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Ryszard Kapuściński. Los cínicos no sirven para este oficio

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periodismo

Ryszard Kapuściński, reconocido y admirado periodista, escritor, historiador y ensayista; autor de culto, de mirada lúcida y voz de narrador; peculiar, tierno, irónico, observador detallista, profundamente político, casi filosófico, auténtico animal de la comunicación y máximo exponente de la crónica internacional en esta última mitad del siglo XX. Nació en Pinsk (ciudad de profunda mezcolanza cultural, un poleshuk de aquellas ciudades cosmopolitas destruidas por el comunismo, la guerra fría y las fronteras, hoy Bielorrusia, tras haber pertenecido históricamente a Polonia) el 4 de marzo de 1932.

En su dilatada y absolutamente intensa carrera periodística fue testigo, y principal informador, entre otros hechos, de la llegada de la descolonización y la consiguiente independencia del Tercer Mundo, el golpe de estado en Chile o la revolución en Irán; presente en 27 revoluciones, vivió en primera persona 12 frentes de guerra y fue condenado en 4 ocasiones a ser fusilado. Un auténtico periodista de vocación; honesto, comprometido, arriesgado, audaz, un curioso insaciable, un maestro para muchos, ejemplo para casi todos, un impagable espejo en el que procurar reflejarse y, esperemos, referente para el desgraciadamente perdido periodismo actual.

Con el recuerdo de no haber tenido un par de buenos zapatos hasta llegar a la preadolescencia o de no haber leído un libro hasta cumplidos los 12 años, tuvo, como comentaría sin vergüenza más de una vez, una infancia difícil (influenciada sobre todo por el delicado contexto histórico de la época) que le predispondría, tanto al periodismo ético como a su futura y de sobra característica implicación personal con los afectados y con el tema a tratar, que impregnarían su obra, y que se traducían en una máxima que repetía a menudo: "No se puede escribir de alguien con quien no has compartido como mínimo algún momento de su vida". Esa actitud, así como la práctica de un periodismo honesto con tintes filosóficos —"se puede se escéptico, pero no cínico: el cinismo te aleja de la gente; los cínicos no sirven para este oficio"— le convertirían en uno de los profesionales más aclamados, respetados y sinceramente admirados de nuestra época.

Considerado uno de los mejores reporteros internacionales debutó con 17 años en la revista polaca "Hoy y mañana". Ingresó en 1951 en la Universidad de Varsovia, licenciándose en Historia llegando a obtener un master en Arte (1955). Posteriormente impartiría clases en las Universidades de Caracas (1978) y en la Temple University de Filadelfia (1988) como profesor visitante, y como lector en Harvard, Londres, Canberra, Bonn y la British Columbia University de Vancouver (Canadá)


Entre los años 1959 y 1981, hastiado de la censura polaca, colaboró con diversos periódicos y revistas internacionales de manera que, a pesar de continuar trabajando como corresponsal para la agencia de noticias Polish Press en África, Asia y América Latina, escribía igualmente para medios tan prestigiosos como la revista Time, The New York Times y el Frankfurter Allgemeine Zeitung, siendo considerado uno de los mejores reporteros del mundo y de quien un autor como Paul Auster señaló, en su propuesta para la candidatura del periodista al Premio Príncipe de Asturias que "no puedo pensar en otro escritor o novelista vivo, poeta o ensayista cuyo trabajo sea más importante para mí". Destacaba en él su incansable capacidad de trabajo, una irrepetible combinación de periodismo muy documentado —"para escribir una página se han de haber leído 100", aconsejaba—, una capacidad de análisis de las situaciones socioculturales típica de gran cronista y un estilo literario entre lo poético y la fabulación que le permitieron granjearse el respeto de propios y extraños.

Miembro de varios consejos editoriales, compaginó desde 1962 sus colaboraciones periodísticas con una prolífica actividad literaria, entablando a raíz de esto amistad con autores de la talla de Gabriel García Márquez (que se referiría a Kapuscinski como “maestro”). La mutua admiración entre García Márquez y el reportero polaco se plasmó en los talleres de periodismo que dio a principios de este siglo en algunas capitales latinoamericanas Es autor de diecinueve libros de los que se han vendido cerca de un millón de ejemplares, habiéndose, incluso algunos, traducido a más de treinta idiomas. Bus po polsku (1962) fue la primera de sus obras, a la que siguieron títulos como El Emperador (1978, sobre la decadencia del reinado en Etiopía de Haile Selassie), El Sha (1987, en el que aplicaría su característico toque de ironía y capacidad de observación, tan típicos en él como su afición al detalle chocante e inesperado), La guerra del fútbol (1992), Lapidarium (1990), El imperio (1994, sobre la descomposición de la Unión Soviética), Ébano (una de sus obras canónicas en las que "el enviado de Dios", como le calificaba John Le Carré se sumergió en el continente que apenas existía (existe) rehuyendo y esquivando las paradas obligadas, los estereotipos y los lugares comunes; para vivir en las casas de los arrabales más pobres plagadas de cucarachas y aplastadas por el calor; enfermar de malaria; correr peligro de muerte perseguido por los guerrilleros y sufrir en primera persona el miedo y la desesperanza como medio para lograr conformar este testimonio incomparable), así como el genial libro de fotografías Desde Africa (2000) o los más reciente “Los cínicos no sirven para este oficio”,Los cinco sentidos del periodista”, “El mundo de hoy” y su última obra “Viajes con Heródoto”, publicada en 2006 en la que en un complicado ejercicio, viaja a través del tiempo y las culturas de la mando del historiador (compañero de vocación) griego.

Kapuscinski se convirtió así en el escritor polaco más traducido y publicado en el extranjero. En sus textos supo compaginar la gran historia general con la pequeña que afecta a cada individuo. Como autor de culto, de análisis fino y pormenorizado de los hechos, en sus escritos mezcla periodismo, historia y filosofía. Su visión más política que simplemente lineal de los acontecimientos, que imbuyó sus primeros textos, fue poco a poco superada por su interés por los aspectos culturales y antropológicos del tema. En sus últimos años se interesaría particularmente por los procesos relacionados con la globalización y las consecuencias que pueden tener para la civilización humana.

Las últimas entrevistas e intervenciones de Kapuscinski estuvieron teñidas de la incertidumbre que hoy acongoja al futuro de los medios de comunicación tradicionales. Pensaba que la revolución tecnológica no debía hacer olvidar los procedimientos tradicionales del mismo. "No sea que por miedo a morir nos suicidemos", decía. Opinaba que es paradójico que se nos trate de imponer la idea de que el desarrollo digital de los medios de comunicación ha conseguido unir a todas las partes del planeta en la globalización cuando, al mismo tiempo, la temática internacional ocupa cada vez menos espacio en esos medios, ocultada por la información local, por los titulares sensacionalistas, los cotilleos, los personajillos y toda esa información mercancía o pseudos-información.

En uno de sus últimos seminarios un joven le preguntó cuál era el principal riesgo que corría, según él, el periodista en el ejercicio de su profesión. Y Kapuscinski respondió: “el principal peligro es la rutina. Uno aprende a escribir una noticia con rapidez, y a continuación corre el riesgo de estancarse, de quedarse satisfecho con ser capaz de escribir una noticia en una hora, convencido de que eso es todo lo que requiere el periodismo. Ésta es una visión nefasta de la práctica profesional. El periodismo es un acto de creación” Una gran lección; su última lección.

Nombrado Doctor Honoris Causa en nada menos que siete ocasiones por la Universidad de Cracovia, la Universidad de Gdansk, Universidad de Wroclaw, Universidad de Silesa, la Universidad de Barcelona y la Universidad Ramon Llull (en cuyo discurso señaló además de que “La guerra es una derrota para la humanidad porque, además de poner en tela de juicio la bondad y la inteligencia, manifiesta el fracaso del ser humano: su incapacidad de entenderse con otros, de ponerse en su piel, sentirse "orgulloso" por el título recibido y "honrado" de poder "formar parte de la comunidad universitaria e, indirectamente, de la ciudadanía barcelonesa") Ha obtenido de igual manera diversos galardones por su creación literaria: como el premio Alfred Jurzykowski (Nueva York, 1994), el Hansischer Goethe (Hamburgo, 1998), el Imegna (Italia, 2000), el Prix de l´Astrolabe, el J. Parandowsky del Pen Club y el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades concedido 2003

Ryszard Kapucinksi falleció el 23 de enero de 2007, a los 75 años de edad, en Varsovia.

 “Porque nosotros nos vamos y nunca más regresamos, pero lo que escribimos sobre las personas se queda con ellas por el resto de su vida...”

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