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Jugando con fuego

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tribuna

Carta desde Colombia sobre la crisis venezolana

Rolf Perea C.

27 de febrero de 2019

Se termina el segundo mes de 2019 con un convulsionado panorama en el norte de Suramérica por cuenta de la cruzada internacional para sacar a Nicolás Maduro de la Presidencia de Venezuela. Aunque el objetivo de ese audaz movimiento sería encontrarle alguna solución a la diáspora que se extiende por todo el continente y también superar la delicada situación social interna de la República Bolivariana, la verdad es que los acontecimientos amenazan con encender un polvorín de insospechadas consecuencias para la hermandad y respeto entre las naciones de la región.

Dos muertos, centenares de heridos, ayuda humanitaria incinerada, fronteras cerradas, más de 300 militares venezolanos en deserción, relaciones rotas y una creciente sensación de asombro y desconcierto son algunas de las conclusiones de estos últimos días, en los que la tensión diplomática entre Venezuela y varios de sus vecinos comienza a tomar visos preocupantes de confrontación. Con el ingrediente adicional de que es Colombia quien ha liderado en el Grupo de Lima eso que han bautizado por estas latitudes como el “cerco diplomático”.

Tan solo un día duró el placebo esperanzador del concierto del 22 de febrero, que fue bautizado con el poco original y anglosajón nombre de ‘Live Aid Venezuela’, rememorando los dos espectáculos que se organizaron en 1985 en Londres y Filadelfia para recaudar ayuda destinada a millones de habitantes de África Oriental que sufrieron las devastadoras consecuencias de una sequía que se extendió por más de tres años.

Sin embargo, el bálsamo que ofreció este ‘Live Aid’ (en nuestro castizo español se traduciría como ‘ayuda en vivo’) no alcanzó a durar más de 24 horas. A la mañana del día siguiente, este lado de la frontera se levantó con imágenes que mostraban ciudadanos venezolanos enfrentados a las fuerzas armadas de su país en los pasos fronterizos con Colombia y Brasil. Los primeros intentando ingresar medicinas y comidas que se recogieron a expensas del concierto, y los segundos impidiéndolo en cumplimiento de una orden presidencial que vociferó días atrás que “Venezuela no necesitaba ‘mendingarle’ (sic) a nadie”.

Ojalá este solo fuera un capítulo más del largo anecdotario cantinflesco al que nos tienen acostumbrados los líderes de estas latitudes. No. Con el paso de las horas va creciendo la tensión internacional de una crisis que lleva años y a la que no se le ve pronta solución. Un costal de anzuelos en el que Colombia parece enredarse aún más con cada nuevo movimiento. Aquí también va en alza la polarización de una sociedad que todavía no termina de cerrar las heridas abiertas de sus múltiples violencias, en ese escenario el tema venezolano parece ser un condimento más en la larga lista de desencuentros entre los propios colombianos.

A la avalancha de acontecimientos preocupantes de esta última semana de febrero, se suma la reunión extraordinaria de un también dividido Grupo de Lima. Naciones del continente que se habían mostrado de acuerdo con explorar salidas a la crisis venezolana, hoy parecen no tener un consenso claro de qué es lo que tienen que hacer. Mientras Estados Unidos torna más agresivo su discurso y ratifica que “todas las opciones están sobre la mesa” (con la sumisa y complaciente mirada colombiana), miembros como Chile o México comienzan a desmarcarse de la aventura militar para derrocar al dictador, que hace solo meses era tratado como presidente, y que tiene de su lado el nada despreciable apoyo de Rusia, China y Cuba.

La intervención por la fuerza es un demonio con varias cabezas, otra de las cuales se asomó en las declaraciones de Mike Pence, vicepresidente de Estados Unidos, el lunes en Bogotá: “Colombia es nuestro socio más importante en la región y cualquier amenaza a su soberanía y seguridad enfrentará la determinación de los Estados Unidos”.

Mientras este país sufre la tragedia de la muerte sistemática de líderes sociales y defensores de derechos humanos, el desbordamiento de ríos que dejaron más de 4.000 familias en emergencia en Chocó (uno de los departamentos más pobres de Colombia) y las permanentes trabas del Estado al cumplimiento del Acuerdo de Paz firmado con la ex guerrilla de las FARC, para mencionar sólo algunas cuentas en el rosario de problemas locales, el Gobierno de Iván Duque decide meterse de frente con un asunto que, si bien es cierto afecta a todo el continente, podría terminar desestabilizando de manera muy grave la geopolítica y democracia de la región. Desde Vietnam, pasando por Afganistán e Irak, hasta llegar a Siria; la historia reciente nos muestra los resultados de la política guerrerista norteamericana, ojalá Colombia entienda las delicadas implicaciones del dilema que está enfrentando y decida no jugar con fuego para “ayudar” a solucionarlo.

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