Editorial Aquí 340
La caracterización de un régimen gobernante siempre ha causado polémicas, porque cuando éste actúa con doble discurso y con subterfugios, las confusiones que genera son amplificadas por sus obsecuentes partidarios que defenderán a capa y espada las acciones de quienes detentan el poder, muchas de ellas ilegales.
En los últimos días se celebró el triunfo de los países aliados sobre la Alemania Nazi y el inicio del fin de la Segunda Guerra Mundial y de la derrota del nazifascismo agrupado en las Naciones del Eje (Alemania, Italia, Japón, Bulgaria Croacia, Hungría, Rumania y Eslovaquia).
La fecha fue celebrada, como se hace año tras año, sobre todo en Rusia, pues fueron las tropas de la desaparecida Unión Soviética las que tomaron Berlín, el Bunker de Hitler y el consiguiente apresamiento de varios jefes nazis.
La Rusia actual de Putin festeja el triunfo contra el nazismo y el fascismo con apoteósicos actos; pero, su régimen está lejos de llamarse democrático, pues muchos o todos sus actos están más cerca de los que hubo en la Alemania de Hitler, en la Italia de Mussolini y, por supuesto, en la Rusia de su mentor Stalin.
El régimen de Putin es autoritario y totalitario: el poder político y financiero está concentrado en un grupo de personas provenientes de la antigua institución represiva y de inteligencia estalinista (KGB) y de la nueva (FSB) y de otras de seguridad estatal; una casta heredada del estalinismo controla el Estado, es decir “los hombres de negocios, los políticos y los burócratas son las mismas personas”[1], pues han privatizado las fuentes de riqueza y los flujos financieros para beneficio propio, es decir de los llamados jerarcas; todas las instituciones estatales están subordinadas al presidente; el culto a la personalidad está potenciado por los medios de comunicación controlados y la propaganda; se practica la censura y no hay libertad de prensa ni de expresión; tiene un sistema de partido único con un parlamento títere; los servicios de inteligencia controlan todas las actividades, además la represión y detención a organizaciones y personas consideradas extremistas y terroristas es constante, incluyendo dentro de éstas a los colectivos LGBTIQ+; su política ultranacionalista y expansionista es agresiva, la que se evidencia con la ocupación territorial de Crimea, la guerra conta Ucrania y antes las que entabló contra Georgia, Chechenia y su injerencia en Siria.
Si bien estas características se las puede definir como neofascistas otros dirán que se trata de un nuevo tipo de régimen que le llaman putinismo. De todas maneras, la historia nunca se repite —las circunstancias y los personajes en determinado tiempo son irrepetibles— aunque en el presente hay patrones, comportamientos y situaciones que son similares a los sucedidos en otra época.
Y ¿qué sucede en otros países?
La agresión de Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, al pueblo palestino en la Franja de Gaza es similar y más sofisticada a las acciones de exterminio al pueblo judío ejecutadas por los regímenes nazifascistas y estalinistas del siglo XX. Las víctimas mortales por los bombardeos y por la hambruna ocasionada por el bloqueo a alimentos y suministros médicos suman día a día. Los descendientes de los perseguidos de ayer, hoy son los que persiguen a un pueblo que no es “el elegido”, a los palestinos, y sus grupos de choque con el grito ¡Muerte a los árabes!, asaltan y destruyen sus comercios y apalean a quienes no los consideran como ellos, como hacían las hordas nazis y fascistas con sus antepasados en los 20 y 30 del pasado siglo, sobre todo en Alemania e Italia.
Una de las características del nazismo, el fascismo y el estalinismo era la represión contra opositores y el alto número de detenidos, confinados y exiliados. En la actualidad varios países americanos han incrementado la cantidad de detenidos, unos por causas políticas (Venezuela, Nicaragua, Cuba, Bolivia) y otros por su lucha contra la delincuencia (Ecuador y El Salvador), regímenes donde prima el autoritarismo, donde la justicia es selectiva y el estado de derecho es inexistente.
La xenofobia, el racismo y la intolerancia religiosa que también fueron características del nazifascismo y el estalinismo, hoy son practicadas por gobiernos ultranacionalistas (Estados Unidos, India).
Y ¿cuál es la situación en Bolivia?
El Movimiento al Socialismo (MAS) en sus 18 años en el poder está lejos de tener el carácter de socialista y hasta de comunista como lo califican varios de los “líderes” despistados de la oposición, pues sus políticas económicas han favorecido y favorecen al empresariado grande (bancario, industrial, agroindustrial, minero, comercial) y al mediano (cocaleros, “cooperativistas” mineros). Su control sobre algunos sectores estratégicos lo acercan a un capitalismo de estado que en varios casos es compartido con capitales transnacionales.
La subordinación al órgano ejecutivo de instituciones, que debían tener independencia, ha generado la ausencia de institucionalidad. La justicia que es selectiva y sin respetar el debido proceso ha judicializado la política. Con la fabricación de supuestas conspiraciones se justifica el apresamiento de opositores e incluso las ejecuciones extrajudiciales (Caso Hotel Las Américas).
La guardia sindical de Evo Morales en el Chapare. Crédito: Radio Kawsachun Coca
Varias prácticas nazifascistas y estalinistas del siglo pasado han sido adoptadas por el partido gobernante y por sus facciones del último tiempo: grupos de choque de defensa y protección a sus líderes (Generación Evo, Guerreros del Alba, la guardia sindical de Evo Morales en Chapare), promueven bloqueos y movilizaciones violentas; el culto a la personalidad y glorificación del líder eterno y perfecto es promovida desde todos las instituciones estatales; el anhelo al retorno a “glorias” milenarias del pasado está presente en los discursos; se impuso nuevos símbolos nacionales (la bandera wiphala, el saludo con una mano empuñada el puño y la otra en el pecho, el color azul); se sigue reescribiendo la historia y generando literatura de propaganda, como la biografía del líder cocalero y un cuento de su niñez; la comunicación está controlada a través de propaganda emitida por medios periodísticos paraestatales, por los llamados guerreros digitales; las agresiones a periodistas de medios que no se subordinaron a la agenda oficialista y la asfixia económica a las empresas periodísticas donde trabajan es permanente, prácticas de amedrentamiento que fomentan la autocensura y van contra la libertad de prensa y de expresión; varios casos de corrupción solo quedaron en denuncia y hubo uno donde el denunciante fue judicializado y convertido en autor (Caso Aramayo del desfalco al Fondo Indígena), mientras que los que se beneficiaron de esos recursos hoy gozan de total libertad; han exacerbado el racismo[2] con su falsa política de “inclusión”, fomentado más bien el resentimiento y el odio al “diferente”; la mentira la convierten en verdad y son capaces de negar sus afirmaciones sin ruborizarse.
¿Hacia dónde vamos?
Esta ola de populismo autoritario con acciones represivas y de intolerancia, que algunos la califican como neofascista, no es la pregonada democracia que dicen defender y solo muestra que los gobernantes de esos regímenes son impostores con mucho poder que no es resultado de sus iniciativas personales, sino que ese “poder humano surge de la cooperación entre un gran número de personas”, como anota Yuval Noah Harari en su obra Nexus:
“La conclusión es que nuestra psicología imperfecta provoca que abusemos del poder. Lo que este análisis aproximado pasa por alto es que el poder humano nunca es resultado de una iniciativa individual. El poder humano surge de la cooperación entre un gran número de personas.”
“Por consiguiente, es nuestra psicología individual lo que provoca que abusemos el poder. Al fin y al cabo, junto con la codicia, la soberbia y la crueldad, los humanos somos capaces de amar, de compadecernos, de ser humildes y de sentir alegría. Sin duda, entre los peores miembros de nuestra especie abunda la codicia y la crueldad que lleva a los malos actores a abusar del poder. Pero, ¿por qué elegirían las sociedades humanas encomendar el poder a sus peores representantes? Por ejemplo, en 1933 la mayoría de los alemanes no eran psicópatas. Entonces, ¿por qué votaron a Hitler?”[3]
Como dijimos a un comienzo la historia es irrepetible, pero al parecer muchos de los que adquieren poder gracias a quienes los impulsan, están sedientos de los beneficios que les dará controlar sus estados, dejando de lado sus discursos “libertarios” que prometen consolidar la democracia.
Como muchos gobernantes no tienen la intención de profundizar la democracia e incluso algunos aspirantes presidenciales plantean prohibir determinadas corrientes políticas —como recientemente planteó un directivo del Comité Cívico de Santa Cruz, como lo hizo el nazismo, el fascismo, el estalinismo y las dictaduras militares que tuvimos— desde donde estemos debemos defenderla, aunque sea limitada, ejerciendo el derecho al disenso, el derecho a la libertad de expresión y de prensa y luchando por el respeto a los derechos humanos, sociales y políticos; en síntesis: el derecho a la vida.
[1]https://es.wikipedia.org/wiki/Putinismo
[2]Masistas, gracias por arruinar el país
https://www.semanarioaqui.com/index.php/opinion1/4861-masistas-gracias-por-arruinar-el-pais
[3] Nexus: Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA