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El periodismo, según Luis Espinal Camps

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periodismo

Nuestro semanario se llama AQUÍ porque quiere estar con los pies en el suelo de nuestra realidad nacional. AQUÍ es una afirmación de que creemos en Bolivia.

Se llama AQUÍ porque quiere estar en el lugar crítico, allí donde hace falta la luz de la información y el esclarecimiento del comentario.

El semanario se llama AQUÍ porque señalará la actualidad y el conflicto, sin paliativos ni silencios culpables. AQUÍ es como un dedo en la herida.

AQUÍ, porque queremos estar en la brecha, sin dar un paso atrás. AQUÍ, atentos y en pie de acción.

AQUÍ quiere ser también una afirmación contra los espejismos de la fuga hacia el exterior, los becados AQUÍ que no vuelven, los capitales en los bancos suizos, los modelos de consumo norteamericanos... Nuestra tarea está AQUÍ. Por esto, AQUÍ es una afirmación antiimperialista.

Semanario AQUÍ, porque queremos estar al lado de nuestro pueblo, para escuchar su voz y propaganda, para participar en su lucha. AQUÍ estamos, porque AQUÍ está nuestro pueblo. (7-X-79).

Para un nuevo periódico

Al ver la refacción del farol de Villarroel, en la Plaza Murillo de La Paz, no hemos podido evitar el pensamiento de la "recuperación histórica". Es decir, la historia oficial recupera y hace asimilables aún a los personajes más molestos. Los muertos se vuelven moneda utilizable; es el Che convertido en poster para adornar una casa burguesa. Finalmente, levantan un monumento al personaje aquellos mismos que lo ahorcaron.

Cuando el personaje ya no es molesto (porque ya ha muerto), lo más fácil es convertirlo en producto para el consumo: con un monumento se celebra ambiguamente tanto su obra, como el que haya pasado ya a la historia. La historia así se convierte en parqueadero de personajes molestos. El monumento es una manera de certificar que ya está muerto, y ya no va a molestar más.

Ante este hecho, se puede descubrir la necesidad de un periodismo nuevo: que no embalsame y sepulte los hechos, sino que los mantenga vivos; que no les dé su certificado de defunción, sino que los mantenga en actividad.

Este periodismo nuevo, con periodistas actores de la historia y no simples archivadores, no necesita solamente nuevas técnicas, sino sobre todo una nueva mentalidad.

Todo periodismo depende esencialmente de una visión de la historia, de una concepción de la historia. El periodismo de hoy será la historia en el momento en que se hace, antes que muera y se fosilice. Por esto, en el periodismo, la historia aún está turbia, porque no ha habido tiempo para la objetivación, la estratificación y la distancia crítica.

Un nuevo periodismo supone también una visión nueva de la historia. A la historia oficial protagonizada por líderes corresponde un periodismo oficial de PERSONAJES. Esta historia individualista y aristocrática supone que los protagonistas de la historia son los genios, y no el pueblo mayoritario. Por esto, también existe el periodismo que se ocupa de los personajes, las estrellas y los genios.

El periodismo oficial es un periodismo PARA EL CONSUMO; por esto su base es el SENSACIONALISMO: los hechos más llamativos y vistosos; la historia se concibe solamente como narración y como ESPECTÁCULO. Por el contrario, un periodismo popular y progresista va de cara al cambio; y lo que busca es lo más importante, lo más significativo (aunque no sea vistoso) dentro de la dinámica de la historia que se está haciendo. Aclarar la actualidad histórica es indispensable para una ubicación correcta dentro de la acción histórica y política.

Así, en vez de hacer un periodismo que busca los actos de los grandes, hay que hacer un periodismo que sea la memoria popular. Por esto no hay que maravillarse si a veces vamos por caminos diferentes.

Y la primera cosa que necesita el pueblo es recuperar la conciencia de su propia importancia. Para tener a un pueblo oprimido se ha empezado por darle una mentalidad de oprimido, y quitarle la visión de cómo se aprovecha su opresión. Y el periodismo oficial perpetúa esta función domesticadora haciéndole creer que la historia la hacen los otros, que los importantes son los fantoches oficiales, los aristócratas y los genios, Pero en realidad, es el pueblo mismo quien ha de ser el principal y único protagonista de la historia, y como consecuencia, del periodismo. (28-VII-79).

El periodismo de clase

En una sociedad de clases y de explotación, como es la nuestra, nada se libra de la lucha de clases. Aun los elementos culturales están teñidos de características clasistas.

Nuestra cultura oficial es clasista, y refleja en ella los valores, los gustos y el lenguaje de la clase dominante.

Por eso, no se maraville, lector amigo, si nuestro semanario no sigue las reglas del juego del periodismo convencional. De aquel periodismo no podemos aceptar ni el lenguaje, porque aquel lenguaje es clasista y supone ya unos determinados valores, que no compartimos.

La clase dominante concibe la cultura como prestigio, como adorno o como pasatiempo. En cambio, para la cultura es un útil, un instrumento y un arma de combate. Por eso no podemos utilizar el mismo lenguaje. Y a la retórica de ellos, y a la "diplomacia" burguesa, nosotros le oponemos un lenguaje directo y tajante, que va a ser criticado como "panfletario". Así es la cultura popular, al menos en los países dependientes ("subdesarrollados" dirían ellos: pero esto ya es una palabra adornada para dorar la píldora).

Ellos se podrían permitir el lujo de hablar entre líneas, o decir las cosas hipócritamente; pero en cambio, el pueblo tiene urgencias básicas, y no se puede andar con remilgos. El pueblo no tiene plata para gastarla en perfumes y adornos, y va recto al grano, y llama las cosas por su nombre.

Tampoco nosotros (por desgracia) somos el pueblo; pero queremos ser sus portavoces. Por eso hemos de asumir la cultura del pueblo al que nos debemos, con sus "valores" y su "lenguaje". Por ello, a la prensa burguesa podremos aparecer como "salvajes", pero esto no nos preocupa, en la medida que es solamente un apelativo despectivo clasista. (22-IX-79).

Función social del periodista

Ante el conflicto periodístico suscitado en la empresa El Diario parece oportuno pensar en la función del periodista dentro de una sociedad democrática.

El periodista, ante todo ha de ser los ojos y los oídos del pueblo. El investiga y comunica al pueblo las informaciones que éste necesita para la vida democrática, para ser soberano; ya que en una democracia real se gobierna en nombre del pueblo, para el pueblo, y lógicamente ante los ojos del pueblo.

Repetidas veces se quiere oponer a la libertad de prensa el simple hecho de la libertad de empresa que se trata de algo muy diverso, porque no se puede confundir un negocio privado con una función social. La noticia no es una mercancía cualquiera, y no se puede comerciar con la verdad que ha de orientar el camino que sigue un pueblo.

Por esto, no se puede considerar la información y la noticia simplemente como mercancía que se vende dentro de una sociedad de consumo; así llegaríamos solamente al decadente periodismo sensacionalista.

La información es, ante todo y sobre todo, un servicio social, un servicio a la comunidad. Para poder usar la libertad necesitamos estar informados; no es posible elegir racionalmente cuando nos falta la información. Por eso es tan esencial y delicada la labor del periodista dentro de la vida democrática.

Además, el periodista es uno de los guardianes de la democracia; ha de velar por los intereses de su pueblo; y así sus denuncias sirven como llamado de atención y como control social.

El problema más delicado para el periodista surge por el hecho de que la información no es un producto matemático, neutro o fríamente objetivo, sino que tiene necesariamente una dimensión de opinión e ideología. Al seleccionar la noticia entre las infinitas noticias posibles, al valorarla y al interpretarla se aplican criterios ideológicos. El periodismo no es una ciencia exacta, sino una ciencia humana. Cuando estos criterios ideológicos corresponden al bien del pueblo (no necesariamente al bien de la empresa periodística) la función del periodista será acertada, porque el periodista es el vigía de este pueblo.

Como consecuencia, la función del periodista es necesariamente política, porque trabajar por el bien de la comunidad es algo estrictamente político. Pensar en un periodismo apolítico sería como pedir al vigía que sea ciego.

Todo esto supone que el periodista asalariado vende su trabajo, pero no su conciencia (nos lo piden con frecuencia). Su trabajo se lo debe a la empresa periodística, pero su honestidad y veracidad se la debe a su pueblo. Esta separación entre lo que se debe a la empresa y lo que se debe al pueblo pone al periodista en esta situación conflictiva, tan frecuente en la historia del periodismo y tan presente en nuestro próximo pasado nacional.

En resumen, recordemos que cuando se quiere dominar a un pueblo se necesita amordazar a sus periodistas. (29-IX-79).

¿Es posible la crítica constructiva?

Nuestro Semanario cree en la crítica constructiva. ¿Será una ingenuidad? No obstante, no parece que nuestras críticas constructivas logren siempre su objetivo, sino que solamente molestan.

La crítica constructiva es aquella que se dirige a los amigos. Si no fuesen amigos ¿para qué ofrecerles el servicio de una crítica constructiva?

Pero como la crítica suele doler, casi siempre se interpreta como crítica destructiva y malévola. Y entonces ¿vamos a perder un medio tan importante para no repetir errores u olvidos como en la crítica y la autocrítica?

Si los hombres de izquierda criticamos las debilidades de la izquierda ¿Quién corregirá nuestros defectos? ¿No vamos a esperar que la derecha nos dé una crítica constructiva y orientadora?

Pero, en realidad, si somos sinceros veremos que con dificultad se aceptan las críticas. Si el que critica es de la derecha su crítica obviamente "no vale", si es de otro partido, no se le hace caso porque se trata de "celos" o "rivalidad"; y si es de una orientación independiente se habla de "deslealtad" o de "alinearse con la derecha".

¿Será posible que no encontremos un cauce para la crítica constructiva?

Al parecer, los años de represión y persecución nos han sensibilizado en exceso, y así toda crítica la sentimos como persecución. Pero deberíamos librarnos de los complejos de perseguidos.

La crítica constructiva va generalmente arropada en la pregunta; porque se habla al amigo, ni siquiera se atreve uno a afirmar, sino más bien preguntarle para que él mismo responda. La pregunta estimula el diálogo, y no se trata nunca de un fallo inapelable; porque la pregunta no afirma sino que simplemente cuestiona.

¿Podremos preguntar, podremos poner el dedo en la llaga? Pero, por favor, no nos consideren enemigos cuando hacemos alguna crítica constructiva. ¿No es esto un presupuesto para una verdadera democracia?

Así como no rechazamos las críticas constructivas que sí nos hacen; esperamos que las críticas constructivas que hacemos sean útiles, y no sirvan sólo para irritar a los amigos.

Toda crítica constructiva admite una respuesta y está llana a recibir una explicación.

Tampoco esta nota se dirige a nadie en concreto, sino a todos aquellos (y no son pocos) que se han sentido dolidos por nuestras críticas que querían ser constructivas. (2-II-80).

Hemos cumplido

Al comenzar el segundo año de publicación del Semanario "AQUÍ" no queremos adoptar actitudes triunfalistas. Solamente queremos precisar algunos hechos y explicarlos, porque no nos pertenecen, sino que son parte de la rica experiencia revolucionaria que el pueblo boliviano acumuló a lo largo de estos doce meses anteriores.

"AQUÍ" adoptó, como consigna y objetivo, esta frase que subraya su vocación: SEMANARIO EL PUEBLO. Y el propósito, efectivamente, ha sido siempre el de expresar las opiniones, las angustias y las esperanzas, los anhelos, las reivindicaciones de nuestro pueblo. Y cada vez que recibimos una carta de un hombre o de una mujer del pueblo, en la que muchas veces el "AQUÍ" de nuestro nombre queda sustituido por el SEMANARIO DEL PUEBLO de nuestra consigna, sentimos que estamos en el camino correcto.

Pero, por supuesto, esto no quiere decir que carezcamos de errores. El que camina, tropieza. Así: después de cada tropiezo, no sólo debe seguir caminando, sino que debe volver a enrrumbar correctamente. Y lo hemos hecho, pese a las amenazas de la derecha, que han sido muchas, pero ninguna capaz de acallarnos, ni siquiera de velar nuestra voz. Claro que nuestro grito a veces resulta destemplado; y entonces, no sólo recibimos el ataque desde el frente enemigo, sino desde la misma trinchera en la que nos encontramos.

Así, hemos señalado aquello que consideramos errores o desviaciones en el campo popular. Y a veces, esta crítica no gusta y la réplica que recibimos es agresiva. Pero estamos preparados para recibir ese peso adicional, que felizmente no ha sido mucho.

"AQUI" se organizó sobre la base del aporte de un grupo de personas decididas a entregar su esfuerzo al pueblo. Porque ese aporte fue exclusivamente en trabajo; a lo que se agregó la solidaridad y el apoyo de personas que estuvieron dispuestas a "ponerle el hombro" a su aventura.

Una aventura, en la medida en que aparecimos como uno más de varios semanarios aparecidos por la misma fecha. Pero —¡claro!— nuestro objetivo no era la próxima elección. Y en este sentido no fue una aventura. Nuestra proposición se basó en este concepto: sólo la acción del pueblo determinará la suerte de nuestro semanario.

Y aquí estamos: a un año de ese primer paso. Hemos salido adelante, por el aporte que significa el aumento constante de nuestro tiraje; es decir, que cada vez son más nuestros lectores. Hemos establecido con claridad nuestra posición, apasionada y parcializada por los intereses del pueblo y por lo que consideramos su respuesta correcta, pero sin asumir un partidismo. Hemos roto con los convencionalismos que la censura y la autocensura han moldeado en el periodismo rutinario de nuestro medio. Hemos, en fin, mantenido nuestra presencia en los momentos en que el pueblo realmente nos necesitaba.

Así, durante la Semana Sangrienta pudimos decir AQUÍ estamos. Y lo dijimos con absoluta conciencia de que todo nuestro trabajo anterior era una preparación para estar presente en ese momento. En otras palabras. NO haber estado en las calles, cuando la barbarie se cebó en el pueblo, cuando la barbarie se cebó en el pueblo, cuando la Ley Marcial pretendía hacer callar al pueblo, cuando los tanques se lanzaban con la intención de aplastar al pueblo, habría significado que no merecemos ser el SEMANARIO DEL PUEBLO.

Pero, sólo el pueblo puede juzgarnos. Si hemos cumplido, seguiremos adelante. Si tenemos errores, sabemos que nos ayudarán a corregirlos. Y si no hemos cumplido, habremos perdido nuestra razón de ser. Semanalmente acudimos a ese juicio. Y hoy, después de un año, podemos decir AQUÍ ESTAMOS. (5-III-80).

Censura

La verdad nos da miedo, y por esto hemos inventado algo tan absurdo como la censura.

La censura se dedica a prohibir o a recordar la verdad en las comunicaciones, para que la verdad no haga daño a nadie.

La censura trata al país como a niños pequeños: se nos quiere ahorrar el tener que pensar; y por esto se nos sustraen las ideas diversas; porque las ideas diversas hacen pensar, al poner en tela de juicio nuestros pensamientos tal vez rutinarios. La censura ya piensa por nosotros, y nos da solamente las verdades que nos convienen, así las ideas se sirven en mamadera.

Hay algo más simple que el diálogo, y es la ignorancia. Se dialoga cuando se encuentra alguien que piensa de otra manera. Pero la censura nos ahorra el diálogo, porque suprime al interlocutor. La mejor manera de pensar todos igual es no penar; así consigue la igualdad a cero.

Es más fácil censurar que alfabetizar, es más simplista censurar que convencer o propagar la cultura. La censura es uno de los más logrados productos del subdesarrollo.

Si censuramos a los que piensan diversamente, podremos llegar a creer que todos piensan como nosotros; y así llegaremos a la unanimidad, aunque sea una unanimidad raquítica y oscurantista. Creíamos que las ideas se imponían por su valor intrínseco, chocando con ideas de sentido contrario, para que la verdad mayor triunfe sobre las verdades pequeñas.

Cree muy poco en la verdad el que no deja circular las ideas libremente. O tal vez, cree plenamente en la verdad, y realmente teme que la verdad se imponga, la verdad de los otros.

La verdad no se suprime con una prohibición; el sol seguirá existiendo aunque se lo suprimiera por un decreto.

Si es cierto aquello de que "la verdad les hará libres", el miedo a la verdad es también miedo a la libertad.

Pero no se puede mantener a todo un país en estado de menor de edad, sin afrontar serias consecuencias. El miedo a la verdad deriva en miedo a la racionalidad; y el miedo a la racionalidad supone temor a seguir siendo humanos.

La censura es una institución propia de un estado-nodriza que no quiere que sus subordinados lleguen a la mayoría de edad. Tanto paternalismo nos abruma; quisiéramos tener los riesgos de todo adulto, sin ser vigilados y protegidos como adolescentes.

Ante estos hechos nos preguntamos: ¿Con qué sinceridad se podrá solucionar o disminuir el analfabetismo, cuando parece que el analfabetismo cultural se ha convertido en un ideal?

No nos quejemos de que se nos margina, cuando ya nosotros empezamos a marginarnos a través de la censura.

La censura sustrae a la voluntad del conjunto una determinada comunicación, ya que un tutor juzga que puede ser dañina para los demás. Agradecemos a los censores tanta tutela, pero desearíamos poder escoger por nosotros mismos, porque ya no tenemos edad para ir de la mano de una niñera.

(De Informe R, Nº 380, 1999. Este texto fue tomado por aquel boletín del libro: Testigo de nuestra América).

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