Mineros armados en una histórica fotografía, Siglo XX-Llallagua, 1965. Foto de Juan Bastos
Víctor Montoya*
Cuando fijé la mirada en esta sorprendente fotografía, grabada con luz y reproducida en papel mate, lo primero que me pregunté fue quién era el hombre llevado en hombros. No sabía si era César Lora o su hermano mayor Guillermo, pero no pasó mucho tiempo para que el autor de la fotografía me despejara la duda. “Es Guillermo Lora. La foto se tomó en 1965, en una calle de Siglo XX, pero no recuerdo exactamente la fecha”, dijo Juan Bastos (conocido también como el “Fiero” Bastos), quien se dedicó a registrar, con su cámara Kodak en mano, la historia de los mineros y pobladores de Llallagua, Catavi y Siglo XX.
El fotógrafo, experto en el arte y la técnica de obtener imágenes, conservaba una invalorable joya en su laboratorio, donde reveló los negativos de los carretes de películas sensibles a la luz, perpetuando a los personajes más destacados del sindicalismo revolucionario, quienes fueron sus amigos personales y cuyas imágenes fueron captadas por su cámara tanto dentro como fuera de la mina; en asambleas, congresos y reuniones en el local de Radio “La Voz del Minero”, donde los mejores exponentes de los partidos políticos deliberaban sus planteamientos ideológicos, disputándose la dirección del Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Siglo XX.
Ahora que el fotógrafo descansa en paz, espero que todo este material gráfico, de incalculable valor testimonial y documental, sea recuperado y clasificado por sus herederos, para luego ser puestos a disposición de alguna institución pública o privada que pueda conservarlo y ponerlo al servicio de los investigadores de temas vinculados a la historia del movimiento obrero boliviano. Este poderoso arsenal de fotografías, que forma parte de la historia del sindicalismo minero, debe ser conocido y declarado patrimonio de los llallagueños, pues, de otro modo, sería lamentable que estas joyas gráficas se pierdan entre los polvos de un depósito oscuro y olvidado.
Si la fotografía data de 1965, debe considerarse que fue tomada durante el régimen de René Barrientos Ortuño, quien, y a nombre de la “Doctrina de Seguridad Nacional”, introducida por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, y asesorado por los agentes de la CIA, protagonizó el golpe de Estado en noviembre de 1964. Ni bien se estableció en la silla presidencial, desató una sañuda persecución contra los dirigentes políticos y sindicales, rebajó los salarios a niveles de hambre y se propuso aplastar al “comunismo internacional” por todos los medios a su alcance, no solo desterró a los “subversores” a zonas inhóspitas, sino que también cometió crímenes de lesa humanidad.
Sin embargo, a pesar de los peligros que representaba el gobierno de facto, los mineros seguían bregando por hacer respetar sus derechos fundamentales, como el fuero sindical, el aumento salarial y la reincorporación de sus compañeros despedidos a sus fuentes laborales. Fue en estas circunstancias que fue tomada esta fotografía, donde se ve un piquete de mineros armados, quienes, mostrándose como los indomables soldados de las milicias obreras, cargaban en hombros al ideólogo trotskista entre fusiles, pancartas y banderas rojas ornadas con la hoz, el martillo y el número cuatro en referencia a la Cuarta Internacional.
Cuando Guillermo Lora, secretario general del Partido Obrero Revolucionario (POR), llegaba a Llallagua para dirigir la “escuela de cuadros”, que se prolongaba por varios días, era conducido en hombros por las calles de la población civil de Llallagua y los campamentos mineros de siglo XX, hasta arribar al “Pabellón de los Solteros”, en cuyos dos cuartos ampliados por Filemón Escóbar, entre humos de cigarrillos y discusiones acaloradas, se realizaban las reuniones y ampliados de los militantes poristas.
Hermógenes Peláez, en una entrevista concedida al periodista Ricardo Zelaya Medina, recuerda: “Cuando Guillermo venía, el Partido ya había crecido, en hombros sabíamos manejarle. De arriba bajaban las manifestaciones, de Cancañiri, y les esperábamos en la plaza, en el Club Racing, todos los militantes, unos 50 ó 60. Y de ahí en hombros lo sabíamos llevar hasta la Plaza del Minero” (Zelaya Medina, R., 2021, p. 199).
Es probable que Guillermo Lora, en esta fotografía, esté sentado a horcajadas sobre los hombros del dirigente minero Cirilo Jiménez u otro obrero de fornido físico, cabellera hirsuta y bigotes recortados a la usanza de los actores de la época de oro del cine mejicano. Algunos niños curiosos, con la mirada volteada hacia atrás, van por delante y a paso ligero. Los obreros visten con chaquetas de cuero y otros con sacos de paños de la tierra, pero la mayoría de ellos llevan el atuendo de mineros, el “guardatojo” calado hasta las orejas y los botines con puntas de fierro, que la empresa les distribuía en las “pulperías” a cuenta de su salario.
Es ineludible que en la “escuela de cuadros”, el ideólogo del POR, autor de la “Tesis de Pulacayo”, inagotable panfletista y el mejor intérprete del trotskismo latinoamericano, disertaba sobre temas políticos y organizativos del Partido Obrero Revolucionario, además de hablarles de la importancia de encarnar el programa revolucionario y encaminarse hacia la conquista del poder, pero no a través del foco guerrillero ni las propuestas de los gobiernos nacionalistas, sino a través del programa revolucionario que debía encarnar la clase destinada a acaudillar la revolución de obreros y campesinos, hacia el socialismo y la dictadura del proletariado, ya que solamente el proletariado, bajo la dirección de su partido político, podía salvar a los explotados de la barbarie capitalista.
En este piquete de mineros armados, que ganaban las calles voceando consignas combativas contra la bota militar y el imperialismo, se encontraban algunos luchadores obreros como Pablo Rocha, Ángel Capari, Filemón Escóbar, Julio C. Aguilar, Isaac Camacho, Benigno Bastos, Víctor Siñanis, Flavio Ayaviri, Pedro Guzmán, René Anzoleaga, Sánchez y un largo etcétera de jóvenes militantes y simpatizantes del Partido. Y, claro está, en consideración de algunos, el personaje que debía ser llevado en hombros era César Lora, el verdadero organizador del Partido en las minas de Siglo XX, el indiscutible líder de los trabajadores, el que avizoraba la revolución sabiendo que esta no se haría con papeles ni panfletos, sino con los fusiles en las manos y con coraje a prueba de balas, sin dubitaciones ni mediatintas. César Lora era, sin lugar a dudas, el maestro de los mineros y campesinos, a quienes les enseñaba las concepciones de los clásicos del marxismo en idioma quechua, el mejor visionario de la revolución obrero-campesina proyectada desde la lámpara enganchada en el “guardatojo”.
Por la realidad que refleja la fotografía es fácil suponer que César Lora, a pesar de su condición de líder nato del sindicalismo minero, no tenía afanes de figurón ni quería hacerse el caudillo por imposturas; prefería mantenerse al nivel de las bases, como era su costumbre, ajeno al culto de la personalidad, incluso cuando los acontecimientos lo colocaban de manera natural en la cúspide de los acontecimientos sociales que se agitaban desde abajo, pero desde muy abajo, desde el seno mismo de los trabajadores que lo elegían como al portavoz de sus reivindicaciones por su alto grado de conciencia política, casi siempre en actitud beligerante y discursos al rojo vivo.
Con todo, el armamento adquirido por los militantes trotskistas no estaba al margen de los programas del movimiento sindical, sino que formaba parte de las resoluciones aprobadas en los congresos mineros. Es decir, el tema del armamento proletario se generó de un modo instintivo entre los trabajadores, quienes alcanzaron un alto grado de conciencia de clase, que los empujó a plantearse la necesidad de armarse para conquistar sus reivindicaciones transitorias y tomar el poder político, acaudillando a la nación oprimida por el imperialismo y sus sirvientes nativos. La imperiosa necesidad de armar al proletariado puede leerse en varios documentos políticos y programas sindicales, como en la “Tesis de Pulacayo”, aprobada en el Congreso extraordinario de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), realizado en la población de Pulacayo entre el 6 y 12 de noviembre de 1946.
En la mencionada tesis, en el séptimo punto de las “Reivindicaciones transitorias”,se plantea, de manera clara y contundente, el tema del “armamento de los trabajadores”, señalando que deben organizarse militarmente, a la brevedad posible, piquetes armados en el seno del sindicalismo obrero. Se dice concretamente: “Si queremos evitar que la masacre de Catavi se repita tenemos que armar a los trabajadores. Para rechazar a las bandas fascistas y a los rompehuelgas, forjemos piquetes obreros debidamente armados (…)Toda huelga es el comienzo potencial de la guerra civil y a ella debemos ir debidamente armados. Nuestro objetivo es vencer y para ello no debemos olvidar que la burguesía cuenta con ejércitos, policías y bandas fascistas. Nos corresponde, pues, organizar las primeras células del ejército proletario. Todos los sindicatos están obligados a formar piquetes armados con los elementos jóvenes y más combativos...” (“Tesis de Pulacayo”, 1980, pp. 41-42).
Tesis de Pulacayo
La necesidad de armar a los trabajadores, planteado con nitidez en la “Tesis de Pulacayo”, se retomó en el programa de reivindicaciones de la “Tesis de Colquiri”, aprobado en la Asamblea del Congreso de Trabajadores Mineros de Bolivia, a los 13 días del mes de julio de 1958. Así es como en su punto cuarto, referente a “las milicias armadas”, después de la revolución nacionalista de 1952, se dice: “El armamento del proletariado y de los campesinos es una de las grandes conquistas de nuestra clase y especialmente de los mineros. La revolución no tiene más garantías ni más defensa que las milicias obreras. Por esto es que el derechista Siles Suazo y el imperialismo, luchan tan empecinadamente por destruir las milicias y reorganizar el ejército masacrador. La FSTMB declara que luchará contra los planes que pretenden reorganizar el ejército y cualquier otro organismo similar. El único ejército que necesitamos es el que esté basado en las milicias armadas de obreros y campesinos (…) La FSTMB armará a los obreros y, al mismo tiempo, los fortalecerá ideológicamente, dándoles una definición de clase. La educación sindical y política de los trabajadores debe ser una de las tareas más importantes de nuestra organización.” (“Tesis de Colquiri”, 1980, p. 58).
Conforme a las citas mencionadas, es natural comprender que los militantes trotskistas de las minas estaban conscientes de que había que armarse para hacer posible la revolución y dictadura proletarias; por cuanto no es extraño que se hubiesen organizado piquetes armados con los “elementos jóvenes y más combativos” del Partido Obrero Revolucionario (POR).
Cualquiera que contemple esta fotografía, con la mirada puesta en los fusiles, se preguntará: ¿De dónde sacaron las armas? ¿Acaso provenían de la revolución del 1952 o las adquirieron en otras circunstancias? Lo cierto es que cuando el régimen de René Barrientos Ortuño despidió a decenas de “sindicalistas subversores” de sus fuentes laborales, ellos tenían que buscar la manera de mantener a sus familias. Pastor Peláez recuerda que César Lora, con la lucidez mental que lo caracterizaba, dijo: “Carajo, De qué vamos a vivir, pues, tenemos que ‘jukear’ el mineral”; palabras que pronto se convirtieron en consignas.
El “jukeo” consistía en formar un grupo de obreros retirados de la empresa y otro grupo de desocupados para explotar las vetas de estaño, cuyos concentrados eran entregados en bolsas de Calcuta a la misma Empresa Minera Catavi, una vez que César Lora convenció a los administradores para que declaren el “jukeo” como una actividad legal, para así evitar el quiebre de la empresa, la rebaja de los salarios y el despido forzoso de los obreros.
En el libro de testimonios “Jucus o ninjas en socavones sin ley”, el empleado público Benigno Bastos, refiriéndose al “jukeo” durante el régimen fascista de René Barrientos Ortuño, manifestó: “Con ellos (César Lora e Isaac Camacho) y otros militantes se trazó el objetivo de fortalecer al Partido Obrero Revolucionario y a fortalecer el movimiento bélico, objetivos que se fueron consolidando con el trabajo del ‘jukeo’ de mineral, beneficios que permitieron posteriormente a la compra de una imprenta, material de escritorio y otros bienes, que dieron lugar a la difusión del periódico ‘Masas’”. (Córdova Saavedra, A., 2018, p. 36).
Así fue, con una parte de esos dineros recaudados del “jukeo” compraron una volqueta Ford de color rojo y las armas que debían ser usadas para emprender la insurrección armada y la instauración del gobierno obrero-campesino. Pastor Peláez, quien tenía escondidas las armas, tapadas con una calamina, en el patio de la casa de su madre, en la calle 9 de Abril de la población civil de Llallagua, confesó: “Y con esa misma plata nos hemos comprado la volqueta y el armamento (…) Teníamos metralletas, fusiles M-1, una cosa de 50.” (Zelaya Medina, R., 2021, p. 179).
Parte del texto “La insurrección” de Guillermo Lora
En la época del régimen dictatorial de René Barrientos Ortuño, los obreros estaban armados con las metralletas y fusiles que desenterraban en el patio de la casa de la madre de Pastor Peláez, quien era más conocido por el sobrenombre de “Sabu”, debido a su larga cabellera y su parecido físico con Sabu Dastagir, actor de origen hindú que, en los años cuarenta del pasado siglo, protagonizó películas como “El ladrón de Bagdad” y “El libro de la selva”, entre los más destacados de una larga producción cinematográfica; películas que se proyectaban en los cines de los centros mineros de Uncía, Catavi, Siglo XX y Cancañiri.
Estas mismas armas se habían ya usado el 28 y 29 de octubre de 1964, en el enfrentamiento contra las tropas del Ejército en las áridas pampas de Sora Sora, a medio camino entre Huanuni y Oruro, donde se dieron bajas en ambos bandos y en cuyas refriegas, que duraron horas de fuego cruzado, hubo varios combatientes gravemente heridos.
Las columnas de obreros, disciplinados y fuertemente armados con ametralladoras, fusiles y dinamitas, estaban comandadas por César Lora, Isaac Camacho y Cirilo Jiménez. Ellos se lanzaron al combate con el propósito de llegar hasta Oruro y apresurar la caída del gobierno de Víctor Paz Estenssoro, que se puso al servicio de los intereses del imperialismo, traicionando los objetivos estratégicos de la revolución nacionalista del 9 de abril de 1952.
Para reafirmar que el armamento realmente existía, es cuestión de citar el informe que Mamerto Pinto C., alcalde de Llallagua a mediados de los años ’60, cumpliendo con su labor de espía e informante del Ministerio de Gobierno, le dirigió al dictador René Barrientos Ortuño. El informe, dos meses antes del asesinato de César Lora, decía:
“Llallagua, 31 de mayo de 1965.
Señor General René Barrientos O.,
Excmo. señor Presidente:
En cumplimiento de mis obligaciones de autoridad y ciudadano, tengo el honor de elevar a su digno conocimiento, los siguientes hechos relacionados con la última huelga:
1.- Durante el tiempo que duró la huelga, se ha establecido que el grupo político que dirige César Lora (POR) tiene buena cantidad de armamento; una parte adquirido del anterior régimen cuando organizaban milicias y otra comprada en esa ciudad, Oruro y otros centros de oficiales de carabineros. El armamento consiste en metralletas, fusiles, pistolas y revólveres…” (Lora, G., 1980, pp. 105-106).
La junta militar de Gobierno no demoró en asumir cartas en el asunto. El 4 de junio, sintiéndose amenazada por los “sindicatos clandestinos” y los informes enviados por sus esbirros y soplones, lanzó un ultimátum para que los trabajadores depongan sus posiciones “extremistas” y entreguen las armas hasta el 7 de junio de 1965, con el argumento de preservar el orden y garantizar la tranquilidad en las poblaciones mineras, consideradas verdaderos “centros explosivos”. Amenazó, asimismo, con la apertura de procesos penales contra quienes no obedezcan las disposiciones gubernamentales. “A los que se encuentre con armas, se los considerará como francotiradores y se los aplicará con severidad la ley”, advirtió el mandatario en una entrevista de prensa.
Los mineros, sorprendidos por el ultimátum de la junta militar, se dieron prisa para esconder sus armas; algunos lo hicieron en el interior de la mina y otros en los techos y en las fosas que cavaron en el patio de sus casas, conscientes de que una clase obrera desarmada era como un ejército sin pies ni cabeza.
Sin embargo, el 22 de septiembre, agentes del Departamento de Investigación Criminal (DIC) y efectivos militares iniciaron la operación de desarme en las minas de Siglo XX y Catavi. Allanaron los campamentos y las viviendas de la población civil, ensañándose contra las familias mineras, pero enfocados en cumplir con su misión. Días después, se supo que se reunieron, incluidas las armas que se depositaron en el local de Radio “Pío XII”, un total de 43 fusiles, 7 pistanes, 3 ametralladoras y una buena cantidad de municiones y dinamitas.
Más tarde, cuando apresaron a Isaac Camacho, los sicarios del gobierno no dudaron en torturarlo bestialmente, con la intención de arrancarle información en torno a la ubicación de los depósitos de armas del POR, pero el indomable líder minero soportó los vejámenes y no reveló nada.
El 14 de septiembre, después de la masacre de San Juan, en la madrugada del 24 junio de 1967, volvieron a remover el escondite y a sacar las armas totalmente carcomidas; las tuvieron que limpiar y engrasar, una por una, para luego distribuirlas entre los obreros más jóvenes y osados, así fue como desde entonces, las armas nunca más se recuperaron, al mismo tiempo que el gobierno de Barrientos, con el asesoramiento de los mercenarios de la CIA, seguía con su objetivo de liquidar a los movimientos izquierdistas que se oponían a la dictadura; no tuvo reparos en acabar con los dirigentes más esclarecidos de los ”sindicatos clandestinos”. Así fue como asesinaron a César Lora el 29 de julio de 1965 y desaparecieron a Isaac Camacho un mes después de haber provocado un baño de sangre en junio de 1967.
Periódico Hoy 11 de agosto de 1971, p.8
Esta imagen nos deja un testimonio de la gloriosa época del proletariado minero, de ese sector laboral que, en el marco de las luchas sociales, difundían el claro mensaje de que los pobres, explotados y marginado serían los que controlarían el poder político en beneficio de las grandes mayorías, que soportaban los látigos del imperialismo y de los gobiernos que no representaban los intereses de quienes deseaban vivir en un país más justo, libre y equitativo.
Esta fotografía histórica, atesorada en los archivos del fotógrafo llallagueño Juan Bastos, es un buen ejemplo de que en las minas de Sigo XX, había una organización de militantes y simpatizantes de la organización trotskista dispuesta a empuñar las armas y conquistar el poder político, para establecer el gobierno obrero-campesino, que hoy por hoy, en el siglo XXI –y tras el decreto 21060 y el cierre de las minas nacionalizadas, que liquidó a las direcciones revolucionarias de la clase obrera– parece más una ilusión lejana que una escena propia de la realidad actual.
Este testimonio de luces y de sombras, revelado mediante un procedimiento químico en el laboratorio, muestra que los obreros estaban decididos a asumir su rol histórico bajo las banderas del socialismo, la única sociedad capaz de abolir las discriminaciones sociales y raciales; es más, es una fehaciente prueba de que los obreros, armados por César Lora e Isaac Camacho, estaban dispuestos a emprender la insurrección popular, prestos a batirse contra las tropas del Ejército y lograr una victoria en los campos de batalla, para conquistar, palmo a palmo y con las armas en las manos, los ideales trazados por la “Tesis de Pulacayo”.
Son lecciones de vida y de lucha, y de esto deben aprender las actuales autoridades de gobierno, los dirigentes de la Central Obrera Boliviana (COB) y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), que deben reivindicar las tesis políticas aprobadas en las asambleas y los congresos mineros, sin claudicar ni traicionar la independencia política de los oprimidos ante los gobiernos de turno, ya sean estos civiles o militares, de derecha o izquierda, debido a que el proletariado siempre tuvo sus propios principios y objetivos desde que se constituyó en clase en sí y para sí, en la clase revolucionaria por excelencia, en la vanguardia de la nación oprimida que pugnaba por liberarse de la opresión imperialista.
Las gloriosas épocas del pasado ya no existen en Llallagua, ni en Catavi, ni en Siglo XX, que fueron los baluartes de las luchas sociopolíticas durante la pasada centuria. Lo único que ha quedado son los vestigios de los dirigentes sindicales más importantes del país, una historia que debe rescatarse para las futuras generaciones, para que sepan que los distritos mineros del norte de Potosí parieron a hombres y mujeres que supieron armarse de coraje para defender sus derechos más elementales y sus ganas de transformar la sociedad capitalista, donde pocos tienen mucho y muchos no tienen nada, en una sociedad socialista más digna, solidaria y humana.
Bibliografía
-Córdova Saavedra, Armando. “Jucus o ninjas en socavones sin ley”. Ediciones Alfa Beta, Cochabamba, 2018.
-Lora, Guillermo. “El proletariado en el proceso político. 1952-1980”. Ediciones Masas, La Paz, 1980.
-“Tesis de Colquiri”. Introducción: Guillermo Lora, Ediciones Masas, 1980.
-“Tesis de Pulacayo”. Introducción: Guillermo Lora, Ediciones Masas, 1980.
-Zelaya Medina, Ricardo. “Guillermo Lora, el último bolchevique”. S. e., La Paz, 2021.
*El autor es escritor, periodista y pedagogo