados derechistas de que financiaran a los Hermanos para entrar al espacio aéreo cubano y soltar volantes provocadores.

Los infiltrados cubanos descubrieron que Basulto había desarrollado algunas armas que él pensaba lanzar. Gerardo, el agente de control de La Habana, ayudó a que un agente, Juan Pablo Roque, escapara de Miami. De regreso en Cuba, Roque celebró una conferencia de prensa y reveló que él también había sido informante del FBI.  Como testigo presencial, ofreció detalles de los planes violentos de Basulto contra Cuba.

Este apuesto joven piloto había engañado a Hermanos al Rescate y al Buró. También se convirtió en el niño mimado de la  congresista de extrema derecha Ileana Ros-Lehtenin (una foto la muestra algo más que interesada en Roque). Poco después de la conferencia de Roque, Basulto anunció su intención de sobrevolar territorio cubano. Un funcionario de la Casa Blanca y la FAA (Autoridad Federal de Aviación) sabían de los planes, pero el gobierno al final acusó a Gerardo como la fuente de La Habana de los planes de vuelo de Basulto —tres aviones— que permitió que MiGs cubanos derribaran a dos de ellos el 24 de febrero de 2009. El avión de Basulto regresó a Miami.

Después de que Roque revelara su verdadera identidad, los comentaristas de la radio derechista de Miami comenzaron a asegurar que Castro se había apoderado del FBI. En 1998, en parte para eliminar esa imagen, cree Gerardo, el FBI lo arrestó a él y a otros agentes cubanos (Los Cinco de Cuba), a pesar del hecho de que ellos habían suministrado al Buró los detalles de explosivos ocultos y alijos de armas, así como otra información relevante a la eliminación del terrorismo.

La acusación de EE.UU. se basaba en la suposición de que los MiGs dispararon misiles en el espacio aéreo internacional. Los vectores cubanos indican que la acción ocurrió en el espacio aéreo cubano. El gobierno norteamericano no ha mostrado imágenes satelitales por razones de “seguridad nacional”. El abogado de Gerardo no las exigió como evidencia para la defensa.

“¿Por qué?”, preguntó Gerardo, “el gobierno de EE.UU. no usa esas imágenes si demuestran la argumentación de la fiscalía?”  Si el derribo ocurrió en el espacio aéreo cubano, dice, no habría delito. Una apelación pendiente —una moción para eliminar la condena— argumentará este punto.

Durante el juicio, exiliados extremistas fotografiaron la licencia de los autos de los miembros del jurado. Una declaración de inocencia, temían los jurados, pudiera tener como resultado que quemaran sus casas, o peor. Por tanto, el jurado prestó poca atención a  hechos como que Gerardo no conocía el plan de vuelo de los Hermanos, ni tuvo acceso a la decisión de Fidel de derribar a los aviones violadores del espacio aéreo. “Un Caso Dreyfus norteamericano”,  calificó un abogado al juicio contra los Cinco de Cuba.

2:54 p.m. Los altavoces anuncian que la hora de visita ha terminado. Un preso a su espalda felicitó a Danny por su labor como actor. Danny giró la cabeza para agradecérselo. Un guardia apareció. “Lo siento, señor, pero no está permitido que usted dé la vuelta y hable con otros prisioneros”.

Gerardo se encogió de hombres. Un cartel en una habitación sellada dice que la prisión de Victorville es una institución “humanitaria, correctiva”. Al menos el cartel no asegura que los cerdos pueden volar.

Gerardo quería ver el nuevo filme de Saúl. Por favor, que el verdadero terrorista se ponga de pie. La voz de Gerardo, grabada durante una conversación telefónica, aparece en el documental, así como Danny. La prisión no le permite recibir DVDs; él puede ver DVDs de la biblioteca de la prisión, la cual no es probable que la compre.

Todos los días los guardias se van a sus casas. Gerardo se queda. El sol se pone tras las montañas en el desierto y montañas de concreto, acero y alambre de espino: Danny y Saúl suspiran. Gerardo, sonriente, alza su puño en un saludo triunfal.

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