1 noviembre 2011
Comité Independencia y Soberanía para América Latina (CISPAL) CEPRID
(Tomado de Rebelión)
¿Por qué el odio visceral y patológico de Estados Unidos de Norte América, al Coronel Hugo Chávez Frías, Presidente de la República Bolivariana de Venezuela? Estados Unidos en su papel imperial y de potencia hegemónica, es también el gendarme universal para que se cumpla el destino manifiesto y así declarar que lo que se resuelva en la Casa Blanca debe acatarse sin apelación. Pobre del Presidente de un Estado “libre e independiente” que no obedezca las órdenes imperiales: simplemente se transforma en un gobierno “peligroso”, “indeseable” al que hay que atacarlo, derrocarlo o matarlo. Chávez no es un presidente obediente ni pusilánime y allí están las consecuencias: El imperio lo declaró enemigo al que hay que combatirlo, derrocarlo, asesinarlo. El imperio contra Chávez y Chávez resiste, vence, y airoso ha salido de golpes de Estado fallidos y de varios intentos de magnicidio que comenzaron en 1999, intensificados y cínicos bajo la administración Bush.
Leer más...Katu Arkonada y Alejandra Santillana
Lo que admiro de Lenin es que a él no le bastó la mera explosión igualitaria.
Quiso traducir esta explosión en un nuevo orden. Hay que romper el ciclo de las explosiones revolucionarias ocasionales y a las que inevitablemente sigue una vuelta al antiguo orden.
Leer más...Por Atilio A. Boron
En estos días se conmemora el 44º aniversario del cobarde asesinato del Che en Bolivia. Pero hay otra fecha que también merece ser recordada: en agosto se cumplieron cincuenta años del brillante discurso que el guerrillero heroico pronunciara el 8 de agosto de 1961 en la Conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA celebrada en Punta del Este. La reunión, impulsada por la Administración Kennedy, tenía dos objetivos: organizar el “cordón sanitario” para aislar a Cuba y lanzar con bombos y platillos la Alianza para el Progreso (Alpro), como alternativa a los ya inocultables éxitos de la Revolución Cubana. En el tramposo marco de esa conferencia el Che no sólo refutó las calumnias lanzadas por el representante de Washington, Douglas Dillon, y sus lenguaraces latinoamericanos, sino que también hizo gala de su notable ironía para dejar en ridículo a quienes proponían como panacea universal para América latina a la Alpro, la “mal nacida”, como la fulminara en su obra el inolvidable Gregorio Selser.
Leer más...Por Rafael Bautista S.
Cuando Zavaleta expone la “paradoja señorial”, no sólo describe la contradicción de una casta sino de toda una subjetividad que se expande al todo social: aquella que se constituye “en contra del indio”. Por eso produce un Estado aparente, porque no tiene contenido propio, porque lo propio es aquello que niega para poder afirmarse a sí mismo; porque es antinacional, su legitimidad tiende siempre a la nulidad. Por eso necesita de una sociedad, también aparente, que se haga a imagen y semejanza de ese Estado; ambos se corresponden, pues en ambos se encuentra arraigada una cuestión de fe. Por eso señala Zavaleta, sin miramiento alguno: “la única creencia ingénita e irrenunciable fue siempre el juramento de su superioridad sobre los indios, creencia en sí no negociable, con el liberalismo o sin él y aun con el marxismo o sin él”.
Leer más...Por Horacio González *
Cierro los ojos y pienso. Alguna vez he estado en una reunión política, en aquellos años, y de repente entra alguien diciendo mataron al Che. No puedo imaginar hoy quiénes eran, quiénes éramos, cuánto demoró el silencio atónito, cuál fue el primer balbuceo que alguien pudo ensayar, el análisis político que algún otro intentó hacer. No se puede decir que sobre ese hombre, cuya cabeza sostenía alguien por la cabellera en la escuelita de La Higuera, se haya elegido mal un apodo, el certero sobrenombre sin el cual hoy no puede ser pensado. Era una partícula capital de nuestro lenguaje; interpelación básica pegada como molusco al cuerpo de un idioma. Era él y la diferencia idiomática, tal como ese che trabaja, se ausenta o se pone como remedo en las variadas formas del castellano suramericano. Su nombre sucinto con el que firmaba los billetes de banco era una invención perfecta, tres letras que seguimos diciendo todos los días para llamar, llamarnos, poner las estacas necesarias para decir quiénes somos cuando hablamos.
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