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Los terremotos de Japón y Ecuador ¿no son una lección?

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Vamos a andar

Rafael Puente*

La Paz, Página Siete, viernes, 06 de mayo de 2016

Las imágenes y datos que hemos visto por televisión sobre los últimos terremotos ocurridos en Japón y Ecuador han sido realmente generadores de angustia y mucho peor en Ecuador, donde se ha visto que en nuestros países del tercer mundo estamos mucho más expuestos que en los del primero. Y, por supuesto, hemos aplaudido el gesto solidario de nuestro Gobierno con el pueblo ecuatoriano…

Pero más allá de la pena y de la solidaridad, deberíamos sacar lecciones, porque estos sismos recientes no son los últimos, y nadie nos puede garantizar que lo ocurrido en Ecuador no pueda ocurrir en nuestro país, aunque sea en escala menor. 

Por el contrario, da la impresión de que el planeta, en su conjunto, está más sensible y que, por tanto, hay cada vez menos razones para confiarse. Y, sin embargo, parece que el peligroso proyecto de producción de energía nuclear en El Alto sigue en marcha. Mientras la opinión pública se entretiene con los escándalos del Ministerio de la Presidencia y con los increíbles abusos que perpetra el Estado contra las personas con discapacidades, y con las discusiones sobre incrementos salariales, y con la designación de un nuevo Defensor del Pueblo y de un nuevo Contralor, el proyecto con la empresa rusa sigue su curso. 

Nos siguen hablando de investigación —como si no tuviéramos nada más importante que investigar—, nos siguen hablando de salud —como si no tuviéramos temas básicos de salud universal sin resolver—, nos siguen hablando de investigación genética (mientras cada vez nos amarramos más a la Monsanto, que la hace por nosotros) y siguen hablando también de la generación de energía nuclear. Y nosotros tan tranquilos, como si los únicos que corren peligro fueran nuestros conciudadanos de El Alto. Pero no es así.

Todos los avances —económicos, sociales y culturales— que hemos vivido en estos 10 años; todos los avances que no se han dado y que estamos reclamando con un creciente sentimiento de frustración; todas las discusiones que están en curso sobre los temas mencionados más arriba; todo eso resulta vano e intrascendente si lo comparamos con el peligro de que se genere en Bolivia una catástrofe nuclear. Y reitero, parece que las tragedias de Japón y Ecuador no nos sirvieran de advertencia. Nos estamos jugando el futuro del país y, por supuesto, el de nuestros hijos y nietas.

Es urgente que la sociedad civil, en su conjunto, —y por supuesto también la sociedad política— se movilice y rechace semejante proyecto. 

Si algo está claro a estas alturas es que no necesitamos generar energía nuclear, aunque la empresa rusa en cuestión fuera confiable, aunque el presupuesto de inversiones para dicho centro fuera 10 veces menor de lo que es, incluso aunque alguien pudiera garantizarnos que estamos libres de terremotos. Aun en ese caso necesitamos cualquier cosa menos generar energía nuclear y menos nosotros que tenemos toda la energía solar y eólica que queramos (sin contar la hidroeléctrica y la geotérmica, que también tenemos).

A pesar de los muchos motivos que tenemos para sentirnos frustrados, estamos mejor que muchos otros países y que muchas otras sociedades, y nuestro futuro no es negro. ¿Qué sentido tiene entonces que nos metamos en el lío de la energía nuclear y de los consiguientes desechos de uranio que nadie quiere guardar, y en el peligro de deshacernos como país? No necesitamos becarios argentinos, y esos 2.000 millones de dólares los podemos invertir en tantas otras cosas… ¡Serenidad, por favor! Serenidad y movilización, eso es lo que necesitamos, y participación social. ¡Y nada de energía nuclear en Bolivia!

*Miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (CUECA) de Cochabamba.

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