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Programa político, dirección y correlación de fuerzas

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Arturo D. Villanueva Imaña

La realización del Encuentro Sindical Internacional Antiimperialista que se efectuó en la ciudad de Cochabamba en los primeros días de este mes de julio, nos permite reflexionar acerca de los temas centrales relacionados con todo proceso de cambio y transformación.

Si coincidiésemos en el criterio de que el proletariado constituye la clase revolucionaria por excelencia; es decir, un sujeto social protagónico en el contexto mundial de multicrisis que vivimos actualmente, ya de por sí la realización de un Encuentro Internacional de ese tipo, donde se abordaron temas acerca del programa político, los postulados y las tareas que la clase obrera mundial se plantea actualmente en el mundo globalizado de hoy; ciertamente debería constituir un tema de primerísima importancia y enorme valor político e informativo. Mucho más si se toma en cuenta la ansiosa necesidad mundial por encontrar salidas y respuestas al conjunto de problemas y crisis (climática, ambiental, alimentaria, económica, social, etc.) que, además, han puesto en jaque al paradigma civilizatorio predominante y el propio sistema capitalista imperante. Para conocer ello y debatir su pertinencia, viabilidad y lucidez, habrá que remitirse a los documentos oficiales aprobados que pueden encontrase en:  http://alainet.org/active/75086

En ese contexto, el caso boliviano no es un asunto menor, porque muy al margen de que el país se enrumba hacia otro periodo de elecciones nacionales donde se disputará un nuevo periodo gubernamental, lo que en verdad cuenta (o al menos debería serlo en vista del proceso de transformaciones iniciado a inicios del nuevo siglo), es el tipo de sociedad y el modelo de Estado que se propone desarrollar de cara a los desafíos que plantea la historia. Es decir, y muy en contrario del criterio de que se trate de una coyuntura más, donde lo que se produce es la renovación o ratificación de nuevas caras y personajes que sólo se preocuparán por perfeccionar y/o resolver algunos problemas de gestión y gobernabilidad, y que en realidad sólo se limitarán a garantizar la continuidad del sistema y la institucionalidad vigente; lo que en verdad se juega, es la  oportunidad para profundizar el proceso de transformaciones y construir una nueva alternativa al sistema decrépito y decadente que se encuentra en crisis.

Muy al contrario de preocupaciones electorales que concitan la atención ciudadana, o sobre la forma de cómo se conformará el próximo gobierno, lo que realmente quisiera llamar la atención es que convencidos del periodo de bonanza económica (siempre pasajera), o la sensación de estabilidad y hasta bienestar que han alcanzado algunos sectores que se han desplazado hacia las clases medias y las nuevas élites adineradas, nos dejemos llevar y caigamos en el error de conformarnos y olvidar las tareas estratégicas y la construcción de un Proyecto nacional alternativo, tal como el pueblo había establecido en el mandato constitucional.

De partida, llama la atención aquella “fiebre” que se ha apoderado de una mayoría del pueblo y los sectores sociales (incluido el proletariado nacional), que solo se plantean ganar las elecciones, acceder al gobierno o simplemente conseguir la fórmula para asegurarse un puesto en las listas de candidatos. Parecería como si todo el futuro del proceso se hubiese reducido a la pugna por incorporar candidatos en las listas electorales. Y tal es así que nada menos que el proletariado minero, histórica y poderosa vanguardia que encabezó las más importantes coyunturas de revuelta nacional, ahora se reduce a reclamar una canonjía traducida en una posición senatorial para un departamento del país. En ningún caso se plantea el asunto de la dirección política del proceso. Y si no se formula esta situación, entonces es claro que no solo está dispuesto a ceder su lugar, sino que frente a este vacío, son otros a no dudarlo (y no precisamente los llamados históricamente a constituirse en vanguardia), quienes tomarán la dirección del proceso para imponer sus propios intereses. De hecho ya lo están haciendo y por eso se explica el viraje que ha tomado el proceso.

Esta inquietante situación también se refleja en la decisión de la COB y la FSTMB, de apoyar una candidatura y respaldar un proceso (mejor sería decir gobierno) que abandonó las tareas de transformación, siendo que debería dirigirlo y no limitarse a la disputa por cualquier lugar en las listas de candidaturas. Y cuánto mayor es el infortunio, cuando ni siquiera por un acto de respeto y consecuencia a su propia trayectoria histórica y revolucionaria, decida actuar de ésta manera.

En cuanto al programa, no hay algo mejor que decir, habida cuenta de los programas de gobierno que ya se han conocido. Peor aún si se tuviesen que contar aquellas propuestas que corresponden a la oposición, porque en el mejor de los casos solo buscan mejorar la gestión gubernamental o encarar de mejor manera algunos problemas acuciantes de la ciudadanía.

Tomando en cuenta el ideario y los objetivos que se habían planteado para encarar el proceso, habida cuenta del tiempo transcurrido desde su inicio y, sobre todo, conociendo la orientación que ha adoptado en los últimos años; la pregunta no debería ser cuál es la mejor candidatura, o si vale la pena dar continuidad a la actual gestión gubernamental. Sucede que para cumplir el mandato constitucional y las tareas que han quedado abandonadas, lo que deberíamos preguntarnos es: reforma o transformación. Es decir, si queremos continuar mejorando a costa de consolidar el modelo y el sistema capitalista, neoliberal y extractivista que ya habíamos decidido dejar atrás, o si lo que verdaderamente cuenta es construir aquel país diferente, con un proyecto nacional alternativo al  modelo predominante.

Al respecto, todos los programas gubernamentales propuestos como plataforma para las próximas elecciones nacionales (incluido el oficial que debería marcar la diferencia), ya parecen haber respondido con un rotundo no; como queriendo subrayar y resaltar aquella idea tan brillante de la paradoja señorial, por la cual y aun a pesar de contar con todas las condiciones de posibilidad, decide reproducir y copiar precisamente aquello que se aborrece y desprecia, aun cuando sea la causa y origen de su propio sometimiento y explotación.

En cuanto a la correlación de fuerzas y sabiendo que la derecha y los sectores conservadores no tienen la capacidad, el liderazgo ni las ideas (mucho menos el peso específico), para nada que no sea su propia vergüenza; sólo queda observar aquella que se debate en el seno de los sectores y movimientos sociales.

En este campo, sólo son útiles y valiosos aquellos sectores poblacionalmente mayoritarios y electoralmente masivos. Nótese la transmutación de quién manda y quién obedece, o si verdaderamente se cumple aquel principio de “gobernar obedeciendo”. El asunto de la dirección política y la definición de una vanguardia, no constituye ninguna preocupación o pertenece a enfoques supuestamente trasnochados, porque sencillamente han predominado los intereses sectarios, electorales e inmediatistas. Entonces claramente se advierte la sobreposición de aquellas mayorías electoralmente útiles, al mismo tiempo de producirse el desplazamiento y anulación de diversos y valiosos sectores (como las clases y sectores medios, o los colectivos numéricamente reducidos pero política y socialmente muy influyentes, por ejemplo), que no teniendo una forma colectiva de representación y acción, solo hacen evidente su voz a la hora de producirse acontecimientos o movilizaciones sociales donde confluye el pueblo.

Vista y manejada así la correlación de fuerzas, entonces no deber resultar nada extraño que se reproduzca y perpetúe aquel caudillismo colonial que se impone sobre la base de la prebenda, los padrinazgos, el tráfico de influencias, el reparto de canonjías, etc.. pero que se traducen en una representación individualista que habla y actúa a nombre de los demás. Al mismo tiempo y siendo que de todas formas hay intereses en pugna (cuya disputa tiende a resolverse por la lógica de mayorías y minorías), tampoco es extraño que se imponga aquella masa mayoritaria, pero generalmente conservadora y políticamente reaccionaria, que con seguridad tenderá a establecer alianzas con las élites dominantes tradicionales o emergentes, que constituyen su modelo y referente. El número y la cantidad sustituyen a la vanguardia y la dirección política; así como los intereses sectarios, se imponen sobre el Proyecto Nacional.

En fin, sea porque existe desencanto por la forma como se conduce el proceso, sea porque no existe ninguna opción electoral mínimamente convincente, o sea porque no ha cuajado una alianza que pueda hacer un mínimo contrapeso electoral, o sencillamente porque ni siquiera la conformación de listas de candidatos se han librado de aquel cuoteo originado en el dedazo y/o el padrinazgo tan repugnantes del pasado; lo cierto es que se percibe descontento y desorientación ciudadana, frente a lo que debería decidirse en octubre.

Sin embargo, un pueblo y un gobierno que se conforman con lo alcanzado y no se les ocurre mejor idea que repetir más de lo mismo, está condenado a la mediocridad y la traición de sus propios ideales y objetivos.

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