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“¡Viva el Chato!” Viva su firmeza exclamé para mis adentros

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*Era el dolor que había que convertirlo en victoria

21 de agosto de 2014 a las 9:47

Un 21 de agosto de 1971 se efectúa uno de los golpes más sangrientos generado por el entonces coronel Hugo Banzer Suárez. En dicho golpe de estado varios revolucionarios, desde sus distintas banderas de organizaciones, crearon resistencia a la dictadura fascista durante esos largos años difíciles. Es a través de esa vía que lo que realmente se quiere hacer es rescatar la memoria histórica de una familia entera que vivió lo duro de la dictadura y que únicamente, a partir de esta memoria histórica, logremos valorar la democracia que vivimos y los logros alcanzados hasta la fecha. Todos los hechos narrados acá han sido plasmados por la persona en esa época y en esa situación. Hay más cosas que complementar pero, como entenderán, RECORDAR ESOS TIEMPOS NO ES FÁCIL, PERO ÉL LO CONSIDERA NECESARIO y han pasado alrededor de 6 años desde el momento en que decidió retomar la escritura de este documento.

Sobre los años difíciles

Hace días una joven compañera me preguntaba “si cae el proceso qué”, “no estamos preparados”. Reflexionando en la posible respuesta, creí necesario hacer estas líneas que, siendo una vivencia personal, siempre consideré como parte de nuestra historia colectiva, por  ello, creí necesario  responder la pregunta.

Con mis entusiastas 15 años tuve mi primera  vivencia con la militancia comunista, a esa edad,  una fuerte sensación se apoderó de mis impulsos y con muchos compañeros de colegio y hermanos consanguíneos organizamos el circulo necesario e imprescindible para ejercer la condición de comunista.

Fueron años difíciles para los luchadores sociales. En l967 la presencia guerrillera comandada por el Che, la lucha de los trabajadores mineros, las movilizaciones universitarias y estudiantiles, hacían del panorama político social  algo especial.  La dictadura militar había desplegado sus  fuerzas para reprimir y ahogar el descontento popular.

Nuestra organización especialmente universitaria y estudiantil demostraba una disciplina digna de un destacamento revolucionario, no había tarea o acuerdo que no se cumpliera:  en la propaganda, la difusión de las consignas, los pintados de muros, las luminarias en el cerro, los afiches en las calles céntricas, los pegados de volantes, el volanteo en los mercados, los mítines relámpagos en las plazuelas, la edición de nuestro boletín, las reuniones educativas y formativas, la permanente emulación colectiva, la franqueza y la entrega sin retaceos hacían de nosotros jóvenes de temple y coraje, dispuestos a conquistar nuestra esperanza, el socialismo.

Fueron años de entrega plena, de iniciativas audaces, de grandeza de espíritu, de formación cotidiana, aun los menos  allegados a  la lectura tenían su tarea y  se  cumplía. La lectura —casi obligada— de “Así se templo el acero”, “La Madre”, “El Poema Pedagógico”, “Los Hermanos Karamasov”, “Reportaje al pie del patíbulo”, la revista “Bohemia”, “La historia me absolverá”, el “Manifiesto Comunista” era ineludible y necesaria para afirmar nuestras nacientes convicciones.

A esa edad no había que hacer mucho esfuerzo para darnos cuenta de las profundas  diferencias sociales aun entre los jóvenes, la pobreza, la insalubridad, el desempleo, la inseguridad en el futuro resultaban demasiado evidentes para no tomar parte en la acción.

Sin duda, el hecho internacional que  estimuló más nuestro empeño fue la guerra de Vietnam. Las noticias traían informes de la criminal agresión imperialista contra  ese heroico  pueblo. Pocos jóvenes quedaban al margen de la condena a semejante monstruosidad. En homenaje a ese pueblo y su líder Ho Chi Minh organizamos lo que sería nuestra escuela de lucha.  Con el Che siempre supimos  que el enemigo existía, que mataba sin piedad y  bombardeaba  en otras latitudes, para someter a los pueblos.

Los vientos de libertad que se acumulaban en esta parte del continente a fines de la década de los 60, de manera particular en nuestra patria fueron extremadamente ricos en las posibilidades de avance político y social, se hablaba del primer soviet boliviano en Sur América, se comentaba de la segunda Cuba. Por ello, el imperialismo prestó singular importancia a los acontecimientos en nuestro país y muy pronto aplicó —lo que hoy sabemos— del genocida “Plan Cóndor”, desencadenó el golpe de estado del coronel Hugo Banzer en agosto de 1971.

Resistir a los golpistas fue la tarea, desde el primer día —agosto 21 de l971—, aunque no sabíamos bien cómo y con qué. Sin conocer la fuerza real del enemigo, ideamos  planes  de los más inverosímiles, quizá más próximos a la ficción que a la  realidad, lo que era propia de nuestra juventud, de nuestro coraje porque, si algo nos sobraba, era aquello (coraje).

Pronto las cosas no podían estar peor, una organización que no está preparada para un cambio de accionar, de accionar legal, pasar a la absoluta clandestinidad, sin haber tomado las medidas oportunas y necesarias, fue como facilitarle las cosas al enemigo.

Nadie había hablado ni dicho nada de lo que serian los años siguientes al triunfo de la dictadura fascista de Banzer. Nos esperaban  años de difícil lucha contra un enemigo capaz de matar, de torturar, que tenía todo el respaldo del imperio, que no dudó en llenar los cuarteles como campos de concentración, de hacer desaparecer a los detenidos, de allanar domicilios, de violar  a las detenidas, de torturar con los métodos más sofisticados, el accionar de los grupos paramilitares; en suma, el enemigo lo tenía todo previsto y nosotros nada.

La vanguardia nunca debe dejar de ser tal, preservar la organización es poner a disposición del pueblo el instrumento de defensa y la lucha para resistir y triunfar. Las masas por si solas no pueden ni podrán derrotar a los regímenes dictatoriales; es imprescindible que sus destacamentos de vanguardia, sus activistas no partidarios, los grupos sociales más activos y más decididos tengan para sí un espacio de actividad de preservación para hacer sostenible la lucha desde los sectores populares.

Apresan a Marcos

El 16 de octubre de 1971, empeoraron las cosas, Marcos C. (chaparro su nombre de organización) hermano de infancia y juegos, de escuela y colegio, salió temprano a cumplir la tarea de conseguir armas para resistir a la dictadura —así lo había  acordado el partido— fue la última vez que lo vi salir en su bicicleta y caminar rápido para un encuentro que marcaría su vida por siempre: cayó en una emboscada que le tendieron los paramilitares de la dictadura. Con apenas 17 años, hoy pienso que no tuvo mucho que meditar sobre los riesgos y sobre todo el tipo de operación que realizaba —la hora, el lugar— y verificar los contactos, es posible que quien dotaba de  las supuestas armas era un agente de la dictadura y el escenario estaba preparado. Lo detuvieron, fue sometido a inimaginables vejámenes y torturas, pretendieron aplicarle  la ley de fuga, dos proyectiles de revólver no pudieron quitarle la vida, lo lanzaron de un segundo piso y se resistió a morir, en estado de coma lo internaron en el hospital Seton de nuestra ciudad (Cochabamba), por varios meses con la columna vertebral cercenada, lo tuvieron varios meses con guardias en la puerta de su habitación hospitalaria. Los criminales no satisfechos con lo procedido intentaron desaparecerlo, sacarlo del hospital y eliminarlo; la acción decidida de las hermanas del hospital fue determinante para que Marcos nos acompañara hasta marzo del 2005, mes  en que falleció a causa de un cáncer de colon.

He tenido muchos años para meditar sobre el hecho de Marcos, nuestro querido Chato,  no en el ánimo de encontrar los culpables internos de su caída, ni los delincuentes paramilitares que ocasionaron sus lesiones y su parálisis. Han pasado años y el tiempo se cobró con aquellos sicarios al servicio del amo imperial, trágicas muertes rodearon el fin de cada uno, empezando la del general fascista Banzer y concluyendo con algunos de los que intervinieron en las  torturas.

Los jóvenes están siempre dispuestos a acciones heroicas y peligrosas, pero cuán efectivas fueran éstas  en la lucha, si además del éxito en la operación no arriesgamos innecesariamente sus vidas. “En la lucha revolucionaria es importante que el enemigo sufra las bajas defendiendo sus posiciones y preservar la vida de nuestros combatientes”.

Nos apresan a tres hermanos

La noche del 16 de octubre, a las 2:30 de la madrugada, un grupo de paramilitares fuertemente armados  irrumpen un nuestra vivienda, luego de requisar todos los rincones en busca de armas del supuesto comando extremista, nos llevaron presos a mí y dos hermanos, José Ramón C. y Gonzalo C. de 27 y 15 años respectivamente, este último fue el menor de los miles de presos políticos que tuvo la dictadura, había terminado el segundo año de colegio. José,  ya había  concluido  su carrera universitaria como ingeniero agrónomo. Los demás hermanos, militantes de la Juventud Comunista, ya cumplían tareas de la organización,  en la clandestinidad, en la ciudad de La Paz.

Antes de subirnos a las movilidades que aguardaban en la esquina del callejón donde vivíamos, nos enmanillaron y nos pusieron capuchas para que no viéramos a nuestros captores. Camino a la casa de seguridad que dispusieron para los presos políticos, pensé en Marcos y me imaginé lo peor, habíamos sido infiltrados y no se tomaron las medidas adecuadas para las acciones de resistencia, eran demasiado públicas  algunas viviendas y no se tenia viviendas alternativas en caso de necesidad para asegurar a nuestros compañeros más conocidos.

Llegamos al lugar y sin quitarnos las manillas ni las capuchas nos introducen en una habitación grande, sólo después pudimos ver que lo único que tenían era unos  armarios empotrados en las gruesas paredes y en cada uno de ellos echados y doblados cabíamos uno en cada uno. Ninguno de los carceleros dijo nada hasta pasado el medio día, se nos sacó uno por uno para que registraran nuestros nombres y pretendieron que asumamos ser parte de un comando subversivo, y pedían datos sobre las posibles acciones que debíamos ejecutar. Allá empezó lo duro de las torturas para todo detenido, pretendían que nos auto incrimináramos y/o delatáramos a más compañeros. Nuestros carceleros se frustraron, no lograron ninguno de sus objetivos y nos volvieron al armario empotrado con la amenaza de que en La Paz sí hablaríamos

Junto a otros compañeros, temprano el lunes por la mañana, fuimos trasladados a  La Paz  en un vuelo comercial con fuerte escolta armada. Esa mañana los medios de prensa, al servicio de la dictadura, informaban del éxito de sus organismos de inteligencia al haber destruido un comando subversivo al servicio del castro comunismo internacional.

De manera directa, desde el aeropuerto del Alto en La Paz, fuimos conducidos  en las temibles vagonetas del DOP (Dirección de Orden Político), hasta Achocalla, antigua casa de  piedra, testigo de innumerables muertes y tortura de luchadores revolucionarios. Una celda para los nueve que llegamos de Cochabamba, era de tres por dos metros. Recuerdo la disciplina y la solidaridad de todos para los turnos de dormir y la falta de frazadas en el frío altiplano paceño, comprendimos que apretándonos todos entrábamos de costado y podíamos dormir. Por razones de edad nos tuvieron juntos a  Gonzalo y a mí. A José lo llevaron a otra celda junto a presos de otro departamento.

En esas condiciones habíamos llegado a algunas conclusiones, que Marcos había caído preso y lo habían asesinado —por el relato de otros presos que ese día oyeron las torturas y los dos tiros que luego certificaría el cirujano que lo intervino. A  nosotros hasta ese momento se nos concedía el derecho de vivir.

Muy pronto nos asimilamos a la vida colectiva, compartimos obligaciones en el aseo, la preparación de los alimentos, traer agua, ayudar a las compañeras a elaborar pan. Siendo muchos y desconocidos los más, era muy difícil entrar en análisis de lo que sucedía en el país, los más antiguos y experimentados, particularmente, los obreros y profesionales mayores servían de guía para nuestra conducta. Recuerdo que había muchos estudiantes universitarios se podían percibir que pertenecían a otros partidos de izquierda, nos dimos la tarea de  hacer útil nuestro encierro. Hacer ejercicios, trotar y tratar de integrar a los demás compañeros de celda, aprovechar al máximo el poco sol que nos permitían cuando nos tocaba la hora de salir al patio. Las  noches se convertían en prolongadas sesiones de cuentos y relatos de todo tipo: desde los de humor llano, hasta los cuentos costumbristas de los compañeros de mayor edad.

Qué rica diversidad de experiencias y qué importantes los veía  a los compañeros mineros y fabriles, habían pocos campesinos, uno en el grupo que llegamos, que dicen estaba involucrado en tráfico de armas. Otros por que se declararon guerrilleros. Otros que fueron sorprendidos en una cantina; en fin,  todos teníamos una historia, la que nunca se  conoce plenamente.

Pasaron varias semanas y qué alegría ver bajar por la pendiente del cerro a mis padres, cargados con bolsas de pan y abrigo. Qué bueno saber que Marcos estaba vivo, aunque después de varios meses recién se le permitió verlo, a mi madre: la noticia nos alegró y lastimó a la vez al saber que quedaría  parapléjico por siempre. “¡Viva el Chato!”, viva su firmeza, exclame para mis adentros. Era el dolor que había que convertirlo en victoria y alimentarnos de esa pequeña batalla ganada. Supimos por mi madre que mis otros hermanos estaban bien y que cada uno asumió la trinchera que la organización le había  asignado.

A mediados del mes de diciembre del 71 nos cambiaron de prisión, fuimos trasladados al cuartel de Viacha, en el mismo altiplano frío. Nunca supe cuántos estábamos presos en el cuartel. Allá pudimos reconocer a compañeros de lucha y gente que nos conocía, con ellos y junto a los demás, participamos activamente de la huelga de hambre en demanda de nuestra libertad. Esa experiencia me enseñó que el carácter de clase de los presos determina su conducta: conocí actuaciones dignas, enaltecedoras de los valores de los revolucionarios, el humanismo más profundo y la solidaridad entre los presos.

En la lucha social, la huelga sólo triunfa cuando hay unidad en la acción y en los objetivos; se fortalece cuando todos alcanzan el grado de comprensión de hasta dónde se puede avanzar con el movimiento. Presencié vacilaciones y miedo. Sabíamos que nada más podía sucedernos a todos si nos manteníamos unidos y sin retroceder en nuestra demanda: Exigíamos  saber por qué tantos miles  estábamos presos  sin proceso ni cargos formales y cuáles eran las acusaciones que pesaban sobre nosotros. Los huelguistas  hicimos una carta al dictador haciendo conocer nuestras demandas y haciendo un llamado para que se tenga consideración con mujeres en gestación y con los menores que estaban recluidos.

Aprendí que cada huelga es diferente, que sus motivaciones las hacen distintas unas de otras, que todas sin excepción son un importantísimo instrumento en manos de los revolucionarios para generar conciencia sobre todo del valor de la unidad, de lo que significa el sacrificio. Estos eventos muestran a los actores de las mismas en disposición de lucha. Radicaliza el comportamiento de los dirigentes ya que tienen una acción próxima y vigilante de sus mandantes. Los comités de huelga deben ser electos por decisión de las bases y deben responder a ellas. Imponer normas de conducta y disciplina, particularmente la solidaridad. Sabemos que a través de los años se ha desgastado este medio de lucha de los explotados, corresponde a los luchadores sociales reivindicar este medio de lucha,  restituir el impacto que ella debe generar, así en  la defensa de los intereses sectoriales y generales de los participantes.

La dictadura tuvo que pasar trabajo para desmovilizar la huelga de hambre, esas noches hubo intenso movimiento de compañeros y compañeras, traslados a otros recintos carcelarios y amenazas de cambiar el régimen de reclusión si no se volvía a la normalidad, se prohibieron las visitas, llevaron a algunos compañeros al aislamiento completo, pero la huelga se hizo y tuvo efecto.

A nosotros nos trasladaron a la central, al DOP, cerca de la plaza Murillo, en la ciudad  de La Paz. Hasta el mes de abril seguimos con la rutina, con los buenos y malos recuerdos de la actuación en la huelga de hambre. Entre los buenos, que podíamos, aun estando presos, hacer conocer nuestras demandas; las  malas, la muerte en prisión del camarada Roberto Alvarado Daza, docente, autor de innumerables estudios de sociología y sobre de la realidad nacional. Sucre perdía a uno de sus hijos más esclarecidos. Supimos del nacimiento  de Libertad Bolivia, hija de una militante de la Juventud Comunista. Otra mala, que  no olvido, ver al compañero Roberto Moreira, militante del Ejercito de Liberación Nacional (ELN), torturado cruelmente hasta perder  sus facultades mentales y ser manejado cual mascota por un oficial del regimiento, un hecho que indignaba y humillaba nuestra dignidad.

En el mes de abril del 72 nos pusieron en libertad. Junto a  Gonzalo, supimos después que organizaciones humanitarias fueron las encargadas de hacer las gestiones para nuestra libertad.

A los pocos días, la Jota (Juventud Comunista) se contactó con nosotros y a mi me asignan la tarea de salir del país. Gonzalo se queda en la ciudad de La Paz y concluiría en esa ciudad sus estudios hasta salir bachiller. La salida del país  demoró porque no había condiciones para garantizar  la  seguridad de Marcos, se me informo que yo debía acompañarlo en el viaje  hasta la entonces URSS.

 Luego de un  operativo y el consentimiento de las hermanas del Hospital se viabilizó el viaje. Lo cierto es que, la dictadura no quiso asumir ningún gasto de las curaciones de Marcos. La cuenta fue  cuantiosa, mi madre ofreció dar su casa en pago —pequeña casa rústica donde aún  vive—. Finalmente los ruegos y las súplicas de Monseñor Walter  Rosales y mi consigieron la licencia para que Marcos salga del hospital.

Mi objetivo era cuidar de Marcos en el viaje, que jamás lo  pensé tan escabroso y largo. Salir clandestino con un enfermo, en silla de ruedas y con sondas y temperatura permanente,  se me  hizo  muy difícil. Llegamos al aeropuerto de Buenos Aires, luego de esperar horas, entendí que el contacto estaba mal coordinado —años después me enteré de que el compañero que debía esperarnos estuvo todo el día anterior y que aguardó nuestra llegada en la terminal aérea—.

Siempre pensé que algo tuvo que ver  la diosa fortuna, sabía que con 15 dólares —era todo  el   dinero que llevábamos—  tendría que medir muy bien mis gastos para cruzar el Atlántico y llegar a la Unión Soviética.

En Buenos Aires

Lo que pasamos en la Argentina es una historia larga y penosa, no es mi propósito recordar ni obligar al lector a conocer ese momento tal difícil, baste decir que no se me había instruido bien el santo y seña para el encuentro con los compañeros argentinos, que cuando se me presentó en el mostrador de la compañía aérea querían ver a Marcos al lado mío para que crean que éramos los del vuelo a Copenhague-Dinamarca. La fortuna iba con nosotros, en el aeropuerto se unió otro hermano, Francisco, que estudiaba en la provincia de Córdoba.  Los tres organizamos nuestra estadía hasta conseguir los boletos en la línea aérea. Sin dinero  y con mucha voluntad decidimos quedarnos en una hostal de una viejecita, que por esos días ocupó el  rol de nuestra madre. Nos dio alimento y vivienda y sentí que lo hacia con agrado porque le contamos lo sucedido y nuestras peripecias para seguir viaje. Insistí en el mostrador de la línea aérea y  como no tenía el santo y seña adecuado no se me daba atención. Al final después de dos interminables días aparecen los amigos de la Juventud Comunista Argentina y damos solución a lo fundamental: continuar viaje.

Llegados a la entonces URSS, Marcos y yo nos ocupamos de la salud. Un año aproximadamente duró mi estadía en el país de los soviets, no fue poco lo que aprendí y vi de lo que podía ser el otro mundo, por el que habíamos llegado  tan lejos. Mi natal Bolivia era una más que luchaba por los nobles ideales de los grandes de la historia, como los de la Gran Guerra Patria,  los de Playa Girón  o los de Vietnam; no había latitud en la que los pobres no reivindicaran sus derechos y deseos de forjar un mundo diferente.

Compartí con jóvenes de casi todos los países y particularmente latinoamericanos, comprendí que las fronteras eran resultado de la división imperial, que las banderas y sus colores no reivindicaban los intereses más profundos  de la humanidad. Pero, por sobre todas las cosas, supe que los pobres del mundo tienen un solo camino para su libertad: la lucha contra el enemigo de la humanidad, el imperialismo.

En la resistencia

A mediados del 1973, ingreso clandestinamente a nuestro país, como todos, con la convicción de incorporarme a la lucha contra el fascismo. Por tarea se me asignó incorporarme a la producción y ser obrero, trabajé en una fabrica de plásticos en la zona de Pura-Pura (La Paz) y pronto fui delegado de los trabajadores, con lo que derrotamos la imposición de la dictadura de coordinadores laborales entre los trabajadores, plan que había reglamentado por decreto, llamado del Servicio Civil Obligatorio. Organismos que sustituían a los sindicatos o a los comités de base, electos por los obreros.

El 1 de mayo de 1974, rompiendo las limitaciones que impuso la dictadura fascista, participamos de la marcha de los trabajadores, repartimos volantes y gritamos consignas por la democracia y contra la dictadura, este hecho nos valió, junto a Eduardo  C. mi hermano mayor, ser apresados y conducidos a la Dirección de Orden Político, próxima a la Plaza Murillo. Nuestra condición de trabajadores obligó a la dictadura a ponernos en libertad, ese mismo mes  el 18 de mayo, fecha  que se celebra el Día del Trabajador Fabril en nuestro país… Recuerdo unas pocas patadas y más amenazas como recibimiento en el centro carcelario. La dictadura recogió de las calles la panfletería que se lanzó y nos la adjudicaron como prueba para nuestra detención; las preguntas de rigor y la insistencia de saber dónde estaba la imprenta, en la que se editaban los volantes: en la resistencia era lo que más les motivaba a nuestros captores. Ellos jamás supieron que con Eduardo tenían a uno de los responsables  de tamaña ofensa a la dictadura. Salimos en libertad, perdí el trabajo y se decidió que seria un cuadro de la organización (de la Jota). Así, empezó lo que serían años de pleno trabajo partidario, siempre en el país contribuyendo en algo a organizar la resistencia  contra el  fascismo.

La lucha clandestina fue quizá mi escuela principal ya que crecí y me formé en ella, junto a muchos compañeros, no sólo comunistas, sino también de otras tendencias ideológicas.  La lucha por la unidad y la construcción de un frente democrático y antiimperialista, eran  las tareas políticas principales de la organización, en esta tarea conocí a los aguerridos trabajadores mineros y entre ellos a los comunistas de las minas: su fortaleza, su energía resultaban una  transmisión de valores y de fe, importantísimos. Los de Siglo XX, Catavi, Huanuni, San José, son centros mineros, campamentos que ratifican nuestro compromiso de  lucha.

 Adopté el nombre de Alejandro, necesario y obligatorio en la lucha clandestina, el que se ha extendido hasta hoy, lo usan en mi entorno familiar para nombrarme.

Cuando nos llegaba la noticia de que algún compañero había caído preso, se tensionaba toda  la organización, sobre todo cuando caía alguno vinculado al aparato interno. Cuando el preso era de las filas mineras o fabriles la situación era más tranquila. Decenas de compañeros de esos sectores cayeron, en oposición a la dictadura. Aceptaban ser coordinadores o iban a la cárcel. Por ello es que las prisiones estaban pobladas de revolucionarios de manera continua.

La vida clandestina tiene sus normas y reglas muy rígidas, la posibilidad de resistir eficientemente a la dictadura está en relación a manejarse de acuerdo a ellas. Las dictaduras adquieren formas de acción determinadas, es importante para los luchadores sociales conocer su conducta, su accionar. La manera de actuar de los  grupos operativos, por lo general, es la siguiente: tienen un equipo de élite, lo que ellos llaman la inteligencia, que recibe información de sus informantes, en los diferentes sectores de la actividad social, los hay entre los obreros, campesinos, universitarios, maestros, estudiantes o entre los intelectuales y profesionales, casi en todos los sectores; éstos son sujetos que pasan informes regularmente y en torno a lo que ellos consideran grupos principales se establecen operativos para detenerlos o callarlos. También juegan ese papel de los empresarios que hacen la  denuncia de  forma  directa a los  organismos de seguridad.

Los casos más complicados son aquellos en los que los grupos de  agentes de la dictadura  sorprenden a los luchadores en una pinta de paredes, o pegado de afiches; en estos casos los compañeros deberán estar muy preparados para responder el interrogatorio que casi siempre gira en la detección de los responsables del grupo y la ubicación del equipo de prensa: nuestra historia nos enfrentó a varios de estos casos en los años de lucha contra el fascismo…

En la clandestinidad

Recuerdo el entusiasmo de los jóvenes compañeros de secundaria y universitarios por esta tarea. La experiencia nos dice que es importante estudiar adecuadamente el lugar, precisar puntualmente la hora de la acción, ésta deberá ser siempre corta, muy ágil en su realización y terminar con la retirada de modo seguro y con alternativas diversas de escape. Una acción que no observe esas normas está expuesta al riesgo de ser interceptada por los organismos de la dictadura. Ello es provocado, a veces, por la llamada de algún vecino o por el dueño del muro o la alarma de los guardias de seguridad privada a la policía. Estas han sido las vías por las que se nos obstaculizaba una acción o terminan éstas con la detención de los participantes.

Apresamientos en 1977

Por no observar estas normas, en la Jota, en febrero de 1977, fuimos víctimas de un operativo de los organismos de seguridad que abarcó a varios departamentos, con lo que lograron darnos el golpe más grande en los años de la dictadura. Fue la tercera vez que caía preso y esta última en mi condición de responsable nacional de organización, lo que me valió la más dura experiencia en mis años de lucha.

Algunos hechos nunca se precisaron ni creo que  alguien lo haga, sobre todo por el tiempo transcurrido o porque algunos de los participantes ya no están en la lucha. Así que muchos testimonios no podrán recogerse y ordenar la secuencia de los hechos podría omitir aspectos esenciales 

Al informarnos de que habían sido detenidos compañeros de varios círculos de la universidad, intentamos poner a buen recaudo los organismos que no se los había tocado y advertimos a los compañeros de lo sucedido horas antes.

Mi detención fue por una delación que hasta hoy nunca supe de quién, tampoco me interesé por ello. Llegué a mi cuarto —que compartía con un compañero del Partido— y ya la casa toda estaba tomada por los agentes de seguridad: apenas puse la llave para abrir la puerta y me cayeron encima cuatro matones, boca al suelo y empezaron los golpes de los profesionales de la tortura. Debo reconocer que descuidé limpiar la habitación, no tendría que haber tenido sino cuadernos y libros de estudio universitarios, no así un equipo para revelar, fotos, material escrito, muchos libros y textos de estudio de la escuela de cuadros; en fin, lograron  bastante material para sus necesidades y la pena fue que yo se los di de manera fácil.

Me condujeron a las dependencias del  Ministerio del Interior, sótano del que ya tenía referencias por compañeros que pasaron por esas celdas; por todo lo que oí de los carceleros, nombres y direcciones, comprendí que muchos jóvenes comunistas estábamos presos y se notaba que de algunos de ellos no habían logrado ninguna información. De entrada habíamos ganado una batalla importante, los comunistas presos constituimos un destacamento firme dispuesto a dar lucha aun en manos de la dictadura.

La primera fase es la de ablandamiento, la oferta generosa de que te perdonan la vida si cooperas, entonces ellos hacen saber sus necesidades de información. Ellos ya conocían mi cargo y responsabilidad dentro de la organización, a partir de ello deseaban llegar a la dirección ejecutiva del Partido y  saber los vínculos internacionales que teníamos con la URSS y Cuba. Un pasaporte que tenía sellos de ingreso y salida de Venezuela y Argentina dificultaron más el interrogatorio. Había que asumir lo que resultara necesario para cortar la cadena de detenciones y poner a buen resguardo los contactos que tenía con la dirección del Partido. Sin dar mucha opción de equívoco futuro hice una historia creíble en términos de  contactos, y sobre todo la prensa del Partido; entendieron que a las buenas conmigo no funcionaba y que era un rojo, castro-comunista que no estaba dispuesto a “cooperar”.

La segunda fase, sin duda la más dura, esta vez fue el propio jefe de la seguridad  Guido Benavides —preso en Chonchocoro por orden judicial y ahora muerto— que ofreció ablandarme para que  hablara porque, según él, los había estado mamando y que ya me pasé de pendejo. Recuerdo su sentencia: “Yo, el Director, te va hacer hablar rojo de mierda”. Y empezó el apaleamiento, como se cansó muy rápido pidió ayuda de sus matones; al cabo de un buen rato de patadas y golpes de puño descansaron y empezaron los careos con los compañeros y compañeras que no habían podido resistir… Fue digno ver como algunas de las compañeras habían hecho, al igual que yo, de su detención una verdadera trinchera de lucha y estábamos dispuestos a dar dura batalla a nuestros torturadores. Vi pasar delante  rostros con muestras de miedo y dolor, como también otros de firmeza y dignidad rostros comunistas como aquellos que describía el  inmortal  Fusik, en su Reportaje al pie de la horca.

A mis captores les costó agotarme físicamente, mas no cedí “conciencialmente” un milímetro, los veía enanos, sanguijuelas, sin moral, hombres carroña; estaba frente a la degradación humana, por lo que jamás cedería ante su presión, estaba cansado y débil  pero fuerte y superior a los bestias que no se cansaban ni se daban por vencidos. Muy pronto comprendí que serían sesiones  prolongadas y había que prepararse, visité varias veces el submarino improvisado con una olla enorme, porque podían introducirme casi hasta la mitad  de mi cuerpo. Enmanillado, con las manos a la espalda podían dominarme entre tres con relativa facilidad y cada salida del agua era acompañada con golpes de palo y patadas; en medio de los submarinos, la picana eléctrica fue letal; comencé a perder la conciencia y pasaban rápidamente imágenes muy queridas: Marcos, mi querido hermano, como había sufrido en sus pocos 17 años, soportando los vejámenes de esas bestias. Mojado me inclinaron sobre un sillón y quedó mi parte trasera expuesta a la picana y al palo, sentí que me chorreaba sangre por los glúteos; pararme por sí solo no podía. Tuve un minuto para hacer un resumen de mi corta vida, concluí que había vivido lo suficiente y que otros continuarían nuestra lucha. Aproveché de otro submarino para terminar todo ni hacer fuerza para salir de la gigantesca olla. Lo que vino después no recuerdo bien, no sé qué tiempo me separó del último  intento de ahogo, recuerdo  que desnudo me depositaron en una celda,  pasé la noche más fría que  tenga memoria en La Paz.

A la mañana siguiente, desperté y me di cuenta de que estaba con vida y que mis verdugos no me matarían, su mejor momento no lo aprovecharon. Por lo que había logrado una pequeña victoria personal contra la dictadura.

Más de las celdas

La  preparación de la tarea debe pasar necesariamente por la revisión  de la misma por los o el encargado que de ningún modo podrá avisar con anticipación, sólo horas antes y estar seguro de que todos los participantes estén en el momento de la determinación final. El lugar lo  determina la importancia de  la zona o la convocatoria al sector social que se desee. Antes de la acción todos los compañeros habrán limpiado plenamente sus viviendas y no tener una sola nota con nombres o direcciones que comprometan la seguridad de otros activistas. El mismo participante deberá estar sin ningún apunte o número telefónico anotado. Hoy día los celulares son una fuente muy propicia para dar al enemigo información, sin que uno se lo proponga.

Estando en prisión, recuerdo que muchos compañeros fueron detenidos en estas acciones, recuerdo que todos los días en mi celda en solitario, temprano por la mañana escuchaba un silbido entonando la internacional, sabía que era alguien conocido, que me traía noticias, en prisión ellas —las noticias— son como alimento “conciencial” importante, saber de los compañeros siempre en lenguaje cifrado, saber de la familia o de los cambios políticos que se operan es muy necesario. El compañero se llamaba Martín, nunca supe su apellido por razones obvias, meses después me enteré de que cuando cayó preso tuvo una actitud ejemplar y digna de un revolucionario. Amén de los advertidos de cuidado con los soplones o los agentes que lo custodiaban cuando salía al baño, siempre silbando la canción de los revolucionarios del mundo, mañana y tarde me hacía saber que mi soledad apenas era en los muros y que estábamos cada día más fuertes y próximos.

En las prisiones, los ocupantes de todas las celdas se comunican de algún modo, pero siempre tengan presente que es el lugar del enemigo y que podría estar escuchando las conversaciones de los compañeros. En prisión no se habla de temas que podrían comprometer las seguridad de la organización, menos con presos que no se conoce o nunca los vimos…

Así fue que cuando me dejaron tirado en mi celda los primeros días, me dejaban con un preso e apellido Quispe, que hizo las veces de mi enfermero y me daba el alimento; recuerdo que tenía los glúteos como una compacta herida cuya costra sangraba y se pegaba a mi raído pantalón, las curaciones resultaban una pequeña tortura en esas condiciones. Y aquel “compañero” de celda  muy pronto empezó a preguntar o buscar información.

  Esa primera semana, sucedieron hechos inusuales, entraba clandestinamente por la frontera peruana, a su retorno de la URSS, fue detenido el compañero Remberto Cárdenas, entonces  Secretario General de la organización (Jota). De manera especial para los dos se reabre la cárcel de Achocalla de La Paz, recinto en que ya había funcionado en 1971; esa vez  éramos dos con una fuerte custodia de agentes de seguridad. Los  momentos que nos sacaban para hacer nuestras necesidades los  utilizábamos para reconstruir un poco todo lo sucedido. Enmanillados y bastante demacrados sabíamos que habíamos dado dura batalla victoriosa contra la dictadura. No cayó preso nadie más.

Un hecho importante de  esos días fue la visita del compañero sacerdote Eugenio Bataglia, que enfrentándose a las amenazas de nuestros carceleros pudo testimoniar que  los dos estábamos allí recluidos y con vida. No le permitieron que nos entrevistara pero él llevó la certeza de que éramos nosotros los que estábamos allí. Recuerdo que los víveres que nos trajo se quedaron con los carceleros, no obstante la insistencia de él para entregarnos personalmente.

Pasados dos meses como prueba re resistencia hacia nosotros, reabren para los dos la cárcel de Chonchocoro, antigua hacienda en el altiplano paceño (de la Fundación Agramont) casi en ruinas; allí compartí meses, en solitario, con un hato de ovejas que dejaron sembradas cantidad de garrapatas, contra las que había que pelear. Las manillas pesan mucho al cabo del tiempo de reclusión. Por esos días se produjo otra visita, la de un cura nacional de nombre Ariano. Qué lástima sentí por ese representante del pensamiento conservador de la iglesia, y qué diferencia frente a otros sacerdotes y monjas que nos visitaron tiempo después. La lista de estos últimos es larga, en ellos reconocemos a verdaderos luchadores por la democracia. En la asistencia a los presos, así también en la ayuda humanitaria a los familiares que resultaban víctimas de la dictadura. Contra ellos, curas dignos y leales a sus principios, el fascismo también se ensañó expulsando a más de uno y luego eliminando físicamente a otros.

Por gestiones de organizaciones internacionales juveniles, por el mes de septiembre (1977) recibimos la visita de Amnistía Internacional, organismo que tiene que ver con los detenidos de conciencia. Frente a ellos hice cuanta denuncia pude de todos los vejámenes de que fui objeto, en manos de mis captores, hasta donde pude denuncié los nombres de mis torturadores y las torturas a que fui sometido. El error o no, fue hacer esa denuncia frente a los agentes que acompañaban a la citada comisión internacional, lo que me valió más encierro y nuevamente las  manillas, esa vez más ajustadas y en solitario.

Luego de meses de aislamiento tuvimos la visita de familiares de Remberto, fue del todo reconfortante, saber por ellos de nuestras familias y de los compañeros.

Libre

La denuncia internacional de nuestra detención obligó a la dictadura a terminar con nuestra incomunicación y con  las manillas. Fui trasladado al recinto policial de la  localidad de Viacha en celda común con cinco compañeros con los que reinicié cierta normalidad de vida en prisión. 

Antes de fin de año, en visita del Comisionado de la Cruz  Roja Internacional, se me propuso acogerme al exilio. Nuestra decisión fue de mantenernos en las cárceles de  nuestro país y desde esa trinchera luchar contra la dictadura, lo que les obligó a pasar mi caso a la justicia ordinaria y cambiarme de centro de reclusión al penal de San Pedro de La Paz. Un número reducido de compañeros pasamos a esa  dependencia carcelaria. Al cabo de pocos meses, cuando el pueblo obligó a la dictadura a decretar amnistía general e irrestricta  y convocar a elecciones generales, recuperé mi libertad. 

Mi tercera reclusión, la más prolongada, me obligó a recordar a compañeras y compañeros  cuya firmeza y coraje la dictadura nunca pudo doblegar, Elsa C. , Remberto C., militantes comunistas  ejemplares, que  continúan  en la lucha. 

 En el recuerdo de cada  preso de conciencia existen personajes que han vivido todos los días de  encierro como propio, en mi caso es mi madre, Bertha M . Progenitora de diez, de la que la dictadura encarceló a cinco de sus hijos y a uno de ellos, a Marcos, los torturadores lo postraron en silla de ruedas hasta el final de sus días. Siempre supe de sus sufrimientos, de la penurias que pasó por ver a sus hijos en prisión. Quizá uno nunca alcance a sentir y vivir lo que  sufrió, el maltrato de los dictadores, las presiones que sobre ella ejercían, los insultos y el vejamen, las largas caminatas para pedir permiso para las visitas, el caminar de kilómetros para llegar con su aliento hasta la cárcel de Chonchocoro: no tengo una sola duda de que desde su posición ella se convirtió en una luchadora más contra el fascismo. De mis hermanos lo propio, su solidaridad fue permanente y aportaron con lo que pudieron en la lucha contra la dictadura.

Nunca sumé los días y los meses de mi encierro, siempre supe que todo tiempo en manos de los carceleros había que convertirlo en tiempo útil y que había que  aprender a vivir los momentos que la vida nos impone como difíciles.

De los hechos narrados me separan casi cuatro décadas, pido disculpas a compañeros que no los menciono y que fueron vitales en la lucha por la conquista de la democracia. Hoy, junto a muchos de ellos, continuamos en  nuestra  trinchera, a lado de nuestro pueblo y contribuyendo con lo que podemos a consolidar el proceso  revolucionario que vive el país.

Cochabamba, 13 de enero de 2009

Fernando  C. M. (Alejandro)

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