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Con la pena de muerte no se juega

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Rafael Puente

¿Recuerdan ustedes el último binomio que participó en elecciones presidenciales con la sigla de ADN, compuesto por Ronald Maclean y Tito Hoz de Vila, que concentró su campaña en promover la restauración de la pena de muerte? Si es así, recordarán también el comentario de Hoz de Vila que después de su fracaso electoral dijo por televisión: “Sí, empezamos con la pena de muerte y terminamos muertos de pena”…

Efectivamente resulta que, a pesar de la pesadumbre que genera el constante crecimiento de la inseguridad ciudadana en todo nuestro país, la opinión pública no está de acuerdo en que la solución sea volver a prácticas antiguas, anticuadas e inútiles, como sería la aplicación de la pena de muerte, y que nos recuerdan tiempos dictatoriales.

Por eso resulta sorprendente que nada menos que el Viceministro de Gobierno —que no es cualquier autoridad, sino precisamente la que tiene a su cargo la seguridad del estado— haya hablado de lo bueno que sería fusilar a quienes traicionan al MAS. Cierto que en este caso no se está hablando de inseguridad ciudadana ni de seguridad del estado, pero de hecho se está añorando la pena de muerte. Cierto también que el mismo Viceministro ha afirmado que sus palabras fueron sacadas de contexto, pero eso resulta igualmente incomprensible ya que lleva a preguntarse si hay algún contexto en que la pena de muerte pudiera tener sentido, y a estas alturas debiéramos tener claro que no hay ese contexto, y que cualquier fusilamiento es contradictorio con nuestra ideología, con nuestra filosofía, con nuestra concepción de sociedad y de país, y por supuesto con la más elemental comprensión de lo que debiera ser el Vivir Bien…

Y quienes piensan lo contrario —sobre todo quienes viven la pesadilla de la inseguridad ciudadana— sólo tienen que repasar el panorama mundial. Si lo hacen podrán comprobar que en ningún estado donde todavía se practique la pena de muerte —por fusilamiento, por horca o por silla eléctrica— se encuentra en mejores condiciones, concretamente a la hora de la seguridad ciudadana, que los otros estados —como el nuestro— donde dicha pena es inconstitucional. Y si hablamos de traiciones, tampoco creo que haya una sola experiencia que nos permita afirmar que la pena de muerte terminaría con las traiciones.

A estas alturas está comprobado que la solución a los problemas nunca es la represión, y el señor Viceministro debería tener claro que tampoco sería la solución a la hora de evitar traiciones políticas. La traición siempre es indeseable, siempre es indigna, pero no se resuelve con castigos, ni con multas, ni con ningún tipo de represión; porque todas esas medidas son externas, mientras que la traición nace del corazón y anida en el corazón. ¿O han resuelto algo aquellos países o culturas que castigan con pena de muerte el adulterio, por poner otro ejemplo de traición?

Y no se trata de aprovechar el desliz de un viceministro para poner en apuros al gobierno que él representa. Pero tampoco se trata de quedarse tranquilos ante semejante advertencia (dirigida a supuestos traidores al MAS, o a quien sea). De lo que se trata es de reflexionar seriamente sobre las palabras y actitudes de personas que juegan un papel importante, y de que quede claro que no se puede afirmar cualquier cosa, y menos todavía de justificar esa afirmación a título de que se dijo en “otro contexto”, o de que se dijo en un “ambiente de confianza” (como lo formulaba otro ex viceministro de Gobierno). Lo que debemos esperar de una autoridad que se equivoca es que pida disculpas a la opinión pública —y al Gobierno, a quien ha dejado mal—, y que nos pongamos de acuerdo en que hay temas con los que no se juega, y que uno de esos es la pena de muerte. Así lo entendió el candidato Tito Hoz de Vila. Ojalá lo entendamos todos. Y todas.

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