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A 50 años del golpe en Brasil

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Por Niko Schvarz*

Acaban de cumplirse 50 años, medio siglo exacto del golpe de Estado en Brasil del 31 de marzo-1º de abril de 1964, conocido como el golpe de Lincoln Gordon , nombre del embajador de Estados Unidos en Brasilia, capital inaugurada unos pocos años antes.

Este golpe de Estado tuvo otra característica notable: fue anunciado por el presidente norteamericano Lyndon B. Johnson (sucesor del asesinado presidente John F. Kennedy) antes de que se produjera, lo que subraya la implicación directa del gobierno de Washington y de agencias como la CIA en su preparación y en el derrocamiento del presidente constitucional, Jango Goulart.

El golpe tuvo profunda repercusión en América y en el mundo. Integraba la política agresiva desplegada por el imperialismo yanki en la América Latina y caribeña después del triunfo de la revolución cubana del 1º de enero de 1959, y que se expresó en la invasión de Playa Girón en abril de 1961, hecha trizas en 72 horas por el pueblo cubano bajo la dirección de Fidel Castro, y en la crisis de los misiles de octubre de 1962 en Cuba, que colocó al mundo al borde de la guerra nuclear. Al fracasar en ambos casos, EEUU desató una intervención descarada a lo largo del continente, cuyo primer episodio fue precisamente el golpe brasileño, seguido por la invasión de los marines en la República Dominicana en abril de 1965, en la cual participaron también tropas de la flamante dictadura brasileña. Ésta se extendió hasta el año 1984, sucediéndose en el poder los generales Humberto Castelo Branco, Arthur da Costa e Silva, Emilio Garrastazú Médici, Ernesto Geisel y Joâo Baptista Figueiredo.

A pesar del tiempo transcurrido, conservo muy frescos los recuerdos de este episodio. Fui enviado por el diario El Popular a la frontera con Brasil, en la localidad de Río Branco, departamento de Cerro Largo, con la población de Jaguarâo del otro lado de la frontera. Llegué hasta allí, se hablaba de una resistencia al golpe de parte de un sector del ejército, pero nada de eso se produjo, y un par de días después estábamos entrevistando a Jango en la puerta de una residencia de verano en el balneario de Solymar, donde le habían ofrecido refugio.

Aparecimos en primer plano en la tapa de la revista norteamericana Time, frente a Goulart, tres periodistas uruguayos, en medio de una multitud de comunicadores de todo el mundo: Carlos María Gutiérrez, de Marcha; el coronel Juan José López Silveira, oficial del ejército uruguayo que peleó en la guerra de España y publicó una notable crónica de la derrota de los ejércitos republicanos y su penosa travesía por los Pirineos rumbo a Francia, y el suscrito. Goulart habló del golpe de Estado y de la organización de la resistencia.

Vivió un tiempo en nuestro país, luego pasó a la Argentina. Después del golpe de Estado en Uruguay del 27 de junio de 1973, en un período Goulart se alojaba, lo mismo que Zelmar Michelini, en el hotel Liberty de Buenos Aires, en la avenida Corrientes y Florida, ahí lo vi varias veces cuando iba a visitar a Zelmar.

Después pasó a residir en la provincia de Corrientes, donde encontró la muerte. Todo indica que fue un asesinato (como otros tantos en épocas posteriores, en varios países) en que estaba metida la mano de la CIA y sus agencias y, en este caso, de la dictadura argentina. Entre las muertes sospechosas (y, en algunos casos, con la seguridad de que fueron asesinatos), se encuentran las del general panameño Omar Torrijos, del comandante del ejército peruano general Hoyos, el del ex presidente chileno Eduardo Frei y la del poeta Pablo Neruda.

A mí me había tocado también vivir directamente los antecedentes del golpe de Estado brasileño, que se remontan a la llegada del Ché Guevara a nuestro país en agosto de 1961 para participar en Punta del Este en la Conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES), dependiente de la OEA. En su transcurso, a pocos meses de la invasión de Playa Girón, el Ché denunció la fementida Alianza para el Progreso del presidente Kennedy en pleno rostro del delegado norteamericano Douglas Dillon y se refirió al tiempo augural de América Latina en la nueva situación creada por la revolución cubana. Al término de dicha reunión pronunció su célebre discurso en el Paraninfo de la Universidad, en Montevideo, circunstancia en que las bandas fascistas asesinaron al profesor Arbelio Ramírez; y luego de entrevistarse con el presidente Arturo Frondizi en Buenos Aires viajó a Brasil, donde fue condecorado con la máxima distinción por el presidente Janio Quadros.

Aquí es donde la historia se enlaza con el aniversario del golpe brasileño. Porque Quadros fue sometido a una presión brutal por parte de los mandos militares brasileños, reacios a la distinción conferida al dirigente revolucionario cubano-argentino, y optó por renunciar y mandarse mudar. Quien debía asumir la presidencia en esa circunstancia, en su carácter de vicepresidente, era precisamente Jango Goulart, que estaba de viaje en las antípodas, por China y la India, y emprendió el retorno a toda máquina, pasando por el aeropuerto de Carrasco para dirigirse hacia el Palacio Piratiní en Porto Alegre, sede del gobierno de Río Grande do Sul a cargo del gobernador Leonel Brizola, cuyo papel en esta instancia fue relevante. Una miríada de periodistas internacionales instalados en el Palacio de Piratiní presenciamos la llegada de Goulart, que fue recibido en triunfo por una multitud y se dirigió poco después a Brasilia para tomar posse , o sea, asumir la presidencia de la República. El golpe incubado por los militares se frustró, pero a partir de ese momento se dedicaron en absoluto sigilo a organizar una nueva versión, corregida y aumentada. El resultado fue el golpe de Estado que acaba de cumplir medio siglo.

En oportunidad, Rodney Arismendi realizó una profunda caracterización de este acontecimiento, que en sus tramos fundamentales expresa: El golpe en Brasil es de gran significación histórica. No sólo por la dimensión de Brasil y su peso en la estrategia continental, sino también porque es la primera experiencia  de instauración de regímenes fascistas en este período. En 1976 se abrieron los archivos de Lyndon Johnson, ex presidente de EEUU, y se acaban de publicar, tanto en su país como en Brasil, de lo que gobernantes y militares de  EEUU llamaron la Operación Hermano Sam . En ellos se ventilan los planes de intervención directa en Brasil. La flota tomó posición en el Atlántico Sur frente a las costas brasileñas, de la misma manera que se desplegaría frente a Valparaíso cuando el golpe contra el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende. El plan preveía distintas alternativas, suministro de armas y petróleo, incluso el posible asesinato del presidente Goulart en caso de que la operación fracasara en primera instancia .

Luego expresa: El golpe en Brasil ya no es igual a otros montados por el imperialismo en el pasado y que han hecho sufrir tiranías militares a tantos pueblos. El plan de EEUU, de los jefes militares fascistas y de los sectores más regresivos de la gran burguesía y los latifundistas, se propone transformar sistemáticamente el aparato de Estado en sentido fascista, hacer de Brasil un amplio campo de aplicación de grandes monopolios internacionales apropiándose a la vez de sus riquísimas fuentes de materias primas. Se trata de un plan de crecimiento económico al servicio de objetivos militares. La dictadura militar fascista debe cumplir su desempeño contrarrevolucionario y agresivo en toda América del Sur como socio menor de los jefes del Pentágono. Sus métodos  son los característicos de la dictadura terrorista: la liquidación de toda tradición democrática y el  exterminio de los cuadros del movimiento obrero, democrático y avanzado. Es en este tiempo la primera experiencia de instauración de gobiernos de tipo fascista al estilo de los que en la década del 70 se establecerán en el Cono Sur .

Estaba aludiendo inequívocamente a la sucesión de golpes de Estado a los que abrió camino el golpe brasileño, a saber: los de Uruguay el 27 de junio de 1973, que también fue caracterizado como fascista, al igual que el golpe chileno del 11 de setiembre del mismo año, que consumó el asesinato del presidente Salvador Allende, a los que seguiría en la Argentina el golpe de Estado de los generales Jorge Rafael Videla y Leopoldo Galtieri el 24 de marzo de 1976, al tiempo que en Paraguay pervivía, hasta fines de la década siguiente, la longeva dictadura de signo nazi del general Alfredo Stroessner.

A su vez, estos golpes de estado constituían la respuesta de EEUU y de las fuerzas retrógradas en cada país al proceso iniciado por la revolución cubana y que sumó al inicio de la década del 70 al gobierno de la Unidad Popular en Chile con un programa definidamente a favor del socialismo, sustentado en la unión de todas las fuerzas de izquierda y progresistas. Era un cambio cualitativo en la correlación de fuerzas a nivel continental. En sus mil días  el gobierno de Allende se empeñó en el cumplimiento del programa comprometido de profundas transformaciones, comenzando por la nacionalización del cobre.

Desde 1968, además, el campo del antimperialismo y el nacionalismo latinoamericano se complementó con el gobierno nacionalista avanzado del general Juan Velasco Alvarado en Perú, mientras el general Omar Torrijos encabezaba en Panamá un gobierno que reivindicaba frente a Estados Unidos la soberanía nacional sobre el Canal de Panamá. A ellos se unió de manera efímera el gobierno del general Juan José Torres en Bolivia, llevado por los mineros al Palacio del Quemado en octubre de 1970 (al mes siguiente de la elección de Allende) y derribado por el golpe del general Hugo Banzer en agosto de 1971.

Los golpes de Estado del año 1973 en Uruguay y Chile eran producto de la contraofensiva desplegada por EEUU en alianza con las oligarquías y el capital financiero, e iniciada, como vimos, en el golpe brasileño de 1964, para revertir esta situación. Se concretó en la conformación de dictaduras militares de contenido fascista. En el caso de Chile, el operativo fue planeado minuciosamente en  todos sus aspectos crímenes, desestabilización, desabastecimiento, financiación de los grupos terroristas- en el Consejo Nacional de Seguridad de EEUU, con participación directa de Nixon y Kissinger. Volviendo a la caracterización de Arismendi, señalaba la distinta naturaleza de los regímenes surgidos de los golpes de estado fascistas en relación a las anteriores dictaduras. Los regímenes entronizados en América del Sur no eran iguales a los tipificados por la gran narrativa, desde El señor Presidente de Miguel Ángel Asturias o El recurso del método de Alejo Carpentier, hasta el posterior El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez. La batuta estaba entonces en manos del capital financiero y de los monopolios, era superior el grado de desarrollo del capitalismo y había adquirido nueva realidad continental el proceso revolucionario que, con Cuba, había evidenciado la crisis del sistema de dominación del imperialismo norteamericano. Los regímenes fascistas, de carácter entreguista e implementación militar (otorgando a las fuerzas armadas el papel de partidos fascistas, para suplir la base de masas que les faltaba) debían ser, en la óptica del imperio, meros ejecutores de la guerra interna contra nuestros pueblos. Ello suponía, en el plano interior, el terrorismo de estado, el arrasamiento de todas las instituciones y de las tradiciones democráticas, la guerra abierta contra toda la nación y el ataque al nivel de vida del pueblo. Eran tiranías de nuevo tipo, feroces, amorales en su sadismo, con cerebro de verdugos y alma de inquisidores escribía Arismendi- pero política e históricamente eran frágiles, como en la década de los 80 se fue evidenciando .

Ya antes, al final de la década precedente, alumbró la revolución popular sandinista del 19 de julio de 1979, que fue saludada como la eclosión de la primavera popular  en Nicaragua. Y en los años 80 se cierra el ciclo de las dictaduras militares en América el Sur, por obra de una conjunción de fuerzas políticas y sociales, que van dibujando un friso  muy diversificado de alianzas antidictatoriales, cuyo componente básico es la unidad en un plano de gran amplitud y cuyo contenido esencial es la reconquista de la democracia. Así ocurre en Uruguay, en Argentina, en el propio Brasil, en Chile e incluso en Paraguay. Estados Unidos replica con la agresión militar y económica contra Nicaragua sandinista y el rearme de la contra ; con la invasión a la isla de Granada el 25 de octubre de 1983, echando por tierra el gobierno independentista de Maurice Bishop, fusilado; con el apoyo a los escuadrones de la muerte salvadoreños que enfrentaban la guerrilla del recién creado FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional), cometiendo masacres contra la población civil y el asesinato de monseñor Oscar Arnulfo Romero; con la invasión de Panamá en diciembre de 1989 , la masacre de Los Chorrillos y la asunción de la presidencia por Guillermo Endara en la base norteamericana de Forth Clayton, sobre el Canal.

La historia reciente, a partir de la última década del siglo pasado, es más conocida. En 1992 se firmaron en el castillo de Chapultepec, México, los acuerdos de paz entre el gobierno salvadoreño y el Frente Farabundo Martí. Ahora, éste acaba de ganar por vía electoral su segundo gobierno consecutivo, y el 1º de junio próximo Mauricio Funes entregará la banda presidencial al ex líder guerrillero Salvador Sánchez Cerén, en una situación completamente distinta en el pulgarcito centroamericano . En el plano continental, con la asunción de la presidencia por parte de Hugo Chávez en 1998 se abrió de hecho un nuevo período histórico en la América Latina y caribeña, que llevó a la conquista del gobierno por parte de las fuerzas progresistas y de izquierda en la mayoría de los países, a menudo sobre la base de la constitución de frentes unitarios, como es el caso emblemático del Frente Amplio uruguayo.

Una vez más, como en el caso brasileño de medio siglo atrás, el imperio y las fuerzas retrógradas han apelado al golpe de Estado para frenar ese curso progresista y liberador, que marca su sello indeleble en el mundo de hoy. Así, como resultado de la contraofensiva del imperialismo y la reacción, hemos padecido los golpes de Estado que derribaron a los gobiernos progresistas de Manuel Zelaya en Honduras y de Fernando Lugo en Paraguay, a la vez que fueron conjurados sendos intentos golpistas en Venezuela contra Chávez (en abril de 2002 y el subsiguiente paro petrolero, todo lo cual se ha amplificado en las actuales guarimbas, acciones violentas y atentados mortales contra el gobierno legítimo de Nicolás Maduro); en Bolivia, acompañados de maniobras secesionistas, contra el gobierno de Evo Morales; en Ecuador contra el gobierno de Rafael Correa, secuestrado y cuya vida corrió serio riesgo.  Todos estos intentos fueron o están siendo conjurados por la acción conjunta de pueblos y gobiernos, y por ejemplares demostraciones de solidaridad latinoamericana, expresada en particular a través de organismos como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR).

Es a esta luz que conviene recordar los acontecimientos históricos del golpe de estado brasileño del 31 de marzo de 1964 y la larga lista de crímenes de la dictadura militar brasileña hasta que la lucha popular la sacó de la escena veinte años después. Por iniciativa del gobierno de Dilma Rousseff (ella misma víctima de las torturas), se creó en Brasil una Comisión Nacional de la Verdad, que ha iniciado la investigación de estos crímenes con vistas a la determinación de responsabilidades. El pasado 18 de febrero, dicha Comisión envió un pedido a las autoridades militares para que se investiguen las denuncias sobre torturas y muertes ocurridas en instalaciones del ejército durante la dictadura. La Comisión basó su pedido en sus propias investigaciones y en más de un centenar de testimonios aportados por víctimas del terrorismo de Estado.

En la fecha del aniversario, el Ministro de Defensa, Celso Amorim, anunció que las fuerzas armadas accedieron esto acontece por primera vez- a investigar lo acontecido en siete unidades del ejército, reconocidas como notorios centros de torturas. Hay un reclamo general de la sociedad de que esta investigación vaya a fondo y abarque a todos los responsables y a quienes apoyaron el golpe. Se ha sabido, por ejemplo, que un vicecónsul de Estados Unidos en San Pablo era visitante asiduo de un centro de detención y torturas, y otro tanto acontece con un alto dirigente de la FIESP, la federación de industrias del estado de San Pablo. Se sabe también que una parte significativa de la iglesia católica apoyó la destitución del gobierno constitucional de Joâo Goulart.

En este aniversario, la iglesia ha iniciado una autocrítica al respecto. Admitió que parte de ella apoyó el golpe militar, lo que autocalifica como un error histórico , por cuanto la dictadura estableció una espiral de violencia con la práctica de la tortura, el cercenamiento de la libertad de expresión, destitución de políticos, se instalaron el miedo y el terror . También se recuerda que, con excepción del diario Ultima Hora, todos los medios de comunicación respaldaron el golpe, y varios de ellos, especialmente el emporio de la Rêde Globo, se beneficiaron mucho con la dictadura.

En la fecha señalada, presenciamos otro hecho insólito. Se realizó en Brasilia una ruidosa demostración de partidarios de la dictadura, que irrumpió en la propia sala del Congreso con pancartas a favor del golpe de Estado y proclamando que gracias a los militares, Brasil no es Cuba , lo que demuestra que aún es fecundo el vientre que parió esas bestias, como dijera Bertolt Brecht.

 *Periodista

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